viernes, 26 de agosto de 2022

LISIS. Día 74. (Platón, 222c -223b)

Lo irónico de este diálogo, lo más irónico, es lo que va a suceder aquí. Justo en este final forzado cuando van a dar la vuelta después de creer que no han llegado a ningún lado. Lo irónico es que están describiendo la amistad y que la lógica del discurso que están siguiendo les lleva por un camino que todavía son incapaces de reconocer como tal. Quieren una amistad que brille de un modo único, especial, diferente y distintivo. Quieren que la amistad sea una complicidad todavía estética, circunstancial, dominada por la casualidad del destino. Y no reconocen en ella lo que se ha llamado, más o menos, connaturalidad y, por consiguiente, copertenencia. La amistad tan deseada es la recuperación, al menos en una persona, de lo que la buena lógica nos acaba de mostrar y enseñar que debería ocurrir con todas las personas. Pero eso es algo que no se quiere ver. Se desea todavía lo especial del encuentro con el otro y no el encuentro con el otro como prójimo. El término que mejor define el amor es la fraternidad. 

Bien, dije yo. Entonces, aquellos que se pertenecen por naturaleza tienen, según se ve, que amarse. 

Así parece, dijo. 

Dicho esto Sócrates se da cuenta de que la relación de simetría debe ser una obligación. Que el ser amado es, a un tiempo, la misma reclamación de amor. Seamos o no capaces de hacer algo con ella. Pero esta obligación no se quiere ver como tal. Es demasiado exigente. Parece que limita la libertad de un querer y una voluntad de amar y no amar. La persona quiere arrogarse el permiso de no querer a alguien. No puede hablar obligación en el amor. El amor no se puede obligar. Aquí el amor como mandamiento no tiene cabida. Aunque hayan llegado a esa conclusión, la rechazan. La libertad está todavía demasiado asentada en la propia subjetividad libertaria, más que en la libertad que se reconoce como dada, como recibida. No hay más que un conocimiento superficial de uno mismo. 

Necesariamente, pues, el genuino y no fingido amante será querido por su amado. 

A Lisis y Menéxeno les costó trabajo conceder esto; pero a Hipotales, de placer, se le mudaban todos los colores. 

Les cuesta aceptar que al amor solo se responde con amor. Les cuesta aceptarlo. Solo da el paso aquel que cree que le conviene decir que sí sin condiciones a este discurso. Claro. Lo de siempre. Y, de este modo, en la respuesta, se ve con nítida evidencia que contamina el amor y qué no se comprende de lo dicho. 

Quiere Sócrates recapitular y analizar el argumento. Analizarse a sí mismo. Pese a que lleva tiempo hablando. Incorpora una diferencia, que es donde va a estar todo el problema. Mejor atenderlo. Le parece que están diciendo algo de "lo que es" "la amistad". Qué interesante. Trata sobre lo connatural y lo semejante. Algo que, a muchos lectores, les sonará a muchas otras páginas de tradiciones sapienciales religiosas. 

Lo más problemático, sin embargo, entiendo que no está ahí. Sino en la incorporación al análisis de la conveniencia. Seguramente, pienso yo, porque en la respuesta anterior se ha mostrado que el que seguía interesado en el discurso lo hacía precisamente bajo su propio egoísmo. Que es, dicho muy claramente, lo más contrario al amor, lo que incapacita para todo amor posible. Si el amor es por conveniencia, ni hay reciprocidad real, ni hay gratuidad y generosidad, ni hay relación, ni hay otro. Es su misma criba. 

Y yo, pretendiendo analizar el argumento, dije: Si hay una diferencia entre connatural y semejante, entonces, me parece, amigos Lisis y Menéxeno, que estaríamos diciendo algo de lo que es la amistad. Si, por el contrario, resulta que son lo mismo lo connatural y lo semejante, no es fácil rechazar el argumento anterior de que precisamente lo semejante es inútil a lo semejante por su misma semejanza; y sostener que se ama lo inútil, es desatinado. ¿Queréis, pues, dije yo, que como embriagados de discurso concedamos y afirmemos que lo connatural y lo semejante son distintos?

De acuerdo. 

La pregunta de Sócrates, al final, revela lo que está ocurriendo. Se están complaciendo, satisfaciendo sus necesidades. No están escuchando el mandato, no están atentos a lo que supone. Escuchan, pero no escuchan lo que se dice, sino la parte que les conviene que se diga. No notan la incomodidad, la grandeza del amor. La incorporan sin más a su propia vida para hacer de ella lo que su supuesta libertad quiera. Sin atender a la condición de su propia naturaleza y sin aproximarse un ápice a la verdadera pertenencia que les sostiene, a unos y otros, en una relación capaces de hablar, de escuchar, de razonar, de vivir. 

Así que Sócrates, zanja. Separa lo connatural de lo semejante. Y sigue preguntando, a ver dónde lleva todo esto. El bien, y no se puede decir mejor de otra manera, es connatural a todo. Lo malo es lo extraño, lo que no es connatural a todo. ¿Entonces? Entonces el mundo aparece dividido y retoman lo ya sabido sobre la doctrina del bien, del mal y de lo que no es ni bueno, ni malo. 

¿Sentamos entonces la tesis de que el bien es connatural a todo y lo malo, extraño? ¿Podemos también afirmar que lo malo es connatural a lo malo y lo bueno, a lo bueno, y lo que no es ni bueno ni malo, a lo que no es ni bueno ni malo?

Ellos afirmaron que les parecía que cada una de las cosas eran connaturales. 

Y se van del lado de lo connatural con lo que es connatural. O sea, de la tautología. Con lo cual, vuelven a caer en no añadir nada más, en no tratar nada nuevo, en no incorporar, con el amor, ninguna fuerza diferente que realmente una, que dé sentido, que ofrezca comunión, que destaque, por encima de toda apariencia, la común pertenencia, la copertenencia, la connaturalidad. 

Pero ya, muchachos, hemos vuelto a caer, dije, en el discurso que antes habíamos rechazado, a saber: que el injusto y el malo no son menos amigos del injusto y del malo, que el bueno lo es del bueno. 

Esta parece ser la conclusión, dijo. 

Llega entonces el final. La visita de los pedagogos, de los esclavos, de los que están a otras cosas, pero cumplen la misión con los jóvenes y a quienes los jóvenes deben obedecer. Quizá sean estos esclavos los que, de un modo u otro, vengan a señalar el otro lado de la amistad que no se había considerado y que es el cuidado, la obligación del cuidado, la escucha y la obligación de obrar conforme a lo que se escucha. Son solo los encargados de llevaros de un sitio a otro con seguridad e interrumpen, con su presencia, la conversación filosófica, como realizando algo que no se esperaba nadie que pasara. ¿No es sorprendente que termine así un discurso sobre la amistad, siendo el esclavo el que lleva la voz cantante? ¡Ni Sócrates puede con ellos! 

¿Pero, cómo? ¿Si habíamos dicho que lo bueno y lo connatural son la misma cosa, no será entonces el bien solo amigo del bien?

Cierto.

Pero esto creíamos que ya lo habíamos refutado nosotros mismos. ¿O es que no os acordáis?

Sí que nos acordamos. 

¿Qué es lo que nos queda aún por hacer con el discurso? Es claro que nada. Quizá nos falte, como a los oradores de los juicios, reconsiderar todo lo que ha sido dicho. Porque, si ni los queridos ni los que quieren, ni los semejantes ni los desemejantes, ni los buenos ni los connaturales, ni todas las otras cosas que hemos recorrido -pues ni yo mismo me acuerdo, de tantas como han sido-, si nada de esto es objeto de amistad, no me queda más que añadir. 

Dicho esto, me pasó por la cabeza poner en movimiento a algún otro de los mayores. Pero en ese momento, como aves de mal agüero, llegaron los pedagogos, el de Menéxeno y el de Lisis, con los hermanos de ellos, y los llamaban, mandándolos ir a casa. Ya había caído la tarde. Primero nosotros y después los que nos rodeaban intentamos echarlos; pero no nos hacían caso, sino que continuaban con su mal griego, enojados y sin dejar de llamarlos. Nos parecían como si se hubieran bebido un vaso de más en las fiestas de Hermes. No había, pues, nada que hacer. Vencidos, al fin, por ellos, disolvimos la reunión. Al tiempo que se iban les dije: "Ahora, Lisis y Menéxeno, hemos hecho el ridículo un viejo, como yo, y vosotros. Pues cuando se vayan éstos, dirán que nosotros creíamos que éramos amigos -porque yo me cuento entre vosotros- y, sin embargo, no hemos sido capaces de llegar a descubrir lo que es un amigo."



 

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