jueves, 25 de agosto de 2022

LISIS. Día 73. (Platón, 221e - 222a)

En este momento del diálogo, que parece hilado con lo anterior, hay un corte. Quien lea el diálogo, lo notará. Supongo. Porque da la sensación de que se opera un salto sin mayor explicación, mientras los interlocutores de Sócrates ya no lo aprecian y se limitan al acuerdo. Dicho, además, en general y con cierta sorpresa para lector por al anonimato. ¿Todos de acuerdo? ¿Todos, todos? 

El salto está en un descenso rapidísimo a lo más próximo de lo próximo. A la cercanía nominal, se podría decir. El deseo no es una pérdida de la subjetividad en un mundo quimérico e ideal, sino que apunta a un rostro. Aunque sigua siendo la idea de lo "próximo" es fácil comprender que esta idea es la única idea prácticamente que se aviene a no quedarse como mero argumento y tiene cuerpo, toma carne. El deseo se dirige hacia "aquí". No a la posición de uno sobre sí mismo y al envolvimiento en el deseo de la persona, sino a la persona que sale de sí y, saliendo de sí, en lo más próximo encuentra algo que le llama poderosamente la atención y concentra ese amor, esa amistad, ese deseo. Tiene el "objeto", tiene su "acusativo" junto a él, al lado, rozándole la piel. Por así decir. Incapaz de ir más allá, mucho más allá. Se traslada toda la densidad del discurso sobre el deseo a la inmediatez, entendida como cercanía, proximidad, projimidad. 

Pero junto a la "proximidad" está la "propiedad". Lo que uno es lo es por lo próximo. ¿Qué es lo propio del ser humano sujeto al amor, al amistad y al deseo? Dicho brevemente: que sale de sí. Un milagro. No solo en nuestra época individualista y solitaria, del sálvese quien pueda a sí mismo, de la utilización de otros, sino que parece que también entonces, en la vida política ateniense. Es decir, en todo tiempo. Porque no es histórico, sino de naturaleza, de condición humana, de propiedad de la persona. El amor saca de sí a la persona. Dónde. Hacia lo próximo. Lo detiene ahí. No lo lanza hacia lo absoluto sin la mediación de lo cercano, de lo próximo, de lo cotidiano. Está aquí descrito, lo cual es interesantísimo, con nombre y apellidos. Que no son mediación, sino término, finalidad, dirección, sentido. Apuntan a lo más propio y próximo. 

Luego el amor, la amistad, el deseo apuntan, al parecer, a lo más propio y próximo. Esto es, al menos, lo que se ve, oh Menéxeno y Lisis. 

Ellos estuvieron de acuerdo. 

τοῦ οἰκείου δή, ὡς ἔοικεν, ὅ τε ἔρως καὶ ἡ φιλία καὶ ἡ ἐπιθυμία τυγχάνει οὖσα, ὡς φαίνεται, ὦ Μενέξενέ τε καὶ Λύσι.

συνεφάτην.

Por si acaso hay dudas, Sócrates lo concreta en ellos. Les aplica la intuición, la lleva su vida. Les dice "tú y tú", "vosotros". Y ellos se reconocen. La idea de "lo más propio y próximo" tiene nombres.

Así pues, si vosotros sois amigos entre vosotros, es que, en cierto sentido, os pertenecéis mutuamente por naturaleza. 

Ciertamente, dijeron. 

ὑμεῖς ἄρα εἰ φίλοι ἐστὸν ἀλλήλοις, φύσει πῃ οἰκεῖοί ἐσθ᾽ ὑμῖν αὐτοῖς.

κομιδῇ, ἐφάτην.

Estas es la gran aportación, en mi lectura al menos, de este diálogo. La copertenencia reconocida. La vista. La dicha incluso y luego no identificada. El problema de la amistad no es que aporta algún elemento nuevo a la vida humana, sino que la recupera en su naturaleza, en su condición, en su ser, en lo que se quiera decir cuando se dice persona. Y que aquí los amigos lo ven, lo saben. Y se da entre ellos algo que no es que sea exclusivo y original de la amistad. La amistad es la recuperación de la condición humana del ser humano, de la que se ha alejado en la división, el enfrentamiento. Nos dice, la amistad con el cercano, que la amistad con el género humano es posible, porque es de mutua naturaleza, porque es connatural pertenecer, depender, establecerse con otros, caminar juntos. Es propio de la amistad, no exclusivo. Cuando se busca su exclusividad, en el fondo, se hierra en la cerrazón. 

Se ama por "connaturalidad", al reconocer al otro como yo, al otro que no es yo y es como yo. Se empieza a amar por algo, pero se acepta todo. Aunque haya una conexión y cercanía en algo, que no en todo, se empieza meramente por ahí sin poder seleccionar, como persona, solo un aspecto del alma, del modo de ser, de los sentimientos o del aspecto. Sea lo que sea, como persona, no es fragmentable si es que la amistad llega a término. 

Connaturalidad que podemos experimentar de dos modos, sin que uno y otro se nieguen. El primero, la sorpresa de la semejanza y desemejanza. Hay otras palabras. Da igual. El ver en el otro otro yo y a la vez otro distinto de mí, que se resiste al a igualación. El segundo, descubrir que el otro comparte también la naturaleza que vivo como mía, con la que me voy haciendo, y que en no pocas ocasiones me resulta extraña. El otro debe vivir algo similar a lo mío, cercano. 

Y si, en efecto, muchachos, el uno desea al otro, dije yo, o lo ama, no lo desearía, o amaría o querría, si no hubiese cierta connaturalidad hacia el amado, bien en relación con el alma, con su manera de ser, sus sentimientos, o su aspecto. 

Cierto -dijo Menéxeno, mientras Lisis calló. 

καὶ εἰ ἄρα τις ἕτερος ἑτέρου ἐπιθυμεῖἦν δ᾽ ἐγώ παῖδες ἐρᾷοὐκ ἄν ποτε ἐπεθύμει οὐδὲ ἤρα οὐδὲ ἐφίλειεἰ μὴ οἰκεῖός πῃ τῷ ἐρωμένῳ ἐτύγχανεν ὢν  κατὰ τὴν ψυχὴν  κατά τι τῆς ψυχῆς ἦθος  τρόπους  εἶδος.

πάνυ γε, ἔφη ὁ Μενέξενος: ὁ δὲ Λύσις ἐσίγησεν.

Y dónde quedó ahora el total acuerdo. Menéxeno se adelanta. Lisis calla. ¿No es una forma de negar, de modo radical la connaturalidad y comprobar la diferencia?  Puede ser. ¿O es que es suficiente con que uno hable por todos? ¡Imposible! ¡Ni en el amor, ni en la amistad, ni en el deseo! 



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