miércoles, 24 de agosto de 2022

LISIS. Día 72. (Platón, 221c -221e)

Ya queda poco. Voy a terminar y daré por finalizado el blog una temporada. Por las mismas razones por las que podría seguir. Porque es innecesario y porque tengo la oportunidad de hacerlo sin dejar de continuar estudiando, leyendo y escribiendo. Me voy dando cuenta, cada vez más, de la capital importancia del diálogo, de la conversación, y de cómo ella es la que realmente puede alumbrar algo de verdad. Hay verdad. Hay por tanto que buscarla. Y dudo mucho que esto ocurra exclusivamente entre libros. En absoluto es un rechazo de lo escrito. Ojalá fuésemos capaces de escribir las cosas más bellas. Y, después, leerlas y dejarnos cautivar por su bondad.

Vuelve Sócrates sobre la tesis, que antes había sido establecida, como punto de apoyo firme y seguro. Esto es, como verdad. La definición de persona es "el que quiere". Este querer tiene un sentido y una motivación, una finalidad y una causa. Ambas cuestiones no son del mismo orden. Se insiste en que no hay mecanicismo, podríamos decir. No se puede articular lo humano del mismo modo que se explica el movimiento de los astros. No se puede "a priori", antes de vivirlo. Si acaso, cabe la reflexión, que es siempre posterior, que se coloca detrás. Y ahí es donde puede aprender algo de su propia verdad.  

La otra cuestión es que su posición es la de no ser ni bueno, ni malo. Más claramente, la persona es un ser moral, en relación con el bien y con el mal. De su relación con el mal se puede dar cuenta de modo más que evidente en tanto que sufre. Segundamente, que también hace sufrir. No poco. De la relación con el bien, misteriosamente, se oculta más. Se oculta él de su propia relación con el bien, que es responsabilidad y comienza con la culpa, con la vergüenza. 

Lo tercero es infinitamente más problemático. Dice que quiere el bien a causa del mal. Como para escapar del mal y no por el bien mismo. Lo cual, entiendo, es un tanto absurdo. Si no en primer lugar, sí en segundo. Sería como decir que alguien hace algo solo por la presión social, por el miedo al castigo, por una suerte de evitación de lo que pueda ocurrirle, sin ir en ninguna dirección. Toda la autonomía de la persona y la responsabilidad se irían por la borda en un instante. En este preciso instante. 

Bien, habíamos reconocido que el que quiere, quiere algo y por algo, y habíamos creído entonces que, al menos, lo que no es ni bueno ni malo quiere el bien por causa del mal. 

Es verdad. 

οὐκοῦν ὡμολόγηται ἡμῖν τὸ φίλον φιλεῖν τι καὶ διά τι: καὶ ᾠήθημεν τότε γε διὰ τὸ κακὸν τὸ μήτε ἀγαθὸν μήτε κακὸν τὸ ἀγαθὸν φιλεῖν;

ἀληθῆ.

Aunque habían dicho y pensado eso, ahora Sócrates pone a la luz una fisura en su argumento, una contradicción o una ampliación de la definición anterior. Y es que, según parece, hay más "causas", más "orígenes" del querer y del ser querido. La voluntad tiene más movimiento y vitalidad de la que un primer análisis ha descubierto. Ahora toca elegir. 

Mas ahora, al parecer, se presenta otra causa del querer y del ser querido. 

Así parece. 

νῦν δέ γε, ὡς ἔοικε, φαίνεται ἄλλη τις αἰτία τοῦ φιλεῖν τε καὶ φιλεῖσθαι.

ἔοικεν.

Un porqué diferente. No considerado. ¿Cuál? ¿El deseo? Con cuál quedarse, o cómo sumar ambos y explicar, aunque sea en la reflexión, lo que ocurre. Como mínimo, se aprende a distinguir. Aquí se había dicho que primero era el miedo y ahora el deseo. El problema, a mi entender, es que todo parece partir de alguien que quiere. Lo cual no es así. O no es así del todo. Será más bien porque es querido, porque es obligado por alguien a sacar algo de sí, a mostrarse de un modo verdadero y preciso. Aun con el miedo, pese al miedo, frente al dolor y al sufrimiento que causen, dejando así de resguardar la vida y saliendo con temor y temblor. 

En realidad, ¿no es, como antes decíamos, el deseo la causa de la amistad, y el que desea quiere aquello que desea y cuando lo desea? Lo que antes decíamos sobre el querer, ¿no era una palabrería, como un largo y artificioso poema?

Es probable. 

ἆρ᾽ οὖν τῷ ὄντι, ὥσπερ ἄρτι ἐλέγομεν, ἡ ἐπιθυμία τῆς φιλίας αἰτία, καὶ τὸ ἐπιθυμοῦν φίλον ἐστὶν τούτῳ οὗ ἐπιθυμεῖ καὶ τότε ὅταν ἐπιθυμῇ, ὃ δὲ τὸ πρότερον ἐλέγομεν φίλον εἶναι, ὕθλος τις ἦν, ὥσπερ ποίημα μακρὸν συγκείμενον;

κινδυνεύει, ἔφη.

Es preciosa, por fin, la respuesta. Maravillosa, inconsistente, rugosa. Nada de es verdad, nada de es cierto, nada de estamos de acuerdo. Simple y llanamente "es probable". En otras ocasiones dicen "parece", lo cual es como que algo está brillando. Ahora, sin embargo, "razonan". Y la razón es la que les lleva a esa holgura. Algo que, a todas luces, no hubieran considerado por sí mismos, ni de primeras. Cómo empezar por aquí, viviendo como vivimos. Es una respuesta que va iluminando un terreno maduro. Sencillamente "es probable". Etimológicamente emparentado con el riesgo. 

Pero, sin embargo, dije yo, el que desea, ¿no está acaso privado de aquello que desea? ¿No es verdad?

Sí. 

ἀλλὰ μέντοιἦν δ᾽ ἐγώτό γε ἐπιθυμοῦνοὗ ἂν ἐνδεὲς τούτου ἐπιθυμεῖ.  γάρ;

ναί.

La idea fundamental de la pregunta anterior, en la que se ha detenido la filosofía mucho, a mí me suena al arquero y la fecha o al corredor veloz y la tortuga, es decir, una auténtica aporía lógica. Más que un juego de palabras, una provocación auténtica a la razón. Que no es más que una forma de decir que no hemos pensado bien lo que teníamos que pensar bien. Y que le produce a la razón una contrariedad porque los sentidos no pueden tener más razón que ella. Sin embargo, es algo que hemos visto siempre y siempre veremos. 

Lo interesante es la privación. El que desea tiene y carece, como suele decirse. O es poseído por aquello que carece y, a eso y no a otra cosa, le llamamos desear. Porque si tuviera de lo que desea el deseo se calmaría y desaparecería. Pongo calmaría por lo que ya sabemos que ocurre con el deseo. Y pongo desaparecería porque, efectivamente, parece apagarse, aunque luego reaparezca una y otra y otra vez, normalmente deseando más y más y más. ¿Qué ocurre entonces y qué relación tiene con el amor, bajo el prisma del deseo?

Así pues, el que está privado de algo, ¿no es amigo de aquello de lo que está privado?

Me parece que sí. 

Aquí insistiría en que no. Ni mucho menos. Al menos que hablemos, al menos, de dos deseos. Porque en no pocas ocasiones el cumplimiento de lo que se desea es la misma refutación de la comprensión que cualquier persona tiene de su deseo. Yo pongo el ejemplo infantil del regalo de Navidad. Pero en la vida adulta puede suceder sinceramente con cualquier fin de semana o con algo muy esperado cuya realización no cumpla las expectativas. Ahora bien, hay otro deseo que lo que refleja a la persona misma es su oquedad, que cree en primera instancia ser capaz de llenar con algo, no siendo más que fruto de su temporalidad, o una inteligencia torpe respecto de su temporalidad. Si hablamos, por otro lado, de deseos de un aspecto más saciable y, al mismo tiempo, vemos otros que sería casi imposible realizar, entonces sí caemos en la cuenta de nuestra condición humana. No como ser insaciable, impotente para satisfacerse a sí mismo, sino más bien del lado de su grandeza y misterio. Algo que se objetará en contra es que lo del espíritu no está demostrado. Sin embargo, toda persona se entiende a sí misma como espíritu y le cuesta, mucho más, reconocerlo en otro. El deseo, así comprendido, es más que privación, que negación, que contradicción. Otra cosa es cómo vivirlo. 

Y al que se le quita algo está privado de aquello que se le quita. 

¿Cómo no?

Este es otro asunto. Si la privación viene provocada y si la persona puede comprenderse a sí misma, en el transcurso de su existencia sobre todo, como alguien a quien le han robado algo -diríamos- esencial, fundamental. Lo cual no sería tan desechable de primeras. Al menos muchos relatos míticos, mitológicos, y no por ello irracionales y absurdos, han dicho al narrar esta condición "post". 



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