viernes, 1 de julio de 2022

LISIS. Día 67. (Platón, 220b)

Ayer terminó el tema con la diversidad y amplitud de las amistades, que es fácil reconocer, con mucha sencillez y sin excesiva reflexión, que son muchas. No hay dos amistades iguales. Se me antoja decir que ni siquiera hay "una amistad" porque toda amistad es plural, como mínimo dual, comporta en sí misma alteridad indiscutiblemente. Ha sido durante el diálogo reconocido abiertamente, en tanto que gratuidad sin búsqueda de reciprocidad. Es decir, no solo es de origen histórico diverso, sino que en su amor culminan y están cumplidas de algún modo las finalidades.

Me imagino a muchas personas -algunas conocidas y reconocidas- pasando tiempo entre estos párrafos, como queriendo participar del diálogo. Se me antoja que Sócrates podría haber parado aquí toda conversación y formular preguntas en otra dirección, no tan lineal. Pero algo que sí me gustaría notar es que la escritura del diálogo, es decir, participar de él recibiéndolo de este modo, obliga a una linealidad que no se da en el tiempo presente del diálogo en sí mismo considerado. En el diálogo no hay nada preestablecido propiamente, sin embargo aquí puedo ir adelante y atrás, estudiar una palabra tras otra con un detenimiento mortecino, aunque fecundo en otro orden. Aquí hay más reflexión que diálogo. 

De hecho, sería curiosísimo saber cuáles fueron las amistades de Sócrates. En quiénes estaría pensando al pensar esta diversidad de amores. Yo tengo mis opciones. El próximo lector las suyas. Y cuesta, en nuestro tiempo, dejarse detener y pararse excesivamente en una sobre otras, en una relación sobre otras. Como siempre, creo que es indiscutiblemente evidente que sabemos muy bien lo que no son amigos y sería fácil poner en duda muchos amores que en un tiempo lo prometían todo a cambio de nada. Sin embargo, el amor se da, está presente. Incluso alguien sin amigos sabe que hay rastros de amistad en la historia y es fácil que piense que otros sí han hallado lo que a él se le hurtó por la razón que fuera. Nunca una, sin duda. Nunca simple, nunca sin más, nunca esto y no lo otro. Porque cabe tener dudas sobre todo y al mismo tiempo resiste la certeza de la amistad y del amor como tal. Se puede, como mínimo, pensar. Y la persona se puede recrear en la amistad hasta sin tener amigos. Aunque no sea más que como deseo. 

Un problema, que ya ha aparecido y que ha hecho temblar a más de uno, es empezar a darse cuenta de que no describimos, ni definimos bien lo que vivimos. Sabemos lo que vivimos, pero no reflexivamente, sino intuitivamente. Y toda intuición es confianza en alguno de sus flancos o pretende alcanzar una amplitud cuyo punto y origen, tan contingente y finito como la persona misma, sabe que se da más por una fuerza y vitalidad que nace de sí que por una constatación a prueba de todo reto y crisol. Mejor, en verdad, no querer filtrar demasiado pronto, mucho menos encasillar entre el todo y la nada. La palabra "algo" es sabia. 



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