domingo, 20 de marzo de 2022

LISIS. Día 47 (Platón, 214a - 214c)

En lo semejante, ¿es ahí donde hay amor? ¿No debería ser en la diferencia? ¿Qué sentido tiene hacer que lo semejante se encuentre y qué hay de maravilloso en ello sin alteridad, sin diferencia, sin el otro? ¿A dónde conduce lo meramente semejante sino a la repetición de uno mismo y, por tanto, a un supuesto amor al otro que no es más que amor a uno mismo, complacencia en la autocomplacencia? ¿Eso es amor realmente? ¿A eso puede aspirar la persona? ¿En serio? 

Por supuesto, lo más llamativo de todo, después de considerarlo mínimamente, es que una persona considere que otra no es semejante o que se considere, mejor dicho, a sí misma como no semejante a la humanidad del otro, a la personeidad -o como se quiera decir, que las palabras ayudan o no- del otro, al ser personal del otro negando de este modo su propio ser personal. Espero haberme explicado aunque sea mínimamente. 

Seguimos con el diálogo. 

¿No han llegado, en efecto, a tus manos escritos de gente muy sabia que dicen estas mismas cosas, a saber, que lo semejante siempre tiene que ser amigo de lo semejante? Me refiero a esos que han hablado y escrito sobre la naturaleza y sobre el todo. 

Tienes razón, dijo. 

¿Entonces es que proponen cosas sensatas?, dije yo. 

Tal vez, dijo. 

Tal vez, dije, lo hacen a medias, tal vez de una manera incompleta, pero nosotros no somos capaces de captarlo. Pues nos parece que el malvado, cuanto más cerca esté del malvado y más lo frecuente, tanto más enemigo llegará a ser, porque ofende. Pero los que ofenden y los ofendidos de ninguna manera pueden ser amigos. ¿No es así?

Sí, dijo. 

οὐκοῦν καὶ τοῖς τῶν σοφωτάτων συγγράμμασιν ἐντετύχηκας ταῦτα αὐτὰ λέγουσιν, ὅτι τὸ ὅμοιον τῷ ὁμοίῳ ἀνάγκη ἀεὶ φίλον εἶναι; εἰσὶν δέ που οὗτοι οἱ περὶ φύσεώς τε καὶ τοῦ ὅλου διαλεγόμενοι καὶ γράφοντες.

ἀληθῆ, ἔφη, λέγεις.

ἆρ᾽ οὖν, ἦν δ᾽ ἐγώ, εὖ λέγουσιν;

ἴσως, ἔφη.

ἴσως, ἦν δ᾽ ἐγώ, τὸ ἥμισυ αὐτοῦ, ἴσως δὲ καὶ πᾶν, ἀλλ᾽ ἡμεῖς οὐ συνίεμεν. δοκεῖ γὰρ ἡμῖν ὅ γε πονηρὸς τῷ πονηρῷ, ὅσῳ ἂν ἐγγυτέρω προσίῃ καὶ μᾶλλον ὁμιλῇ, τοσούτῳ ἐχθίων γίγνεσθαι. ἀδικεῖ γάρ: ἀδικοῦντας δὲ καὶ ἀδικουμένους ἀδύνατόν που φίλους εἶναι. οὐχ οὕτως;

ναί, ἦ δ᾽ ὅς.

Largo texto para lo acostumbrado. Pero importante. Primero, porque ya se ve la ironía. Aunque lo doloroso es que están muy presentes afirmaciones así. Son "sabios" y no cualquiera el que va escribiendo por ahí la cercanía de los semejantes. Entonces se da la amistad entre amigos, sin más. En lugar de ser el amor el que aproxima y asemeja, el que hace la tarea de unir desvelando la común humanidad. Dicho de otro modo, el amor provoca que la persona sea humana y de ahí la sorpresa por la amistad. Pero lo que más abunda, con diferencia, es la común opinión sobre la cercanía de lo común. Incluso haciendo que la persona se rebaje a sí misma hasta tener que considerarse como una pieza más de la gran naturaleza, de la gran mundanización del mundo. No ama al mundo entonces, sino que solo se ve como una pieza en él semejante a muchas otras. 

No hay sorpresa por el semejante, sino que se afirma un ser semejante previo a la cercanía. Lo cual es como si nadie hubiera tenido que hacer nada por ser él mismo y solo con estar fuera suficiente. Lo terrible es que estamos a merced de las interpretaciones de unos y otros, en lugar de pensar, de reflexionar, de examinar y de buscar. Lisis reconoce que es verdad, pero no lo que dicen sino que han llegado a él dichos o escritos, de una u otra manera. Pululan por doquier estas afirmaciones hasta convertirlas en comunes, en opinión general. Pero la opinión general no tiene que ser considerada, por ser de muchos, como verdad. Debe ser examinada. Además, al ser tan común y tan difícil de no toparse con ella, lo normal sería tener que empezar por ahí. Y una vez que se quiere examinar, por el mero hecho de examinarla, salirse de ella y perderse en otro mundo. Y dado que el examen socrático es siempre un diálogo, es decir, un encuentro, en el encuentro mismo se da la proximidad prometida por el dios. Pero no exactamente la concordancia, la "homología" y el "conocimiento mutuo". La filosofía solo separa de lo común para examinarlo. Ni lo afirma, ni lo niega. Pero separarse es todo lo contrario de lo que decimos comúnmente que hace la razón. Porque no se separa realmente sino que lo ahonda, lo profundiza, se acerca más y más para ver si hay algo que deba ser considerado. Aunque sea la mitad, es decir, una parte. 

Los sabios dicen muchas cosas. Es curioso. Muchos sabios que creen ser originales dicen muchas cosas que son iguales. Y se citan unos a otros queriendo serlo. Y distanciarse además de los demás para ser reconocidos como diferentes y luego seguidos, escuchados y atendidos. Esto es lo que Sócrates considera sabios aquí, que no son precisamente tales. 

La cuestión del "a medias" (heminus, que suena mucho y muy cercano al homoios) es mucho más importante de lo que parece. No se trata de una "cantidad", más bien trata con "ser parte", o con cómo siendo "parte" se comporta como tal sin ser capaz de ser "todo". Por eso hay una disciplina maravillosa, encargada de todos y partes, que se llama "mereología". Palabra que me encanta, dicho sea de paso, a la que tengo un aprecio enorme aunque no sea común escucharla. Ser parte implica no ser todo, relacionarse con otras partes. Ser parte, además, obliga a alguien a vivir un todo de modo diferenciado, captando su propiedad singular, su individualidad. Al otro no se le puede amar como se ama a uno mismo, ni por amor a uno mismo, precisamente porque entonces no hay otro. Quizá se le puede amar con el amor de otro, pero no por amor a uno mismo. De hecho, empiezo a pensar que detrás de todo este diálogo socrático lo que el amor refiere es precisamente la singularización e individualización de toda persona, su separación, su distinción como amante como primera verdad posible frente a cualquier otra verdad posible. Esta posibilidad es la que abre un resquicio en su individualidad que le obliga a considerar otro como principal, como genuino, como digno de sí mismo, que es lo más grande que alguien puede conocer inmediatamente en el mundo, y por eso mismo rompe su inmediatez en la relación con el mundo. 

En cualquier caso, es una locura pensar que se trata de una matematización de la realidad y de la humanidad, considerando que se pueda ver como "una parte" de algo. Se trata de "ser parte" no de "una parte" de un todo. El "ser parte" se dice a sí mismo de forma relativa a algo mayor, y se ve separado y distante del mismo. El amor que busca unir tendrá que vivir muchas separaciones para seguir dando pasos sin ser capaz jamás de llegar por sí mismo a la unidad pretendida. Es un progreso en la locura de la voz que reclama, más que en la cordura del mundanal ruido. Se da una auténtica fractura en la vivencia misma del tiempo al ser parte de algo que somos incapaces de considerar, al mismo tiempo que hay una inmersión honda en la profundidad de la vida, donde no se hace pie de ningún modo. 

La maldad se hace presente. Quizá para volver ridícula cuanto antes la afirmación de los sabios. Los malos juntos se odian, no se apoyan. El malvado siempre ofenderá, luego el ofendido, siendo malvado también, se enemistará más y más. Lo que hay es, por tanto, más que una foto estática el reconocimiento de un dinamismo en el que se pierde cercanía en la cercanía precisamente del malvado con el malvado, aunque no siempre con el bueno. Del bien no se dice nada todavía. Pero los ofendidos no podrán estar juntos, según parece. El mal repele al otro, no lo reconoce, se aprovecha para seguir su estela de maldad, que será la de estar solo en el mundo y ser él todo lo semejante. Se vuelve semejante la realidad en su trato a la maldad. O no. Cabe decir que no. 

Ridiculizar a los poetas tan rápido, en una sola página... Tiene su aquel... Porque hay también una alabanza de lo dicho al considerar que el poeta siempre es parcial relatando con sus palabras la esencia de lo verdadero y de la vida. Habría llegado el poeta más lejos de lo que cree, salvo por saberse o creerse sabio con sus palabras. El poeta solo debería señalar que algo puede considerarse de otro modo y despertar. Pero no tiende a ello, ni quiere acercarse demasiado. Lo cual, dicho sea de paso, al admirar aquí Sócrates los versos de Homero, y tantos otros, no deja de poner sobre la mesa que todo es una continua lucha y guerra, que inicia, perpetúa y termina en muerte. 



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