miércoles, 2 de febrero de 2022

LISIS. Día 33. (Platón, 211b - 211c)

Todo este parón que hay en la conversación filosófica es una especie de metaanálisis de la conversación filosófica. Me faltan conocimientos para adentrarme en todo lo que se dice con detalle. Me gustaría poder hacerlo. Solo atisbo unas cuántas diferencias. La conversación que no se da sin las personas con sus propiedades, con sus cualidades, con su disposición para el diálogo, pase lo que pase. A lo que podría llamar apertura, frente a la cerrazón de quien entra en la conversación para que nada ocurra y dar solo su opinión sin intención alguna de modificar nada y salir victorioso. Mejor dicho, la cerrazón de quien entrará en la conversación para no mover su posición personal creyendo que así es como mejor se muestra y como alcanza el bien. O, dicho de otra manera, quien participa en un diálogo sabiendo todo y usando ese momento de encuentro para imponerse a los demás, como en una batalla. Por eso el título que se da a Menéxeno es particularmente llamativo, frente a lo que se dice de Lisis y a la actitud dócil de Sócrates que va y viene, viene y va. 

Sorprende, por otro lado, que Sócrates haya dado por felizmente terminado el encuentro con Lisis y que no lo quiera retener más, mientras que el mismo Lisis humillado sea quien desee más conversación y que se digan más cosas, y que se use ese mismo diálogo con Menéxeno para ver cómo responde. 

Recuerdo que todo esto trata del amor. Luego hay alguna relación entre el amor y el diálogo. Supongo que algunos puntos son para todos evidentes. Otros quizá queden ocultos y tengan que esclarecerse. Porque no puede ser que nos movamos en estos términos siempre. Es más, parece que algunos conviene, después de este diálogo, deshacerse de ellos lo antes posible. 

Más allá de que Menéxeno sea un "disputador", un "guerrero en la conversación", alguien de guerra más que de paz, alguien de enfrentamiento, se apunta que es discípulo de un sofista, de Ctesipo. 

Por partes. ¿Para qué quiere Lisis que Sócrates dialogue con Menéxeno?

Por Zeus, que lo sé dijo, y de qué manera; por eso, quiero que tú dialogues con él. 

¿Para que haga el ridículo?, le dije. 

No, por Zeus, sino para que lo frenes. 

¿Cómo?, le dije. No es nada fácil, pues es un hombre hábil, discípulo de Ctesipo. Por cierto, que ahí lo tienes, ¿no lo ves?, al mismo Ctesipo. 

En griego. 

ναὶ μὰ Δίαἔφησφόδρα γεδιὰ ταῦτά τοι καὶ βούλομαί σε αὐτῷ διαλέγεσθαι.

ἵνα, ἦν δ᾽ ἐγώ, καταγέλαστος γένωμαι;

οὐ μὰ Δία, ἔφη, ἀλλ᾽ ἵνα αὐτὸν κολάσῃς.

πόθεν; ἦν δ᾽ ἐγώ. οὐ ῥᾴδιον: δεινὸς γὰρ ὁ ἄνθρωπος, Κτησίππου μαθητής. πάρεστι δέ τοι αὐτός—οὐχ ὁρᾷς; — Κτήσιππος.

En la pregunta de Sócrates, ya que Lisis insiste, se ve si Lisis quiere que haga con Menéxeno lo mismo que ha hecho con él, pero parece que no. Lo que Lisis interpreta de lo ocurrido no es humillación, sino "un frenar", "un apaciguarse", "un resistir" su ímpetu. Quiere que pase eso, que sea accesible, que no se muestre así. 

Se dice de él que es hábil, siendo discípulo. O precisamente como discípulo. Es decir, que bajo la influencia del sofista Ctesipo ha ido ganando orgullo en su escuela, entre los discípulos, como orador difícil de resistir, como alguien que se impone en la argumentación fácilmente. No sabemos si esto se da solo entre los niños o si se ha convertido en un niño que también somete a los adultos. Es decir, la encarnación del convincente, del que se presenta como sabio y al que todos recurrirán y entregarán lo que tienen, pronto a realizar el éxito de someter familia, vecinos y ciudadanos. Alguien, por lo tanto, sin amigos, que no trata en igualdad a nadie, alguien cuya dignidad se ha tornado orgullo. Casi da miedo ponerse a hablar con él, porque según parece sabe mucho del arte de hablar para gobernar.

Y lo mejor es el detalle que viene ahora.

No te preocupes de nadie, Sócrates, dijo, sino ve y habla con él. 

Así que soy yo el que he de hablar, le dije. 

μηδενός σοι, ἔφη, μελέτω, ὦ Σώκρατες, ἀλλ᾽ ἴθι διαλέγου αὐτῷ.

διαλεκτέον, ἦν δ᾽ ἐγώ.

Tremendo consejo. Que hace reír y recuerda la defensa de Sócrates. Un buen momento, sin duda. O sea, que Sócrates debe hablar sin que nadie le preocupe, sin preocupación por nada, sin temor de los otros. Solo dialogar, hablar con él. Nada más. Es decir, que ande sin cuidado de nadie, que de nadie se preocupe. 

Quizá el diálogo mejor de todos los posibles sea ese en el que se habla sin poner demasiado cuidado y diciendo las cosas que hay que decir, centrados únicamente en la pregunta y la respuesta, en la búsqueda de la verdad. O, al menos, sin perder de vista esto, sin atender demasiado a la complacencia del que oye, sin hablar para adular y complacer. Quizá sea el mejor diálogo para la filosofía misma, no tanto para el prestigio de quien dialoga, ni mucho menos para buscar complacencias en otros. Hablar sin miedo tiene su repercusión. Y ya sabemos cómo termina. Aunque al principio, quizá a unos pocos y solo a unos pocos, pueda resultar agradable, esto termina en juicio. Y si en la defensa se mantiene la misma actitud, entonces termina en cicuta. No hay que olvidarlo. Este diálogo entre jóvenes se escribe sabiendo lo que vendrá después. Y que el compromiso con filosofía es un compromiso con la verdad que no teme y lucha contra la muerte. 



 

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