sábado, 22 de enero de 2022

LISIS. Día 22. (Platón, 208d - 208e)

Lo que empezó a describirse ayer resulta muy llamativo por diversas razones, especialmente por la relación entre libertad y esclavitud. Dando por supuesto, porque no se ha dicho todavía, que la persona crece en algo más que en estatura y volumen corporal, y que hay toda una mecánica de desarrollo personal en el sentido más amplio de la palabra, tal desarrollo se pone en manos de esclavos: pedagogos y maestros, sujetos a la voluntad del padre de la casa, pagados a sueldo por su saber y disciplina. En esta educación de la persona interviene, por lo tanto, tanto un camino a seguir como muchos que no seguir. 

El descubrimiento griego de la comunidad autónoma y democrática en gran medida se apoya en esta implicación del joven en la raíz de su tradición, a la que no llegaría por sí mismo rápidamente sin ayuda, movido por sus deseos inmediatos y no por las responsabilidades que asumirá. Aquí cambia todo. La tarea está más puesta en preparar para la libertad que considerar que un joven está, por sí mismo y por nacer sin más en Atenas, capacitado para tales compromisos libremente. Casi se diría que toda comunidad ha entendido, de una u otra forma, que cierta libertad emergente en cada nuevo individuo supone un riesgo que hay que modelar y aplacar. 

Lo anterior, en cuanto a lo negativo, porque por aquí va la conversación. Lisis asume perfectamente que lo que debe hacer es lo que el padre decide y que, para ello, dispone de la riqueza suficiente. Un intercambio extraño, que no debemos pasar ligeramente por alto. Tanto el tener como el no tener. 

Sócrates contraataca. 

Muchos son, pues, los maestros y gobernantes que a tu padre le han venido a bien imponerte; pero, acaso, cuando vienes a casa con tu madre ella te deja hacer lo que quieras, con sus lanas o con sus telas, cuando está tejiendo, y todo ello por verte feliz. Porque seguro que no te impide que toques la tablilla, ni la lanzadera, ni ninguna de las otras cosas que necesita para tejer. 

Y él riendo: Por los cielos, dijo, oh Sócrates, no sólo me lo impide, sino que me pegaría si pusiese las manos en ellas. 

¡Por Heracles!, dije. ¿Acaso es que has molestado en algo a tu padre o a tu madre?

Por Zeus, que no es este mi caso, dijo. 

παμπόλλους ἄρα σοι δεσπότας καὶ ἄρχοντας ἑκὼν ὁ πατὴρ ἐφίστησιν. ἀλλ᾽ ἆρα ἐπειδὰν οἴκαδε ἔλθῃς παρὰ τὴν μητέρα, ἐκείνη σε ἐᾷ ποιεῖν ὅτι ἂν βούλῃ, ἵν᾽ αὐτῇ μακάριος ᾖς, ἢ περὶ τὰ ἔρια ἢ περὶ τὸν ἱστόν, ὅταν ὑφαίνῃ; οὔ τι γάρ που διακωλύει σε ἢ τῆς σπάθης ἢ τῆς κερκίδος ἢ ἄλλου του τῶν περὶ ταλασιουργίαν ὀργάνων ἅπτεσθαι.

καὶ ὃς γελάσας, μὰ Δία, ἔφη, ὦ Σώκρατες, οὐ μόνον γε διακωλύει, ἀλλὰ καὶ τυπτοίμην ἂν εἰ ἁπτοίμην.

Ἡράκλεις, ἦν δ᾽ ἐγώ, μῶν μή τι ἠδίκηκας τὸν πατέρα ἢ τὴν μητέρα;

μὰ Δί᾽ οὐκ ἔγωγε, ἔφη.

Otra vez salta por los aires todo lo que se lee desde la sensibilidad alcanzada en el siglo XXI. Es real que consideramos que hay una evolución -no es la palabra, como tampoco lo es progreso- en la humanidad en lo que a ética o moral o costumbres se refiere. Ahora la madre, en el ámbito doméstico y ubicada en la casa, responde al mismo patrón que el padre en lo público y los bienes del trabajo. En lo común, que es el hijo, se unen con idéntica voluntad: prohibir que haga ciertas cosas o se comporte como le viene en gana sin límites, sin control y a merced de su propio deseo. 

Si el padre le ha puesto muchos déspotas y arcontes para gobernarle, como si fuera peligrosísimo, La madre, igual que el padre, reprende e impide. Y lo hace con autoridad y fuerza, por ser quien es ella y por ser quien es el hijo. Lisis tiene pinta de ser un ser extraño del que protegerse, que llega como un auténtico extranjero alejado de las costumbres que sitúan todo en orden. No hay que perderlo de vista. 

Lo anterior, no es todo. Si lo que mueve el discurso realmente es el amor, algo en la familia se ha despertado para amar de esta manera al hijo, como bien dice Sócrates, para impedir que los deseos del hijo se apoderen de la vida del hijo, y padre y madre no escatimarán en medios para emplearse en este "combate". El término bélico puede resultar excesivo. O no. Quien pueda buscar en el griego rastro de estos términos, que lo haga. 

Insisto, se trata de una obra de amor. Pongamos en situación el tema. Como si dos mal llamados amores estuvieran en movimiento al interior de la familia y, por ende, de la sociedad misma. El del deseo que se llama con frecuencia amor a sí mismo y el de la familia que, por sí mismo, es amor al otro "propio", atado por la vida misma, si no por el destino o la providencia. 

Lisis sigue concediendo terreno sin hacer más preguntas. Se limita a la superficie, a los hechos, al reconocimiento de lo que va aprendiendo como forma de vida ordinaria y cotidiana, sin cuestionar nada de lo que está ocurriendo. Es, diría él, así, sin más. 

Por si fuera poco, el final de esta parte, es la pregunta por el mal. ¿Se están defendiendo los padres de Lisis del mal que ha causado Lisis, de su ofensa? Y la respuesta de Lisis es tajante: No, ni de lejos, ni por asomo. La ofensa de Lisis no se ha hecho presente. ¿Por qué? Porque, en la lógica de lo que estamos hablando, se lo han impedido. Si no, hubiera sucedido. Mejor dicho, ¿hubiera sucedido? ¿Cómo sería si todo fuera de otro modo, sin la "dirección" marcada tan intensamente por déspotas y arcontes, padres y madre, pedagogos y maestros? No lo sabremos. Es verdad. ¿Lo imaginamos?




No hay comentarios:

Publicar un comentario