domingo, 9 de enero de 2022

LISIS. Día 9. (Platón, 205d)

Giro inesperado para Hipotales, que ya se complacía en la pureza de su amor por Lisis, con Ctesipo como testigo y con Sócrates como sello. Hipotales, tan feliz con sus canciones y poemas, con el arrebato que lleva dentro y tanto sublime vivido inmediatamente y sin saber qué decir de él salvo lo que de él parece proceder maravillosamente, recibe la pregunta contundente del examinador que dice saber muy bien lo que es el Eros. Suena más contundente el frenazo de Sócrates que el paréntesis en la agilidad que ha hecho Ctesipo con su intervención. De hecho, Sócrates corta a Ctesipo y no quiere oír más. 

En escuchando esto, dije: ¡Ridículo Hipotales! ¿Antes de haber vencido compones y cantas tu propio encomio?

καὶ ἐγὼ ἀκούσας εἶπον: ὦ καταγέλαστε Ἱππόθαλες, πρὶν νενικηκέναι ποιεῖς τε καὶ ᾁδεις εἰς σαυτὸν ἐγκώμιον;

A parte de insistir, y ya son dos testigos, en que es alguien "ridículo", como alocado y fuera de sí, le sitúa en el tiempo y desprotegido. Lo suyo sería, en estos momentos, la batalla y cantar el heroísmo y la lucha. No ha vencido. Se lo recuerda muy bien. No hay victoria en lo que vive, no hay término. Está lejos de vencer y terminar. O sea, que viene Sócrates a preguntarle por su ahora y lo que realmente vive y él está ya al final de su propia ensoñación haciendo exaltación y canto de todo lo que no tiene. Es decir, se desvive por su carencia. No vive lo que vive, por fuerte que diga que es, sino que canta lo que no vive. No está donde tiene que estar y está donde no está nadie todavía. Es su problema. Y no se da cuenta de él.

Hipotales responde del modo más ingenuo posible, el único que cabe esperar en este momento. Se puede adelantar perfectamente lo que dirá a poco que se haya vivido. Y con la edad se aprende a reconocer en los jóvenes perfectamente esta salida al embrollo cuando con claridad surge esta distancia, esta sin-victoria, este deseo de llegar rápidamente a toda meta. 

Es que no es para mí mismo, dijo, para quien compongo y canto. 

ἀλλ᾽ οὐκ εἰς ἐμαυτόν, ἔφη, ὦ Σώκρατες, οὔτε ποιῶ οὔτε ᾁδω.

Suena así. Subrayo lo decisivo. Algo sobre lo que Sócrates hasta ahora no ha dicho nada y que el mismo Hipotales dice, porque lo lleva dentro. Que no habla de sí, que no se trata de sí, que se trata del otro. Que no lo hace por él, porque lo que vive es algo mayor que le saca de sí. Así se habla comúnmente de Eros, lavándose las manos. Si se me permite la expresión. Se aleja así toda responsabilidad, como si no fuera propio, como si no hubiera persona, como si no existiera sujeto que lo sujetara. Nada de nada. Todo atribuido a otro e Hipotales se coloca, demasiado rápidamente, sacerdotalmente en medio, como mediación de lo divino. Algo parecido, dicho sea de paso, a lo que hace poco ha dicho también Sócrates de sí, pero en calidad de intérprete y clarificador. Aunque Sócrates, y quizá aquí haya una diferencia irónica, dice no saber qué es porque él propiamente no lo ha vivido. Y su dios parece ser mayor que este diosecillo juguetón que llaman Eros. 

Así que, sin más, y en tono más brutal aún, Sócrates responde. Ojo. 

Eso es lo que tú te crees, le dije. 

οὐκ οἴει γεἦν δ᾽ ἐγώ.

Y ahora, en esta situación, Hipotales quiere saber y busca respuestas. 

¿Qué es lo que me pasa entonces?, preguntó. 

τὸ δὲ πῶς ἔχειἔφη.

O sea, que la situación se ha vuelto mucho más oscura y poco clara, y hay algo que nadie ha visto, ni el mismo Hipotales conoce. Pero Sócrates sí. Sócrates hace de intermediario. Y lo hace de tal modo que Hipotales se ve obligado a preguntarle directamente. Si algo quiere ahora, más que a Lisis, es saber qué le ocurre y qué está viviendo. Dime, dime. 

Lo interesante, en cualquier caso, es el giro. Porque Sócrates actúa de negación de la afirmación de Hipotales. Negación en el más puro sentido de la palabra. Le quita todo sin decir nada. Pura negación. Le arrebata, ahora sí, su comprensión de las cosas, su exceso de un otro que no ha vivido, todo espíritu como las musas, sin carne, sin realidad, sin presente, sin memoria, sin historia. El futuro al que canta Hipotales es fantasía, de la que nace imaginativamente de la autocreación de la propia vida. Pero no es idea, al modo como se comprende en este tiempo, como exceso de realidad, como exceso de bondad o reflejo de la bondad al menos. Está a distancia. A mucha distancia. Tan a distancia que Eros no ha empezado siquiera a sacarlo de sí para amar realmente a otro. Si es que Eros, porque ahora cabe preguntarlo, es capaz de semejante cosa sin contar con la persona propiamente hablando. 

Sigamos. Hipotales, roto por todo lo que escucha de sí, y no sé cómo se reciben estas palabras cuando alguien está en lo alto de su propia ola, ya no tiene la vergüenza del inicio. Se ha hecho pregunta, como se dirá más tarde, para sí mismo. Sin embargo, está más centrado en lo que le pasa que en lo que él hace, bastante desprovisto de sí. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario