Quienes mejor parecen haber comprendido que las personas somos seres deseosos, aunque no siempre deseables, son esa segunda clase de personas que introduce Platón en su descripción de República, dispuestos a manejar a otros para sus propios deseos, agotando sin descanso su capacidad para recibir propuestas y su agitación interior. Es verdad que el propio Platón cuando realmente piensa la comunidad perfecta la piensa sin dinero. La locura del filósofo y su desmesura, su idealismo brutal y provocador. El mundo pudo ser sin dinero tal y como lo conocemos, pero no sin deseos. El mundo pudo ser sin el dinero por el dinero, sin el "dinero en sí", que arroba y esclaviza. Urge, con todo, una purificación del deseo que, como siempre, tendrá dos grandes caminos. El primero, su ampliación. El segundo, su reducción. Porque el deseo sin purificar es aquel que no sabe qué desea realmente y, a la vez, el que se conforma con cualquier cosa que atisbe una mera complacencia. El ser humano convivirá perpetuamente con su deseo, sin que se pueda frenar, ni mermar, ni controlar. Está ahí, en su bondad, para lanzar permanentemente más allá. En la escucha atenta, la moderación contra la agitación y las prisas, y en la decisión libre hay gran sabiduría. Como es normal y habitual, todo comienza por un cierto conocimiento de sí, que no logra dar su primer paso auténtico y libre sin conocimiento del otro. El relato de Lucas sobre el nacimiento de Jesús, en esa grandísima construcción teológica y literaria, en diálogo profundo con su tiempo y el nuestro, aporta y revela claves muy interesantes. Lo mismo que Mateo con los sabios de Oriente. Para quien quiera acercarse a ellos ahora, antes de que sobrevengan los días de la celebración, tres apuntes: pastores y sabios reciben un anuncio; pastores y sabios encuentran al Hijo bajo el signo del amor de una madre; y pastores y sabios son transformados y regresan diferentes. No sobran luces en el mundo, ni llamadas de atención, como tampoco músicas alegres y fiestas para encontrarse con otros. Nada de eso. Nada. De eso, ojalá tuviéramos más. Lo que sí tuvieron y destaco de pastores y sabios es capacidad para hacer camino, dejando lo que tuvieran entre manos, por importante que fuera. Y el detalle tierno del beso, que llamamos ad-orar. ¡El Dios ante el que solo cabe la bella ternura del corazón humano, sin miedo y con libertad para mostrarse y darse, acoger y entregar! Lo digo muchas veces, pero ante la muerte de un inocente nos sale dar la vida. Y eso es amor.
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