sábado, 13 de noviembre de 2021

CRITÓN. Día 28. (Platón, 48c)

Lamentablemente, no se puede suprimir la vida. Se puede repetir, pero no suprimir. No hay borrón y cuenta nueva posible. Salvo en el perdón, que puede llegar para hacerlo nuevo. Aunque de momento no se le espera. Sabemos que el final fue el que fue y Sócrates, que hoy sigue filosofando, tiene por delante unas horas. Permanece, convencido. ¿Y si está equivocado? ¿Por qué tanta seriedad? ¿Qué más da irse de allí, si nadie se va a enterar?

No se trata de vivir. Se trata de vivir bien. De ese compromiso con el bien que la vida, para que siga siendo tal, mantiene. De lo contrario, de cuando la vida no está conectada con el bien, tenemos sobrada experiencia, queja y lamento. De hecho, muchos se han plegado tanto a la evidencia del mal que se han aliado con ella, para salir adelante como puedan. Efectivamente, dará igual todo ya y no tendrá límite alguno. Y creo, sinceramente, que esta afirmación no es una afirmación cualquiera. O se está del lado del bien, o no. O se está del lado de la vida buena, o eso que llamamos vida deja de serlo y lo sufrimos o sufriremos. Toda la polémica, más o menos acertada en torno a la dignidad, está aquí condensada. 

τὸ δὲ εὖ καὶ καλῶς καὶ δικαίως ὅτι ταὐτόν ἐστινμένει  οὐ μένει;

El vivir queda del lado del sinvivir, cuando no es bondad y justicia. Critón sólo añade, como respuesta, que así es: "Permanece" la idea, que fue defendida en las plazas, en las calles y casas de Atenas en tantos diálogos. Sigue en pie, entonces. Aquello que se dijo, no se puede tan fácilmente desdecir. 

Sigue Sócrates. De la máxima general, examinar lo concreto que se debe o puede hacer. Una persona de "principios", que son precisamente el lugar de origen desde el de donde partir, que nos conecta con todo lo demás como real, que nos une a la humanidad en su conjunto, habitualmente a lo mejor de la humanidad, y nos empuja para salir de ellos. "Principio" que gobierna, decide, exige, ordena. Que no se queda como está, afincado en la oscuridad de un pasado inexplicable y mudo, sino que ha llegado a nosotros con tanta fuerza como claridad. Esta "máxima general", que ya ha sido examinada, dirá si de ella puede "nacer" una acción o no, si de ella proviene o no. 

Entonces, a partir de lo acordado hay que examinar si es justo, o no lo es, el que yo intente salir de aquí sin soltarme los atenienses. Y si nos parece justo, intentémoslo, pero si no, dejémoslo. 

οὐκοῦν ἐκ τῶν ὁμολογουμένων τοῦτο σκεπτέονπότερον δίκαιον ἐμὲ ἐνθένδε πειρᾶσθαι ἐξιέναι μὴ ἀφιέντων Ἀθηναίων  οὐ δίκαιονκαὶ ἐὰν μὲν φαίνηται δίκαιονπειρώμεθαεἰ δὲ μήἐῶμεν.

O sea, se recuerda aquí, de otro modo, aquello tan famoso que apareció en su defensa ante el tribunal: "Una vida sin examen -sin juicio, sin sometimiento al juicio, sin diálogo con la verdad, sin vivir en la verdad, que son la justicia y el bien- no merece la pena ser vivida." No solo es que no merezca la pena ser vivida para uno mismo, sino que se convertirá decididamente en un dolor para otros. Y entonces, quizá cualquiera, podrá decir de nosotros que fuimos para él el "mal encarnado", la injusticia, la falta de compasión y ternura, la antítesis del perdón, la ausencia de razón y el sinsentido. De lo contrario, habremos plegado velas y nos habremos dejado llevar, sin más, por lo que ocurre. 

El principio era el dicho: "Hay que vivir una vida buena, es decir, justa y honrada." Por aquí van los tiros. Entonces, si Sócrates sale de la prisión y se escapa, sin permiso de los atenienses, ¿seguiríamos diciendo que eso es una vida justa y buena? 

Y alguien puede decir: "Pero, si Sócrates huye, podría seguir haciendo el bien más tiempo." E insistiríamos: "No se trata de eso. Porque si Sócrates huye y deja su prisión y miente y engaña a los atenienses, él mismo se habría convertido a sí mismo en injusto. Y si es injusto, ¿qué justicia puede enseñar a otros?" Por ejemplo. Pero seguirían los insistentes: "Pero se podría arrepentir." A lo cual se responde: "No tendría sentido hacer algo sabiendo que nos arrepentiremos. Porque también puede suceder que no, que el "mal" haya entrado de tal modo en la vida que haya prestado incluso su corazón." 

El caso es que Sócrates, con toda su fuerza, está dispuesto a seguir la recta razón y lo que esta le diga. Y no dejarse despistar por nada más, tomando todo lo demás como secundario, casi sin importancia. Lo que está en juego es nada más y nada menos que esto: "¿Debo obedecer o no este principio sobre la justicia, que mi razón me muestra como absolutamente verdadero, sin preguntar por si me gusta o no, por el placer o la conveniencia, por la riqueza o la circunstancia? ¿Está por encima de todo lo demás?"




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