Tengo especial afecto por este santo desde joven. Con lo poco que se sabe de su biografía lo que suele destacarse, según se cuente, tiene o mucho de huida o mucho de paso adelante. Supongo que con tanta literatura alrededor lo que podemos asegurar es que entre Bruno y Dios se aclararon las cosas. Los demás, meros espectadores del desenlace hasta nuestros días, solo aventuramos algo de lo que puede haber en el corazón humano. Mi posición personal es esa. Que fuera lo que fuera lo que llevó a Bruno a dejar la universidad y un futuro prometedor, que de esto segundo nadie sabe nada y solo se cuenta por qué sé yo qué engrandecimientos humanos, lo cierto es que toda vida se dirime en una profunda soledad y de cara a Dios. Lo demás, probablemente, se dé por añadidura.
La muerte puede ser una visita que insignifique todo o que todo lo resignifique. No soy de los que piensan que ante ella todo caiga en vacío sino, pasado el primer momento, quizá sea la oportunidad de lo contrario. Pero son palabras mayores. Sea como sea, sin paciencia nada se alcanza. La paciencia es una forma de amor. Pienso. Dolorosa incluso. La paciencia padece, sufre, soporta. No es fácil amar. Menos con las ideas que pululan y cuando se habla del amor más como demanda que como sacrificio. Algunos saben mucho más que yo de todo esto y pueden hablar. Suelen callar. Quizá por eso Bruno, después de enseñar y enseñar, sintió profundamente que el silencio era más revelador que él mismo. El silencio da ese abrazo a quien lo acoge. Aunque cuesta, cuando se pasa un tiempo, no notar también su aspereza. El amor también es exigente. No es una nube de algodón para tumbarse. El amor es exigente. La etimología de exigente es muy interesante. Qué grandeza la de quien la inventó, el que la dijo por primera vez. Qué ocurrencia tan potente.
Es probable que la paciencia sea la forma de paz que más nos corresponda en este mundo. No lo sé.
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