Recuerdo lo que otros han recordado de Teresa. Recuerdo lo que Teresa ha dejado como recuerdo de sí misma. Una protagonista de su propio recuerdo, con sus propias palabras, que siguen siendo tan actuales como distantes. Dibujan y se sitúan en un mundo ajeno, muy distante al mío -apenas a ciento cincuenta kilómetros de aquí- ya desaparecido. Todo aquello terminó. Ella ayudó a derribarlo. Puso delante algo que es lo que sigue siendo atractivo y vivo, de tremenda cercanía y proximidad a toda persona religiosa, incluso a toda persona creyente, es decir, a toda persona. Lo difícil es leerlo, yendo al fondo, sin quedarse en las palabras. Digo difícil porque lo es. Porque requiere un cierto espíritu en quien lee ejercitado en estas trabas históricas y destiempos, en estas durezas en el molde y, cómo no decirlo, de la propuesta de Teresa. Muchas lecturas caen así en lo superficial, sin elevación, o en la construcción de castillos, sin elevación real, sin trato directo con la memoria de Teresa y la memoria que Teresa dejó y quiso dejar para otros. Recuerdo a Teresa determinada y los dolores de su determinación. Recuerdo a Teresa fina y de detalle, cuidadosa con algunas palabras, creadora de imágenes sugerentes que densifican lo cotidiano. Recuerdo a Teresa hermana entre hermanas y hermanos, sabiéndose hija, queriendo ser hija, con lo que conllevaba de carga y lamento, de paciencia y pertenencia, de fidelidad y silencio. Recuerdo a Teresa morando el mundo con una única morada, que es ella misma, haciendo trabajo ahí constante y hondo abriendo puertas, despreocupada por otros secretos y misterios llamativos. Recuerdo a Teresa aceptando y con disponibilidad, sin saber en qué terminará, pero continuando en la acción sin parar demasiado en algunas contemplaciones vacías. Recuerdo a Teresa lectora y niña, escritora y mujer, dialogante y gustando dialogar algunas palabras. A Teresa toca leerla a ella misma, por ella misma. Y dejarse interpelar, entrar en su conversación, compartir su obra. Pero esto me lo digo a mí, no a otros. Porque no creo, sinceramente no creo, que sea para todos, ni todos tengan que pasar por Teresa, ni quedarse en Teresa. Es deseable, porque educa. Algo hay que saber, por saber y poco más. Algunos, los menos, están llamados a hacerse, en el mejor sentido de la palabra, del Carmelo para encontrar y seguir mejor al Señor. Poco más. Pero quien tiene la alegría de conocer a alguien que ama a Teresa y que da a conocer a Teresa, algo de Teresa llevará siempre consigo. Aunque solo sea el nombre, la imagen y alguna palabra bella y clara, verdadera en la vida y fuerte por sí misma. Recuerdos. Son recuerdos.
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