viernes, 1 de octubre de 2021

Dos párrafos de escuela

Las clases comienzan a la hora que comienzan, pero siempre comienzan pronto. Da igual. Las primeras son como una especie de despertar. Al menos con los más mayores de la escuela. Llega antes su cuerpo y se sienta a la espera de que el alma vuelva a habitarlo y le dé espíritu, incluso para moverse. Están sin estar. Con esto demuestro la existencia del alma independiente del cuerpo. Todo el que da clase en los cursos que digo, lo sabe. Todo el que lo ha vivido y se acuerda, lo sabe. Hay cuerpos por un lado, almas por otro. Las almas son silenciosas y entran sin hacer ruido. Cuando el alma y el cuerpo se unen es cuando el alumno puede hacer algún tipo de ruido, de hecho. Hasta entonces el alma es pura y simple, eterna e invisible. Después, cuando se une al cuerpo, en el alumno de tercera hora, a partir de entonces todo es diferente. Los profesores que conocen a los alumnos solo a primeras horas no saben de qué son capaces. Los que los conocen solo a partir de tercera hora quisieran en muchos casos no conocer de qué son capaces. 

El segundo párrafo lo decido al sacrificio. Ya no vale con el esfuerzo. Algún escritor por ahí ha reclamado directamente sacrificio, aludiendo a su origen etimológico. Como palabra que es algo más que palabra. Cuando era realidad el sacrificio. El caso es que pedía sacrificio y yo pensaba, para mis adentros, si la escuela no estará siendo un espacio en el que se sacrifican personas, ya desde muy pequeñas y poco a poco, a los altares de la posmodernidad y de los intereses de la globalización y de ciertas economías y políticas. Incluso del tipo que sean. ¿No es la escuela el lugar donde se produce la matanza de la vida? En lugar de despertar, ¿no se adormece? En lugar de cuidarla, ¿no se niega? Lo digo porque, en realidad, lo que veo es que el alumno está perdiendo, le están robando atención, esfuerzo, dignidad en muchos casos, altura, grandeza... Perdón por el comentario tan crítico. No lo pienso del todo, pero... Lo que quiero decir es que, cuando se espera poco de un niño, de un adolescente o de un joven, se le pide poco. Cuando se conoce su grandeza, se le puede ayudar a llegar lejos. Y me temo que el ajuste a la realidad del alumno significa, en no pocas ocasiones y muy sutilmente, una especie de involución, de desconfianza, de miniedificación. 



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