jueves, 2 de septiembre de 2021

Los jueves son tranquilos

Los jueves son todos tranquilos, salvo dos. Le ocurre a los jueves lo que a las personas medianas, que suelen pasar desapercibidas. Aprietan ya las ganas de fin de semana. Hemos pasado suficientes días como para saber que no estamos empezando. El cuerpo lo pide, rebosante de alegría. Sobre todo por la tarde. Voy a intentar cambiar en el lenguaje una palabra, que no diré, por alegría. Siempre alegría y más alegría. Es probable que estar alegre sea cosa también de voluntad. Veremos cuánta de voluntad hace falta para protegerse de los ladrones de la alegría. ¿Existen esos ladrones también? ¡Vaya que si existen! ¡Cría cuervos...!

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Me hacen (poca) gracia los sabios y las sabias que cogen un libro de Ética clásico y se fijan en lo que se defendía entonces y ahora sería insostenible por una persona carta cabal. Esa forma de leer tan engreída me irrita. No tanto como a ellos, que protegiéndose entre banderas terminan quemando imágenes y oscureciendo logros. ¡Claro que un libro de Ética con dos mil quinientos años, dos mil, mil quinientos, mil, quinientos o cien tiene cosas corregibles! ¡Para eso no hace falta ni abrir el libro! ¡Lo interesante es lo que de ellos ha pasado a la historia, su acierto y atrevimiento! ¡Perdón por tanta exclamación! ¿Con qué cosas bárbaras, indignas y crueles estarán todos estos autosabios conviviendo asiduamente, arropados en su maldad? Si tuvieran un mínimo de perspectiva se darían cuenta, pero llevan gafas de sol extremadamente oscurecidas. ¿No se dan cuenta de que tienen el sentido común enfermo?

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Por fin un libro actual le dedica un buen artículo a la envidia. Por fin. Lo que cuesta encontrarlo. En mi caso ha sido de casualidad. He comprado el libro y luego he visto de qué temas trataban. Hay títulos que son verdaderamente fantásticos y que atrapan. Por ejemplo, "Umbrales. Un viaje por la cultura occidental a través de sus puertas." Lo tengo pendiente y no sé ni de qué va. O "Sobre la razón", que es un folleto de sesenta páginas. La contundencia es tal que estás casi obligado a comprarlo, no sea que diga algo de lo que no nos hemos enterado todavía. Lo dicho, el título. El título es primordial. Si acaso ya después trabajas las primeras páginas y, a partir de ellas, se estira lo máximo posible. Salvo, eso en justicia hay que decirlo, esos autores sistemáticos que comienzan por el índice, desarrollan con rigor cada punto y subpunto de sus quinientas páginas, y luego, ya completo el trabajo, no pueden más y escriben en él la síntesis de todo: "La esencia de la manifestación." El editor suele aconsejar a posteriori un subtítulo que ayude. 

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La tarea de los intelectuales es muy dura. Tengo que reconocerlo. Más todavía si cabe con tan horrenda dialéctica ante la que asistimos. Los críticos del emotivismo moral utilizan moralismos emocionales, los enemigos del individuo exacerbado están todo el santo día exacerbados con el suyo. Un intelectual hoy, que quiera dedicarse a la verdad sin más, a intentar investigarla y vivir en ella lo tiene francamente complicado. Por si fuera poco, cuando descubrimos uno que merece la pena le queremos preguntar tantas cosas que lo estropeamos en unos casos, en otro lo despistamos de su buen trabajo, o lo intentamos comprar para que sea pieza de museo. ¡Aquí yace el intelectual del siglo XXI! ¡Nosotros lo hemos matado! Evidentemente, la referencia no es gratuita, por simple.

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Estoy seguro de que María y Lucas han salido juntos de paseo. No sé quiénes son. Pero estoy cierto probabilísticamente hablando de que algo así ha pasado en España, sin ir más lejos, hoy. Incluso varias veces y a pesar de ser jueves día 2 de septiembre. Según cálculos aproximados, Ricardo y Juan hoy se han visto por primera vez y lo suyo no terminará bien. No sé de qué hablo, pero, como mínimo, es posible tanto lo que digo de hoy como lo que anuncio para el futuro. Algún dato científico habrá. Como el del reputado periódico que anuncia a bombo y platillo que la mirada del profesor está científicamente demostrado que es el veinticinco por ciento de su eficacia como docente. ¿Qué? ¿Cómo te quedas? ¿Te miraron bien o mal en la escuela? Yo es que ni me acuerdo. 

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No insisto ni con Juan, ni con Ricardo, ni con Lucas, ni con María. Le toca ahora a Lucía, que empujaba libros cuando era pequeña y ahora no se deja ver, y no es precaución covid. Alguna Lucía habrá que hoy explore algún tipo de análisis eidético. Digo yo. Está encerrada en su cuarto, leyendo sobre una mesa blanca, con flexo al lado. Lo suyo es más bien el bolígrafo. No usa lápiz, ni portaminas. Y subraya como si el libro fuera suyo, tanto lo que entiende como lo que no. Para eso gasta dos colores. Uno en verde, otro en rojo. 

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Acabo de terminar uno de esos libros que no quería terminar. DEP, hasta la próxima. No he ahorrado en anotaciones, círculos, subrayados... Ha sido un auténtico festín. Del mismo autor ya está llegando el siguiente. 



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