martes, 14 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I, 1-2 (Día 03)

Hay inicios que dicen casi todo. Te pones a leer, y con las ganas de lo nuevo, van calando cosas sin reflexionar. Como si después se volviera sobre ellas y quedasen más claras, pero no termina de llegar ese momento.  

Aristóteles comienza muy fuerte. Toda la realidad está orientada, tiene una finalidad. No es la persona, sino que se descubre en el contacto de la vida con la realidad en su conjunto. Y se participa de una única finalidad. Como confluyendo. Lo cual es muy interesante. Porque significa, por ejemplo, que todos los alumnos que tengo en clase buscan lo mismo, en el trato con la misma realidad. Pese a toda su diversidad, pese a todas sus actuaciones, supone Aristóteles que la dirección es única en todo. Entonces, ¿en qué varía según la acción? ¿En el logro o el malogro? ¿Es posible resistirse al propio fin? ¿Es eso lo que está en juego?

O sea, que una de dos: o el objeto objetivo es débil en su solicitud, en su atractivo; o algo pasa por el camino y no nos convence del todo la propuesta. Creo que se podría resumir de ese modo, sintetizar en estos dos aspectos fundamentales. Repito: o la relación con el fin no es tan fuerte como se esperaría de una esencia por mostrarse, o algo en la persona resiste, se niega y rechaza esa dirección en función de otras cosas, entre las cuales la más probable sea, precisamente, la confusión e identificación de lo inmediato como lo trascendente, esto es, del lo que es mero medio con el fin último, de lo accesible con lo inaccesible reclamante. 

Aunque según parece, no tanto. Porque Aristóteles dice al terminar este párrafo lo siguiente: 

"Es indiferente que los fines de las acciones sean las actividades mismas o alguna otra cosa fuera de ellas, como en las ciencias mencionadas."

Habrá que aclararse con este asunto. Aunque conviene desde el principio leer con calma. 

Un paso más. Seguimos. Y aclara el mismo Aristóteles algo importantísimo, con muchas palabras, como se puede leer, con las que está en deuda con sus maestros, siguiendo su estela, incorporándolas a su visión de la realidad con una esencia final, con una tendencia, con una tensión: 

"Si existe, pues, algún fin de nuestros actos que queramos por él mismo y los demás por él, y no elegimos todo por otra cosa -pues así se seguiría hasta el infinito, de suerte que el deseo sería vacío y vano-, es evidente que ese fin será lo bueno y lo mejor."

εἰ δή τι τέλος ἐστὶ τῶν πρακτῶν  δι᾽ αὑτὸ βουλόμεθατἆλλα δὲ διὰ τοῦτοκαὶ μὴ πάντα δι᾽ ἕτερον αἱρούμεθα (πρόεισι γὰρ οὕτω γ᾽ εἰς ἄπειρονὥστ᾽ εἶναι κενὴν καὶ ματαίαν τὴν ὄρεξιν), δῆλον ὡς τοῦτ᾽ ἂν εἴη τἀγαθὸν καὶ τὸ ἄριστον.

Leyendo despacio, está claro que de lo que trata está dilucidar, pero tiene claro desde el inicio que todo lo real inmediato está referido más allá de sí mismo. Pero la precaución que aporta para él la no consideración de lo ilimitado, dando un carpetazo solemne a la cuestión, sin mayor justificación de momento o sin profundizar en ella, resuelve su pregunta dentro de la misma realidad con mayor objetividad. Siendo para él la objetividad algo concreto material a lo que quedar referido. Una realidad se explica por otra, pero no infinitamente, no por lo ilimitado. Los ecos de los antecesores están claros. Aristóteles ha recibido mucha enseñanza. Como la ha hecho suya y la ha limitado, en la misma lógica predica de todo lo demás que puede ser conocido. 

Un optimismo, tampoco justificado por ahora, se cuela rápidamente entre sus argumentos. Aquello último y final no es la crueldad misma, de la que parece que nos queremos distanciarnos más que aproximarnos, sino lo bueno mismo y, entre lo bueno mismo, lo excelente mismo. Extraordinario. Es decir, que lo que se busca siempre es bueno y tanta bondad se encuentra repartida ontológicamente por todo lo real, presente y actuante en el trato con la vida hacia el bien. Sublime primeros pasos. 

Continúa. Siendo así, la comprensión de esta realidad ya nos influye, ha deviene en nosotros en bondad, sin miedo alguno. El mero conocimiento. Y, en metáfora conocida, se comporta como arquero que lanza más allá. Lo cual implica un movimiento diferente al contemplado hasta ahora, al enunciado sobre el realismo de toda objetividad hacia el bien. El conocimiento del bien lanza, proyecta, vuela, sale de sí, traslada al fin logrando alcanzar algo para traerlo hacia aquí. Se llamará aprehensión por algo, por esto, por la capacidad de captación, y valga la redundancia. Lo sorprendente es, por continuar con la metáfora, que el entendimiento, la inteligencia, la razón se encaminen tan dócilmente hacia su objetivo. 

ἆρ᾽ οὖν καὶ πρὸς τὸν βίον  γνῶσις αὐτοῦ μεγάλην ἔχει ῥοπήνκαὶ καθάπερ τοξόται σκοπὸν ἔχοντες μᾶλλον ἂν τυγχάνοιμεν τοῦ δέοντος;

Esta "gnosis" actuante directa y sin freno, para la que todo es fácil y resulta discreto, se frena. Valga la metáfora. La razón se detiene. ¿Por qué se detiene? La flecha en la diana. ¿Y la razón en lo real sobrevolando lo aparente, en la esencia profundizando toda presentación y manifestación primera? No se trata de juegos de palabras. El ejercicio de la razón inmediata, efectivamente, llega hasta donde llega como la mirada, como mucho, se va fijando en asuntos dentro de un marco general. Efectivamente, toda razón atiende, toda visión se concentra. De la misma manera, sin embargo, se puede plantear que esa fijación desvela algo más allá hacia lo cual se puede ir yendo. Pero si se produce, para Aristóteles, infinitamente, eso no tendría tanto sentido. Luego, y es lo que quiere decir, en el viaje de esencias lo infinito parece ser lo último alcanzable por la razón cuando reflexiona sobre sí, luego lo infinito es ese bien último y la excelencia misma. 

Se pregunta luego Aristóteles por ese conocimiento. "Cuál es y a cuál de las ciencias o facultades pertenece." Dos palabras fundamentales: epistheme, que ya conocemos sobradamente de su predecesor; y dinamis, que también resuena, aunque con más fuerza. No se trata de "técnica", propiamente. Contemplamos una auténtica ciencia, conocimiento de lo que se entiende, de esa realidad de ese modo. Haciendo de este modo a la realidad, debido a su realismo, con propiedades propias para la inteligibilidad. Quizá no todo lo real, pero parece que al menos una parte, la suficiente realidad, como para mostrarse a sí mostrando el fin, que encaminará igualmente a más fin. 

Como estamos en Ética, la ciencia propia le parece a Aristóteles la Política. Es la ciencia propia de los fines últimos. Y, de nuevo, un eco poco individual, poco singular, sí comunitario, relacional, escrito por tanto en la propia persona por vía de la especie que dona su esencia. Según él, la Política establece los saberes, dice cuáles son las ciencias y técnicas propias de la "polis", es decir, de la comunidad. No de la ciudad, sino del espacio de convivencia vinculante en el que los ciudadanos libres se encuentran y gestionan el resto de la realidad ajena a ella y sus propias relaciones. Y no es que dé orientación por medio de su acción creando el bien, sino a la inversa. A través del conocimiento debe orientar lo que hay a lo que es diana, a lo que es fin. La comunidad entera se mueve hacia el fin y lo hace unida. No es un individuo, insisto. Es la "polis", lo que signifique "polis". 

Hago la siguiente observación. Las ciencias disponibles no se pueden dar a cualquiera de cualquier modo. La Política determina, si trata con el bien y con la excelencia, qué se debe conocer, cuánta ciencia se debe entregar a cada individuo. No más, no todo. No se puede dar todo el saber a todas las personas. Porque Aristóteles sabe, aunque no lo dice, que el conocimiento de algo no es vinculante respecto de ese algo. O, mejor dicho, que la Política no siempre es conocimiento del bien y sería de enorme importancia no ofrecer a la comunidad aquello sobre lo que no estamos seguros y convencidos de que es un bien, es decir, sin criterio de verdad. Se corre el riesgo peligrosísimo de ofrecer algo bajo el nombre de ciencia que, quizá, no lo sea. O usar ese amparo formal para no brindar contenido alguno. Lo dicho. 

Todas las ciencias están jerarquizadas, como dijo antes. Por debajo de la política están todas las demás, luego deberían orientarse a ella precisamente. No al revés. Ojo, no al revés. La Política rige y dirige el resto de saberes. No al revés, no al revés. Qué interesante sería poder asegurar esto. Pero la palabra política para este extranjero en Atenas es un verdadero conocimiento vinculado al logos, no a la retórica. Existe para él una esencia alcanzable por medio del conocimiento, cuya cercanía y trato permitiría por tanto gobernar hacia lo mejor, hacia el bien. Y es justo reconocer su insistencia razonable y agradecer su aportación, aunque lo hayamos olvidado. 

En la Lógica de Aristóteles, siendo la Política superior a todas las demás, igualmente se elevaría por encima de toda Antropología. Esto daría mucho que hablar, efectivamente. Y ahora no tengo tiempo, salvo para indicar que la discusión aforada de la realidad dicha de este modo nos ha traído dos milenios después a una situación de fragmentación que nos lleva prácticamente a desaparecer careciendo de fuerza suficiente para reponernos y hace insignificante, no solo secundario, todo otro, todo prójimo, toda persona, toda vida o Vida. 

Es su misma precaución, nuevamente, la que abre desde su mismo escrito el debate: 

Pues aunque el bien del individuo y el de la ciudad sean el mismo, es evidente que será mucho más grande y más perfecto alcanzar y preservar el de la ciudad; porque, ciertamente, ya es apetecible procurarlo para uno solo, pero es más hermoso y divino para un pueblo y para ciudades. 

εἰ γὰρ καὶ ταὐτόν ἐστιν ἑνὶ καὶ πόλειμεῖζόν γε καὶ τελειότερον τὸ τῆς πόλεως φαίνεται καὶ λαβεῖν καὶ σῴζεινἀγαπητὸν μὲν γὰρ καὶ ἑνὶ μόνῳκάλλιον δὲ καὶ θειότερον ἔθνει καὶ πόλεσιν μὲν οὖν μέθοδος τούτων ἐφίεταιπολιτική τις οὖσα.





3 comentarios:

  1. Vaya, comienzo a engancharme, es muy atractivo ver cada día un poquito. me resuenan mucho las preguntas que haces en el texto: la superioridad del bien político, el poder regulador del Estado, su dominio divisor de las ciencias.. Me sale como reflexión desde el texto y tu comentario lo siguiente.

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  2. 03. La polis universal (parte 1)

    El texto puede llegar a sugerir que esa carrera universal en pro del bien al que tienden todas las cosas en una cadena incontable y expansiva de actividades y realizaciones, no solamente mira al futuro y lo último, sino que ya a lo largo del curso de la historia hace presencia lo mayor, el bien supremo, que se puede discernir. No corta el movimiento de elevación que infla de esperanza todo el flujo temporal, pero hace vivir de otro modo la historia en la que cada instante se convierte en intersticio que busca entrar en lo mayor.

    Hay una esperanza del pasado. Las cosas hechas no son cáscaras vacías que dieron sus fines y descansan en el valle de huesos secos, sino que todo lo que fue lo seguimos siendo y espera la benevolencia que vaya descubriendo en ellos lo mayor. Hay una esperanza que llama desde el pasado y nos descubre la belleza incluso dentro de lo peor.

    Ayer lunes vi por la noche con mi hijo un documental francés en el que se narraban los atentados múltiples que tuvieron como epicentro el Bataclán de París. Una de las supervivientes que compartía su testimonio contaba cómo las ametralladoras de los terroristas mantenían a gran parte de los secuestrados tumbados en el foso de la sala de conciertos. Disparaban ráfagas matando a cadenas de gente, pegaban tiros en la cabeza a uno o a otro, según sonaran sus móviles porque padres, hermanos, novios o amigos llamaban para poder saber si seguían vivos. La entrevistada ponía en valor la dignidad con que la gente moría. “Podían matar mi cuerpo, pero no hubieran podido nunca adueñarse de mi alma”, decía. Incluso en los momentos más crueles, hay una belleza irreductible; de un extremo patetismo dramático, pero con una simiente de esperanza que, conforme acogemos, lloramos y cuidamos la memoria de aquellos hechos, no cesa de crecer y sanar.

    Hace una semana, falleció la joven periodista Olatz Vázquez, que compartió en redes fotografías de su cuerpo en el progresivo proceso de un cáncer que finalmente se llevó su vida por delante, y en esas fotografías había destrucción, pero sobre todo belleza, incluso de su delgadez herida. Un día adornó con flores su cuerpo consumido y brilló precioso, con una belleza inconsumible.

    Lo mayor, el bien supremo, no está solamente en el último fin que se consuma, sino consumado en el presente y pasado. La esperanza no es solo del mañana, sino que en cada momento se abre una posibilidad de lo mayor, la libertad del siempre.

    El bien supremo es únicamente sinfín, lo queremos por sí mismo, por su esplendor que nos basta, culmina, integra todos los deseos, disuelve todo asomo de destrucción.

    No es la cúspide de una pirámide de fines, sino que es lo más profundo de cada fin, lo que cada fin busca sin incluso saberlo. No hay innumerables fines entre los cuales podemos discernir uno que es el mayor, sino que todo fin es búsqueda, intento, simiente del único fin, de lo único que puede ser llamado fin pues forma parte de esa tendencia de cada cosa a lo que solamente es bien. No solamente hay bien en el tender de cada cosa, sino que solo hay un fin que solo es bien y si hay otro fin que también solo es bien, ambos son lo mismo; el mismo, porque el bien siempre es de alguien y para otro alguien que no es él.

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  3. 03. La polis universal (parte 2)

    Esa persistencia esplendorosa de lo que tuvo ya un inicio y que llamamos pasado, aunque no solo fue, sino que sigue siendo, amplía la ciudad de los hombres a la historia, hace de las generaciones pasadas habitantes por derecho de nuestra ciudad, igual que en la ciudad está incluido lo que cada uno de sus habitantes del presente fuimos años atrás. Seguimos pensando vigente en la ciudad del presente lo que fuimos, hicimos y tuvimos en el pasado. En la ciudad también están incluidas, por tanto, las generaciones del futuro.

    La ciudad no tiene límites temporales –incluye no solamente sus cementerios, sino, sobre todo, lo que sigue vivo de nuestros muertos- y tampoco tiene límites espaciales, incluye todas las cosas en las que nuestros fines tienen consecuencias, aquellas que están hechas para nuestro bien, las que arden esplendorosas ante nuestra contemplación. La polis es el cosmos y carece de fronteras conocidas por el ser humano. La conciencia ecológica moderna sabe que todo el cosmos es polis y que la polis de cada uno se extiende sin fin a los confines del universo. Esto tiene un obvio impacto ético en toda la humanidad. Ya no es posible restringirse a una ciudad-Estado, toda nación es un mero barrio de la ciudad universal. Sociedad significa humanidad y la polis delimita con los finisterres del universo.

    Vivimos en una ciudad que no puede poseer su tierra y ni siquiera conoce sus fronteras, no puede circunscribirla con vallas. Es una polis imposeíble. Nuestra capacidad de regulación no puede ser imponente, es extremadamente limitada. Podemos viajar por ella, pero no conquistarla ni dominarla: nosotros estamos suspendidos en ella, no puede estar tragada dentro de nosotros. Ella es nuestro seno y vivimos a la sombra de Júpiter, tendidos al Sol. Nunca podremos circunvalar el cosmos ni regularlo. Vivimos en una polis que tiene forma de camino, de vía. La polis no es nuestra aunque sea nuestra polis. Es estancia que habitamos y hacienda en que actuamos; es tenencia -al modo como el hijo gestante tiene a su madre-, pero no posesión. No puede sentarse en el trono y poseer, sino recorrer y entregarse a su fecundidad.

    Por tanto, estamos y somos en una polis que nos gesta y desborda, pero en la que somos su estructura más profunda y culminante, el amor. No somos únicamente habitantes temporales de la polis-cosmos ni colonos, sino lo mayor de ella. Eso no nos convierte en reyes, porque no podemos apropiárnosla, sino en otro tipo de relación en la que tenemos la misión de llevar todo ese movimiento universal al bien mayor, ayudar/vivir para que en cada cosa se cumpla su tendencia al bien. Somos cuidadores, pastores, vividores de todas las cosas buscando, sacando y contemplando en ellas el bien mayor.

    Si la polis de cada hombre incluye a todos los seres humanos y su tierra es el universo entero, ¿cómo pensamos la ética? En ella es tan grande el bien de un solo hombre como el bien de la ciudad, porque en ese cada hombre es donde se halla la culminación de todo el universo, ese bien que es su estructura más honda y mayor.

    La ley de la polis universal no puede ser dividir, privilegiar, seleccionar, subordinar, sino que solo puede trabajar en el orden de la integración y esto se aplica a su relación con las distintas perspectivas del saber. Tampoco cada saber –economía, estrategia, retórica, psicología, sociología, física, etc.- es concebido como un campo al modo viejo de la polis que poseía su hacienda, sino que son perspectivas desde las cuales poder contemplarlo todo.

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