lunes, 13 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I, 1 (Día 02)

Ayer lo dejé donde el fin. ¿El fin o los fines? Y, si alguien conoce algo de Aristóteles, aunque sea poco, le saldrá automáticamente una expresión de acerbo casi popular. Que no terminamos de ver con claridad. ¿Cuál es el problema al que responde la expresión "se dice de muchas maneras"? ¿Qué hay, si es que hay algo?

Como esto se trata de estudiar a lo bruto, lo digo a lo bruto. La concentración de toda la realidad humana en dirección a un único fin es verdaderamente asombrosa. Porque no es el fin de una persona, como si esa persona consiguiera que toda su realidad titánicamente ordenada se condujera por su esfuerzo a un punto concreto, sino que es al revés, que toda la humanidad, o la humanidad en cada uno, se dispone bajo el signo llamativo de una presencia que le obligue y no cae dentro de su libertad. Es su esencia por realizar. Algo complejo, que conviene mirar y revisar cuantas veces sea necesario. Y cuyo olvido, efectivamente, no engrandece en nada al ser humano, sino al revés. 

Lo original y fundante queda expuesto ante nosotros, en esta Ética, que supone ya una pregunta en la vida de quien la lee, como fin. Esa distancia y diferencia, que rompe la lógica de lo normal, habla de la realización de algo establecido y de un misterio por ahondar y revelar. La palabra "fin", hasta ahora, dice poco. Salvo algo que se presenta, pero es incapaz de ser penetrado al modo como se conocen otras cosas y como se estudian otros asuntos. Considerarlo así, como propio de todo pero específico, aporta una cuestión fundamental. 

¿Aristóteles parte de un sentido, que ha sido cuestionado? ¿Merece la pena volver a él otra vez? Yo diría que no queda otra. Porque es la vida la que está implicada, porque es demanda interna y superior a toda persona. Si la pregunta misma se nos hace comprensible hoy es porque Aristóteles está frente a una realidad que también hoy permanece ante nosotros. Y, en ambos casos muy probablemente, sin resolver. Lo que tenemos es la andanada de Aristóteles por estudiar. Siempre, a ser posible, fijándose en la realidad y no asumiendo las palabras del maestro griego como autoridad incuestionable. Compartir viaje. Sin duda, Aristóteles ha sido reconocido siempre como uno de esos pocos seres humanos que han llegado auténticamente lejos. Y sus palabras impregnan todo. 

Una finalidad propia en cada saber. Siendo finalidad aquí comprendido como objeto no visto directamente, sino por realizar. De ahí que vaya tan de la mano de la acción. Una de las grandes aportaciones explicitadas por Aristóteles, con conceptos claros. Y una línea en las acciones que puede servir de ayuda para distinguir unas de otras, sin la confusión de todo con todo. 

Estos saberes, estas ciencias y técnicas en sentido amplísimo, con una jerarquía y orden. Toda jerarquía pide un principio y todo orden, un criterio. Porque, como es comprensible por cualquiera, no todo camino conduce igualmente lejos. Intentaría repasarlo, no como taxonomía dada previamente, sino que aquí quien lea se debería obligar a pensar realmente lo que está sucediendo. 

Repaso. El asunto es el fin, que no es uno y único, pero sí, sino que vivimos cotidianamente la existencia de muy diferentes fines, tareas que nos involucran, alcanzables. Fin en el sentido de lo que nos tensa, no de una meta. La objetividad de Aristóteles es palmaria, constante. Los fines son de la realidad. No nos los inventamos. ¡Importantísimo! Porque luego iremos descubriendo otras cosas. Pero el punto de partida es más bien este. Aquí estamos situados de cara a una realidad que nos brinda la posibilidad de un fin, o muchas realidades que son un fin. Siendo la persona, como es, una, el fin de todo aquello que la interese será una. Imagino a Aristóteles comprendiendo ese esfuerzo de comprensión de su propia realidad. 

Esta última conexión es fundamental. Ya digo que no son las cosas las que tienen fines, sino la vida. De ahí que la persona, eso sí, sea capaz de descubrirlo y entrar en diálogo con él. Es ansia viva. Que permanece y no se cansa. Es exigido este despertar. Por eso la Ética puede ser comprensible, si el lenguaje es bueno, por cualquiera. Desde un niño, casi. Nos damos inmediatamente cuenta de lo que está en juego con la acción. Y esta acción, descolgada y desconectada de la razón, es imposible para la persona. Obramos según razones, aunque no siempre en atención a ellas. 

Es abrumadora la experiencia por la cual, provocado de tal modo por la realidad, la persona se da cuenta de que lo único que puede hacer es cerrar los ojos para ver. O algo así, si es que se dice así el pensamiento. ¿De verdad interesa? ¿Es "natural" o "provocada"? ¿Qué tiene de "natural" y qué de "provocada"? ¿Qué ocurre si no hay respuesta? 

Aristóteles, con todo, me parece que acierta en una cuestión. La tensión tiene nombre de fin que no lo define. Esa palabra, más que hablar de algo alejado, vislumbra una dinámica humana explicable, asumible, real, cotidiana. Otra cuestión será el hacia dónde concreto, la realidad concreta. Eso es otro tema. 





4 comentarios:

  1. Pues ayer me quedé pensando el tipo de conexión con que unías bien y fines, y me pareció ver en ella algo que trasciende la cadena de montaje de causalidades y utilidades que ha hecho tan mecánica cierta parte del pensamiento moderno. Le he dado una vuelta a primera hora y me he atrevido a escribir otro comentario a tu día 2, como un buen alumno que siguiera tu propuesta... :)

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  2. Día 02. Toda actividad humana tiene un sinfín.

    Parte 1

    El resto de la primera pieza del Nicómaco es un grandioso movimiento cósmico que recoge y eleva todas las cosas siguiendo su tendencia universal hacia el bien, queda reforzado por el movimiento teleológico que al menos da a cada cosa una utilidad en su momento o posteriormente, forma una cadena incesante de fines que convierte el todo en una historia de causalidades y utilidades. Cada acción cumple al menos un fin, tiene un “para algo”, y el cumplimiento de esa acción –y de cada cosa- se dispersa como la explosión de una estrella en un polvo innumerable de consecuencias infinitesimales. El cosmos es una cadena de finalidades.

    Sin embargo, en ese arrastre que lleva cada cosa a cumplir sus fines, hay un resto al que no se logra arrancar ningún fin.

    El bien es hermoso en sí mismo, no tiene necesariamente un fin. La benevolencia es la condición más bella que puede existir, más que cualquier simetría, armonía ni cebo para despertar un apetito. Todo tiene fines, pero no todo necesita un fin, sino que es en sí mismo. Muchas cosas son hechas para conseguir hacer un bien, pero hay algo en la estructura dinámica de bien que subyace en cada cosa, que no tiene un fin, sino que se entrega a sí mismo, no busca efecto posterior. Hay en el bien siempre un para alguien, pero no todo en el bien es para, sino que se cumple en sí mismo, simplemente es.

    En la tipología de fines hay un tipo que es un no-fin, que no necesita de un después ni está dirigido, sino que es en sí mismo y es diferente no solo a otros fines, sino a todos los demás fines. Tiene consecuencias, pero no todo en él busca consecuencias ni está buscando nada, sino que es el mismo tender al bien que brilla, trascendiendo las cadenas de causalidad porque se consume sin arder.

    Hay algo en la libertad que es no-causa, que está desdeterminado, es una chispa original, hay un algo que es absoluto comienzo. Y hay en la libertad un no-fin o sinfín que es la belleza del bien al que tiende esa libertad, porque el mal siempre tiene un fin y es solamente fin que trata de huir de esa estructura originaria y absoluta que es tender al bien. El mal es la cosa huyendo de sí misma. El sinfín es el tipo paradójico de fin que comparten todas las cosas del universo y en él se pone de manifiesto la simiente de la libertad.

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  3. Toda actividad humana tiene un sinfín: Parte 2

    El sinfín que tiene cada cosa no que envuelto en una expresión de sí mismo porque la benevolencia mira a otro –o incluso a uno mismo como si fuera otro que hay que cuidar- y la belleza nunca es narcisista porque necesita también de otro que la reciba. No es autoexpresión ni tampoco inutilidad, sino que arde sin consumirse, significa sin agotarse sino, por el contrario, siempre crece: conforme se aleja en el tiempo, se hace más grande.

    Es quietud, pero no es estático, no se sostiene en los engranajes del tiempo, sino que detiene en los intersticios de los instantes, forma otra temporalidad de momentos sinfín, son siempre insubordinados. No trabajan en la cadena de montaje teleológico del universo. No es tiempo, sino que es lo eterno que hay dentro del tiempo y que incluso cuando no haya cosmos no dejará de existir. La belleza de mi madre con la taza caliente del desayuno en sus manos y sus labios nunca dejará de existir, aunque nadie haya que lo recuerde ni haya neuronas que retengan la imagen ni haya siquiera materia ni vacío en el universo.

    Ese sinfín de cada cosa que extiende una eternidad en los instersticios de cada punto infinitesimal del tiempo, que expande un límite infinito tangente a cada instante, no queda atrás como humo, sino que tiene tanto valor de justificación de la existencia como de los fines que golpean las incontables bolas del billar del cosmos. No es resto, sino que es el sentido más profundo de cada fin y acción que lo opera. Los sinfines nunca quedan congelados como una sucesión de fotografías, ni están suspendidos en el vacío, sino que están plenamente incorporados y son siempre presente, su belleza es esplendor siempre actualizado, no se queman, pero alumbran, inspiran y calientan, y esas utilidades no reducen su sinfín.

    Solo lo bello, bueno y verdadero son sinfines, el horror y el desprecio se consumen y consumen a otros, son la destructonomía, pero hay una esperanza que no mira al futuro, sino que espera en el pasado. El perdón, la comprensión y un tipo de tristeza sabia los pueden salvar.

    Esta realidad nos dice que la vida del bien no es sólo una contemplación –y valoración- de la acción, sino una acción como contemplación –donde se crea valor sin justificación posterior, sino por la bondad y belleza de cada acto en sí, ni tampoco hay posible justificación posterior de los actos que sean destrucción- o, en la expresión ignaciana, contemplativos en la acción.

    Solamente los fines que avanzan creando sinfines –como una danza o música de instantes buenos y bellos- no forman parte de la destructonomía, sino que componen la economía del universo, cumplen esa primera condición de que todas las cosas tienden al bien. No es en el tender donde se justifica el fin, sino en la huella que deja de entregas sinfín.

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  4. Buff, no pretendo que lo leas, pero queda ahí, en el blog, suspendido en el universo por si alguien quiere dedicarle tiempo y se une a la conversación...

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