domingo, 1 de agosto de 2021

PROTÁGORAS. Día 81. (Platón, 348d - 348e)

Estoy disfrutando -y mucho- en mi ignorancia de esta nueva lectura de Protágoras. Que no será la única. El enganche con Platón es joven en mí -veintipocos años y nada después había que leer un discurso entero de un día para otro- pero viejo en la historia. Se ha escrito tanto sobre él que, a mí personalmente, me es imposible abarcarlo todo y he repasado solo algo de lo que dicen los que ciertamente saben que es lo más importante y significativo. De eso, ya poco. A Platón, por supuesto, lo he leído entero alguna que otra vez y fragmentado tantas otras. Aquí y en África, de viaje y tranquilo, atareado en lo cotidiano y cuando se supone que no había nada que hacer, aunque de esos días no sé si he tenido muchos desde aquellos años jóvenes cuando me lo descubrieron. La herencia en lo que dice pesa en mí enormemente y, si bien sería interesantísimo verme leyéndolo sin que nadie me hubiera dicho nada jamás, se hace imposible y, por supuesto, no hubiera alcanzado ni un décimo de lo que en mí es deuda. Así que gracias. 

Esto anterior es a colación de la imprescindible compañía en la vida. Desde que nacemos y más aún cuando creemos que podemos vivir por nosotros mismos. Qué mal se entiende la autonomía de Kant cuando se hace valer para independizarse de todo otro. Y qué fortuna la mía al haber nacido en una época que ha recuperado la imposible soledad de la singularidad humana. La cercanía es imprescindible. Y, con los años, absolutamente deseable. La huella de la ternura recibida no justifica, por grande que sea, la búsqueda incansable del otro. 

Sobre esto no puedo ni hacer resumen de lo recibido. Me cuesta mucho siquiera dibujar dos cosas claras sin liarme y cargar excesivamente las frases queriendo dar significado hasta a los huecos que quedan en blanco para que se midan equilibrada y densamente, y quien las pudiera leer encuentre allí la contundencia de la claridad más absoluta. Pero diré dos cosas rápidamente, aunque las diga débilmente. La fragilidad en la persona no lo es todo, aunque solo sea por la toma de posición y la acción después de su reconocimiento. Atender a la subjetividad de otras personas es querer ir a lo eterno y saltar una distancia que sabemos absoluta. Lo sabemos por nosotros mismos y no hace falta que nadie no explique nada de esto. Somos diferentes al mundo, lo sabemos. Sin embargo, en el mundo no todo es mundo. El otro no es absolutamente otro, ni tan distante que no pueda ser comprendido y amado; ni tan infinitamente otro que no sea capaz de acercarse de tal modo que yo note en el fondo de mi alma su presencia, ni tan desconectado de mí como para que su amor no se vuelva en mí preocupación para siempre, cuando no pregunta que me hace dudar de mí mismo, cuando no fuente de todo mi sentido y horizonte, sin reducirlo. 

Vuelvo. Olvidamos de qué habla Sócrates (o Kant, o Nietzsche, o Kierkegaard, o Jesús mismo) y nos entretenemos en la locura al querer sustituirlos y explicarlos a ellos hablando de ciertas cosas mejor de lo que ellos entendieron lo que querían decir. Esto ocurre y no pocas veces. Gentes muy listas, brillantes que saben palabras y palabras, citas y textos, y bibliografías secundarias, pero que han olvidado el tema del que se está hablando y, al preguntarse sobre él, se dan cuenta de que solo saben lo que otros han dicho. Han quedado sustituidos al querer, insisto en la brutalidad, sustituir a otros. Y han dicho que esto es saber y saber mucho. ¿Y la realidad? Ahí fuera, mientras aquí hay páginas y páginas adornando la caverna, o la casa. 

Todo se desarrolla, no en lo público, sino en el hogar. De momento son casas. Así era Atenas. El espacio público, que existía, está ahí a disposición pero todavía estamos en otro momento, que conocemos porque se cuenta, pero no por su naturaleza inicial. Esto es un entre público y privado por ahora. Ni la una, ni la otra. Ni es ágora, ni es casa propiamente. Aquí hay acogida, diversidad, discrepancia, diálogo y debate. Diálogo ya ha habido. Es Sócrates el que sigue pidiendo más. Protágoras, menos. El público sigue pendiente del espectáculo y poco más. 

Sigamos. Sócrates está siendo más que condescendiente con Protágoras. Se dicen "compañeros" de camino. Evidentemente, lo que parece que toca decir es que si dos personas caminan juntas, lo suyo es que las dos, a la vez y sin diferencia entre ellas, vean la novedad venir al mismo tiempo. La cita, traída de Homero, muy atrás en la historia helena, ya avisa de que esto no es así. El otro, si queremos decirlo así, incluso en compañía, ha visto antes. ¿O seré yo el que vea antes que otro lo que hay? No hay que situarse necesariamente en la parte siempre atrasada, secundaria. ¿O sí?

En la cita de Homero hay dos puntos paradógicamente conectados: unidad y diversidad, singularidad y comunidad, igualdad y diferencia... etc. Se ve claramente. 

Lo fuerte será que quien ve primero llame la atención sobre el otro. A mí me resuena mucho aquí un pasaje del evangelio en el que dos corren queriendo llegar al mismo lugar. Comparten camino juntos. Pero uno ve antes que otro. Sin embargo, el que llega puede compartir, girarse, hablar. Y no será él quien muestre propiamente hablando, sino quien llame, dirija la atención, reclame un viraje si es necesario, avise sobre lo que atisbe. Comparta. También puede callar. Igual que una madre y un hijo pueden ir juntos y la madre ver que se cae, que se cae y que se cayó finalmente. Se puede ver la realidad que va apareciendo progresivamente y se descubre juntos, y también aquella que no está y se hace. Esa es otra. Por ejemplo, un profesor que hace curso con sus alumnos durante un tiempo también ve antes lo que puede pasar, mucho antes que el alumno. Y no pocas veces acierta, y no por aquello del sesgo. Es evidente que una persona, llevada en ciertas direcciones por sus hábitos y acciones, se adentrará en determinados mundos ya conocidos. No ha ocurrido todavía, o sí. Quizá ocurrirá. Otras veces uno de los dos compañeros ve más porque conoce mejor el mundo de las posibilidades. Y sabe, no lo que pasará, sino lo que puede ocurrir. Y va por delante siendo compañero, sin adelantarse a nadie en el tiempo. Este, que ve siempre antes, tiene una responsabilidad enorme, siempre. Se vea o no por otros. 

Cuando Sócrates le dice a Protágoras: 

¿Quién mejor que tú?

¿Qué es lo que está diciendo? De nuevo, ironía. Ahora Protágoras lo sabe. Qué lugar tan dichoso está ocupando ahora Protágoras en la historia. No ahora del siglo XXI, sino en ese momento del diálogo. Ocupa un puesto cargado de privilegios, porque está bajo la tensión hacia lo mejor. ¿Quién mejor que tú? Que pese a ser ironía, es la pura verdad. Nadie si no es él. Nadie como él. Nadie mejor que Protágoras para eso. Porque o es Protágoras o a Protágoras, por mucho que haya dicho ese otro interruptor, no lo puede sustituir nadie en la historia. Y queda ahí su responsabilidad para siempre. 

Protágoras continuará adelante. ¿Por dónde en este instante? O para un lado, o para el otro. Puede sonar duro, pero ojalá descubramos que es así y no puede ser de otra manera. O uno u otro. 





No hay comentarios:

Publicar un comentario