viernes, 30 de julio de 2021

PROTÁGORAS. Día 79. (Platón, 348c)

Igual que confundimos con frecuencia cantidad con calidad, el más con el mejor, de igual forma relacionamos muy rápido aprender con alguien que nos enseña y cosas por el estilo. Esto de aprender, de coger algo por uno mismo, de captarlo y de verlo, de tomar -sin más- conciencia de lo que es delante de nosotros aún habiendo pasado por allí la mirada no pocas veces, de reconocerse a uno mismo ante una realidad amplia en la que nuestro conocimiento muestra dificultades propias para adentrarse en ella por sus limitaciones, esto de aprender es saberse en el misterio de la ignorancia sin que la ignorancia pueda ser resuelta salvo lenta y parcialmente. 

La escena que comenté ayer, con Alcibíades mitológico increpando a Protágoras en sus sueños sin piedad alguna, me recuerda mucho a la impaciencia de los sistemas que quieren abarcarlo todo y en los que las personas tienen un lugar irrelevante y absolutamente sustituible, hasta el punto de no ser queridos por nada en sí mismos y muchos menos deseados por alguien. Sin más, se cierra cualquier persona mirándola con las gafas y las orejas de la insensible totalidad. Estás aquí pero la escena te puede. El mundo es mucho más importante. La realidad en su totalidad es lo fundamental. ¡Adiós! ¡Habla o cállate! 

Es lo que ocurre tantas veces con personas de las que somos capaces de olvidarnos o consumir, que vienen y van. No es algo propio, ni original en Platón, aunque Alcibíades se haga altavoz de ello. El mismo Alcibíades es usado por Platón de este modo. Sobre él van todas las culpas y así nos lavamos las manos, no tenemos nada que ver con eso, es algo suyo y nada más. Pasamos página y adelante. 

"Protágoras se avergonzó." 

καὶ ὁ Πρωταγόρας αἰσχυνθείς 

Ya lo he visto en otros textos de Platón. El interlocutor queda confundido, enredado y oscurecido. Mejor dicho, se ve a sí mismo en su propia confusión, enredado y oscurecido. Esta es la buena fe que le visita. Y la reacción, incluso física, que se puede ver, se apodera de él como de cualquiera. Y le hace ser "un hombre" entre otros, le encarna, le humaniza. No es humillante, no es desprecio, ni hay conquista alguna. Es su oportunidad real, lo que está viviendo. 

Y Sócrates, dice "me pareció a mí", para sostener la distancia y no entrar en ello, respetando casi sagradamente la herida y no hacer sangre con la debilidad y vulnerabilidad que se muestra. Protágoras está aquí, no en otro sitio. Protágoras sabe lo que sabe e intuye lo que viene a continuación. Protágoras está singularizado, salió de donde estaba atrapado. Existió aquí su liberación. La puerta, que no ve, puede ser atravesada. Al menos sabe que hay una puerta que lleva a otro lugar en el que, por lo que parece, no ha estado y no sabemos si está dispuesto a estar. 

La descripción completa, penosamente, es la siguiente: 

"Protágoras se avergonzó, me pareció a mí, cuando Alcibíades dijo esto, y al rogárselo Calias y algunos otros de los presentes, consintió, a duras penas, en el diálogo; y me invitaba a que yo le preguntara para responderme."

καὶ ὁ Πρωταγόρας αἰσχυνθείς, ὥς γέ μοι ἔδοξεν, τοῦ τε Ἀλκιβιάδου ταῦτα λέγοντος καὶ τοῦ Καλλίου δεομένου καὶ τῶν ἄλλων σχεδόν τι τῶν παρόντων, μόγις προυτράπετο εἰς τὸ διαλέγεσθαι καὶ ἐκέλευεν ἐρωτᾶν αὑτὸν ὡς ἀποκρινούμενος. 

Digo penosamente por cómo se fuerza a Protágoras a salir de su momento y nadie repara en que sería interesantísimo para todos que hubiera contado lo que estaba viviendo y explicara algo de lo que hablaba en silencio, de lo que callaba. Quizá es más importante esto que todo lo demás. Y también penosamente porque la presión, una vez más y tantas otras veces que queda, se hace presente para forzar. Y no es Protágoras quien por sí mismo acepta la invitación de Sócrates sino que se revuelve en su quedar bien ante otros para responderles, a pesar de darse cuenta de que Sócrates es muy diferente de todo lo que Calias y compañía pueden aportarle o importarle. Protágoras está ante lo otro, ante lo diferente, ante lo inesperado, ante lo que no olvidará, ante la duda encarnada, ante su propia carne avergonzada, vergonzada, envuelta en su ignorancia, situada ahí y no pudiendo escapar a ningún lugar salvo en la dirección de la puerta de Sócrates que está ante él por encima de todo lo demás. Y sigue. ¡Qué pena!

El giro del diálogo es, si alguien quiere verlo así como yo lo estoy entendiendo, un paso más hacia la aceptación de la propia ignorancia y el intento de ocultarla ante quienes todavía no la han visto. Protágoras todavía está en la estética, en el quedar bien, en la apariencia falsificadora. Parece que solo Sócrates ha podido ver su "vergüenza"; esa apariencia se ha vuelto transparente a él porque la ha visto también en otras personas, en otros momentos. Aquí hay de nuevo esta "vergüenza" que haría que la filosofía fuera algo realmente serio. Sin embargo, Protágoras responde a Calias y algunos otros, no todos, a un resto que todavía le valora y defiende. Es decir, a su orgullo. 

Sobre esta "vergüenza", que es como una deshonra, un desdibujamiento de uno mismo, un rechazo hacia uno mismo... tendríamos que hablar mucho más y saber en qué momentos se vive con intensidad, y qué respuestas caben más allá del arrepentimiento libre y confiado junto a la intemperie de ir donde no se conoce y donde la ignorancia, por tanto, se redobla en lo fundamental, como siendo un niño que nuevamente entra en el vientre materno. 

Sócrates toma la palabra para dirigirse nuevamente a él. Es interesante compararlo con Alcibíades. Estos dos momentos consecutivos. 



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