martes, 27 de julio de 2021

PROTÁGORAS. Día 76. (Platón, 347b - 347d)

Retomo esta lectura. Es curioso, y creo que despista mucho, que Platón, siendo el primer filósofo que reconocemos como tal aún hoy, diga que la sabiduría (cuando decimos conocimiento hoy esto se entiende mucho peor todavía) es recuerdo, memoria y todas esas palabras que usamos para lo que, en verdad, sería una vuelta sobre lo originario, que es como la aventura de verse en el tiempo girado hacia lo eterno. Por eso es recuerdo. No porque haya mucho anterior que retomar, sino porque lo suyo es ayudar a darse la vuelta sobre lo que corre el riesgo de olvidarse bajo el dominio transitorio del presente y las obligaciones que imponen naturaleza y mundo sin sentido y constantemente. 

Después de un rato en el que Sócrates ha hecho "lectura" de Simónides y lo ha traído a la conversación, le tocaría a Protágoras dar el siguiente paso en el desafío propuesto. A saber, que él era sabio y tiene que demostrar que posee tal sabiduría y que tal sabiduría se transmite, pasa de unos a otros de alguna manera. Sócrates cede al sofista "lo que le sea más agradable". Pero sobre todo, para que se avance sobre la cuestión importante y no se despiste nadie comentando "literatura ajena" para "pensar por sí mismo". 

Se trata de examinar a Protágoras, de examinarlo con él mismo. No de otro asunto menor, considerado aquí con dureza como "cosas de gente vulgar y frívola" que hablan "mientras toman algo", es decir, para no hacer de esto un "tema de bar" en el que se sirven tantas opiniones como bebidas circulen entre el auditorio. Lo cual es muy interesante, porque considera la importancia del escenario que envuelve la discusión, el diálogo, el intercambio, el mutuo comprenderse y mutuo examinarse. ¿Hay espacios que son más apropiados que otros, como si formasen parte del método mismo que alumbra un buen camino hacia lo más alto de todo? La meditación sobre esto llevaría a la imposibilidad de categorizar como diálogo todo intercambio de palabras. Lo cual ya sabemos por experiencia propia. Y primer unos sobre otros, como participando de un diálogo superior en el que todo lo demás sea borrado del horizonte y en donde la atención sea concentración, es decir, que nos veamos involucrados de tal modo que seamos nosotros mismos tanto quienes hablamos como de "lo que" hablamos. 

Lejos de "pasar el tiempo" entre flautistas, música y divertimentos, la seriedad hace aparición. ¡Cómo nos habíamos pasado por alto a nosotros mismos! 

No sé a cuántos de la sala, pendientes ellos de las palabras de Sócrates, les estará cayendo un jarro de agua fría encima. Pero sí se que muchos presentes, en el fondo, aunque reservemos espacios especiales en edificios especiales para hablar de estas cosas, nos parecerá que la imagen de bar se puede trasladar a donde suena música celestial en el tono que sea, sin compromiso, sin acierto, sin implicación, sin salir de allí transformado. Más allá de "espacios" hay "circunstancias vitales y personales" realmente "vitales y personales". 

Y es verdad que no se pueden fabricar estos lugares, como se montan paredes, sí que se puede ver una persona que busca la verdad y el bien en esa circunstancia. Y también es verdad que el hecho de compartir estancia con otra persona no tiene nada que ver con compartir situación, con "vérselas en las mismas". Y, por supuesto, la empatía de uno con otro no será ni de lejos tan importante como la "empatía" con la verdad, la comunicación con la Verdad que atrae y llama, con el Bien que reclama y exige. 

La rebaja platónica de "gente de cultura y bien" se puede tomar como ironía o como señal de algo que propicia la seriedad de la vida. Y ojalá la cultura fuera ese "espacio" provocador sobre la existencia, que pida a unos y otros salir de la masa, de la generalidad, de la totalidad, de la actitud "burlona" de quien solo se distrae y baila. 

Que nadie piense que aquí se hace burla del baile, ni de la poesía y el arte, ni de la literatura y el ocio, ni del bar y la fiesta. De lo que se trata es de la distracción existencial general que llamo desde hace tiempo "ociosidad" esclavizante y cegadora. 



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