domingo, 29 de agosto de 2021

PROTÁGORAS. Día 109. (Platón, 360e - 362a)

Llegó el final. Sócrates recuerda en su última intervención la posición global de uno y otro. Para Protágoras, para quien la virtud es similar a una ciencia, considera por eso mismo que debe ser enseñable. Una persona puede hacer virtuosa a otra, casi independientemente de que lo sea o no. Para Sócrates, al contrario, directamente no es enseñable, porque no es una ciencia.  

Ha sido un viaje largo en el que simple y llanamente se ha puesto en cuestión algo que todos pensamos que "es así": nuestra capacidad para enseñar a otros el bien, para hacer buenas a otras personas, para "educarlas" en sentido más estricto en el bien como un alfarero modela un cuenco. Hasta aquí cabe preguntar al modo socrático. Y nada de tratar sobre si se puede o no aprender de alguien, sino preguntar exageradamente si la virtud es una "ciencia" o no, y punto. La radicalidad socrática que marca el horizonte sin dibujar, como el espíritu que gobierna el mundo, en el que las palabras, las imágenes, las ideas significan con un brillo y clamor diferente. 

Con Protágoras, lamentablemente yo tampoco hubiera soportado demasiado este examen. Reconozco que Protágoras me parece, en cierto modo, un héroe al más puro estilo griego. Conociendo su destino, que se revela casi al inicio de este diálogo, asume martirialmente su condición para el bien de los que aquí seguimos en esta cierta estela y desvarío de la razón, imposibilitados para vivir sujetos a la mundanización en la que quiere atraparnos la cultura recibida, limitándonos, no al modo del concepto, sino de la opinión que hace garabatos en los bordes de la realidad. ¡El mundo quiere niños! ¡Nada de elevación! ¡Todo es para la enclaustración del alma en "el espíritu de la nación", "el espíritu de la economía", "el espíritu del comercio", "el espíritu de la cultura dominante", "el espíritu de la civilización" y, finalmente, "el espíritu de la guerra"!  

Lo dicho, no me hubiera agradado nada colocarme en el lugar de Protágoras. O, mejor dicho, aquí nadie hubiera aprendido nada. Yo llevaría horas acomodado en el silencio ante la presencia de Sócrates, mientras Sócrates a lo mejor hablaba consigo mismo desvariando, o permanecíamos los dos callados. Creo que llevaría tiempo ya huido del lugar, espantado. 

Da igual, sobre la virtud, diga Sócrates lo que diga, aquí se ha aprendido mucho. He aprendido mucho. Pese a todas las vueltas y vueltas, giros y giros, subidas y bajadas, arriba y abajo que aquí se da hasta ya no saber bien dónde se mira. Sócrates tiene siempre dispuesto un escenario en el que colocarnos, que varía plásticamente con enorme fluidez, pese a que las palabras siguen ahí casi sin resolver. Claros y oscuros, focos potentes y difuminados. Hasta hay momentos en los que parece que todo se va a resolver y que la cima es conquistable. De no ser, claro, porque el lector sabe que quedan páginas por delante y se ahoga la esperanza de terminar de necesitar la esperanza. 

Protágoras elogia a Sócrates. Lo cual es el mejor elogio que se puede hacer de Protágoras en la pluma de Platón. No sucede siempre así. Hay personajes en los diálogos mucho más desagradecidos y airados. Por no hablar de la "Apología", evidentemente. 

Yo, Sócrates, elogio tu interés y tu pericia en conducir los diálogos. Porque, aunque tampoco en lo demás creo ser mala persona, soy el menos envidioso de los hombres, y desde luego he dicho acerca de ti, a muchos, que te admiro de manera muy extraordinaria a ti entre todos los que he tratado, y más aún entre los que tienen tu edad. Y digo que no me extrañaría que llegaras a ser uno de los hombres ilustres por su saber. Y otra vez, si quieres, nos ocuparemos de eso. Ahora es ya tiempo de dedicarse a otros asuntos. 

καὶ  Πρωταγόραςἐγὼ μένἔφη Σώκρατεςἐπαινῶ σου τὴν προθυμίαν καὶ τὴν διέξοδον τῶν λόγωνκαὶ γὰρ οὔτε τἆλλα οἶμαι κακὸς εἶναι ἄνθρωποςφθονερός τε ἥκιστ᾽ ἀνθρώπωνἐπεὶ καὶ περὶ σοῦ πρὸς πολλοὺς δὴ εἴρηκα ὅτι ὧν ἐντυγχάνω πολὺ μάλιστα ἄγαμαι σέτῶν μὲν τηλικούτων καὶ πάνυκαὶ λέγω γε ὅτι οὐκ ἂν θαυμάζοιμι εἰ τῶν ἐλλογίμων γένοιο ἀνδρῶν ἐπὶ σοφίᾳκαὶ περὶ τούτων δὲ εἰς αὖθιςὅταν βούλῃδιέξιμεννῦν δ᾽ ὥρα ἤδη καὶ ἐπ᾽ ἄλλο τι τρέπεσθαι. 

El ramillete de contradicciones es enorme. Daría para empezar de nuevo, examinando ahora lo que dice Protágoras de sí, su expresión sincera. ¿Se conocieron realmente? ¿Sucedió este diálogo? ¿En estos términos? El encuentro ha sido, sin lugar a duda, extraordinario. 

Dejamos para otro día, cuando sea, la relación que aquí hay entre dialogar, la envidia y la sabiduría. Aunque sea, dicho ya, fundamental su unidad. Sobre la envidia, que suele hablarse poco o nada, tenemos mucho pendiente. La gran crisis occidental viene de esta inconfesable incompetencia para superar la competitividad, la guerra y la lucha. El enemigo se esconde en la envida no menos que en la pereza y así funciona nuestro sistema, para cuantos viven sometidos a él, incluso en el universo paralelo de la intelectualidad, donde los mejores diálogos se tienen lejos de la transparencia, lejos del gran público, en comunidades, entre amigos, en lo secreto, allí donde Dios sí ve y presta atención. 

El arte de conducir diálogos no es otro que hacer preguntas serias. A nadie le gustan las preguntas. Mienten los filósofos, cuando la filosofía es tal, sobre las preguntas auténticas, capaces de desbaratarlo todo. Y se callan. Muchas, las importantes, se callan o se tiñen de otras vinculadas a la actualidad, como queriéndolas mostrar sin mostrar, sin ir de frente, no sea que no tengan solución fácil. Nos gustan más las soluciones para todo, y en eso consideramos que hay grandeza, que los misterios y la convivencia con ellos, el trato asiduo áspero y exigente con las realidades que no permiten malabares y donde la contradicción es no solo de discurso sino con uno mismo, con la propia vida. Estas preguntas incómodas, que se recogen a lo largo y ancho de la tradición, es habitualmente más fácil tratarlas en esa intimidad y conversación que da un buen libro, sin agredir, sin aceleración, sin espasmos. Por eso hay buenos amantes de la lectura que se trabajan a sí mismos conforme avanzan y van comprendiendo algo. Pese a que la distancia sea siempre exageradamente grande con respecto a su realidad y en los libros no se ofrezcan "grados" adecuados para el camino que uno esté haciendo. Los mejores libros son así de bastos, quebrando la horizontalidad y la planicie como si los hubieran plantado para crecer exclusivamente hacia arriba. No para mundanizar, sino para elevar la conciencia, siempre de sí mismo, atenta a lo que en ella se muestra libremente. 

Bien, así ha de hacerse, si te parece bien. También a mí me parecía, desde hacía tiempo, que era ya hora de irme adonde dije; pero me había quedado por complacer al excelente Calias. 

Y, después de haber dicho y escuchado estas cosas, nos fuimos. 

ἀλλ᾽, ἦν δ᾽ ἐγώ, οὕτω χρὴ ποιεῖν, εἴ σοι δοκεῖ. καὶ γὰρ ἐμοὶ οἷπερ ἔφην ἰέναι πάλαι ὥρα, ἀλλὰ Καλλίᾳ τῷ καλῷ χαριζόμενος παρέμεινα.

ταῦτ᾽ εἰπόντες καὶ ἀκούσαντες ἀπῇμεν. 

¡Ni un abrazo! 



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