Este diálogo ha pasado a la historia de tal modo que todos los grandes, sin excepción, lo han leído. Al buscar qué es la ignorancia todos recurren a este punto, como retrotrayéndose y pensando que todo lo que aquí se dijo después ha tenido consecuencias inabarcables intentando saber a dónde conduce este gozne de la historia del pensamiento. No es que Sócrates descubriera la ignorancia. Ya estaba allí, claro. Quién necesita a Sócrates para descubrirla. El asunto fundamental es que está puesta paradójicamente junto a la sabiduría. No como origen para luego desvanecerla y disolverla en el conocimiento universal y necesario, sino para mantenerla. Este es el auténtico asunto, la clave de todo lo demás. Se conoce la ignorancia implica conciencia de algo fundamental que es uno mismo y no. Y es algo que no se puede hacer en términos de balanza usando una participación mayor o menor según el caso, sino que se enuncia como radical humano. Pero insisto en que es ignorancia como saber, luego tiene que ser que Sócrates, y con su esfuerzo parece que alguien más lo entendió más o menos, sí hallara algo decisivo, algo que se puede conocer como tal y que, por otro lado, igualmente deja a la persona más o menos como estaba, en su origen. Algo así, más o menos. Y, por cierto, lejos de toda crítica a la ciencia. Aquí de ella no se dice ni una palabra negativa, sino todo lo contrario. Jamás se pone en duda, jamás, que un médico siquiera -médico, de los de aquel tiempo- o un domador de caballos no sepa su arte o no pueda enseñarlo a otros. Vaya por adelantado.
Sócrates vive que, ante algo fundamental que tiene delante, se resiste al dominio en el que se ha trabajado hasta el momento. Esto es todo lo que se puede decir y lo mejor que se puede decir de todo lo que se está realmente viviendo. Y examinando más y más, una y otra vez, termina siempre comprendiendo que está presente de tal modo que solo queda ignorancia, y cómo no desdeñar la ignorancia que revela que algo hay fundamental, más allá de lo cual no resulta sencillo penetrar, aunque sea tentador ponerse a imaginar todo tipo de cosas. Y a esto Sócrates lo llamó ignorancia, insisto. E hizo de la vivencia de su ignorancia el asiento firme desde el que no moverse. Como una realidad que, a su trato y sin dejar de estar presente, ciega más que ilumina, modera la voluntad más que la excita, abre la razón a algo que no había considerado más que a guiar la razón desde lo común conocido hacia esto ignorado. Qué es esta realidad, que devuelve ignorancia con su trato, pero en cuyo trato hay más amor, más prudencia y más dominio de sí que en momentos de poder y gloria al someter, controlar y dominar. ¿De qué se trata, de qué hablamos?
Y no es que la razón se haya vuelto irracional, sino que se está ocupando racionalmente de lo que no había hasta ahora considerado hasta el final, había descartado o habría sometido a otras realidades más cercanas y las habría igualado bajo su mismo plano. Reparar en ello es el tesoro que, en parte, Sócrates creo que ha legado, con la máxima prudencia. Solo ha mostrado eso, que se puede saber que no se sabe o, mejor dicho, que en verdad no se puede saber que no se sabe. Viene dado por la vida.
¿Sobre todo hay que ser por tanto un ignorante? En absoluto. Esto no es lo que aquí está en juego. Esto no es el método socrático. Esto no tiene nada que ver con lo que aquí se dice. Nada más y nada menos. Tanto más, tanto menos. Casi nada.
O, al menos, así lo veo yo. Y he sido de lo más prudente. Sin querer decir la palabra que tanto uso para esto y que tan mal se entiende sin hacer este camino de la razón hacia el reconocimiento de la propia ignorancia, con cierta calma, con la paciencia, con la solvencia que da la razón. Sin acelerarse y aclarando. Bateando para descontaminar y no dejarse llevar por la duda radical de quien, sin más, quiere tirar todo lo pesado por la borda. Sumergiéndose, implicándose. No separándose tanto que todo lo que se vea sean simplemente cosas.
Y pregunta a todos, a los más especiales primero:
¿Os parece que digo la verdad, o que me engaño?
A todos les parecía que lo dicho era extraordinariamente cierto.
πότερον δοκῶ ὑμῖν ἀληθῆ λέγειν ἢ ψεύδεσθαι.
ὑπερφυῶς ἐδόκει ἅπασιν ἀληθῆ εἶναι τὰ εἰρημένα.
Así que, continúa. ¿Por dónde si ya estaría dicho todo, todos de acuerdo una vez más, siendo Sócrates la guía? ¿No se ha dicho ya la verdad?
Pues sigue por hacer un leve repaso, a ver si la gente allí ha estado atenta y puede ahora responder por sí misma, sin su ayuda. El primero al que pregunta es a Pródico, al que pide que se modere con el uso de sinónimos. Y la pregunta es directa. Una vez más volvemos a las preguntas directas.
¿Reconocéis, entonces, dije yo, que lo placentero es bueno, y lo penoso malo?
Y Pródico dice sí. Va y dice que sí. Y los demás también. ¡Esto no tiene final!
Así que continúa:
¿Y qué hay, señores, en cuanto a esto? Todas las acciones con este fin, el de vivir sin penar y agradablemente, ¿no son hermosas y beneficiosas? Y la acción hermosa, ¿no es buena y benéfica?
Y todos se mostraron de acuerdo. ¿En serio? ¿Sin ninguna pregunta más, ahora van e inmediatamente después de reconocer la ignorancia respecto a estas cuestiones, ahora ya han conseguido la respuesta? ¿Y la respuesta va y, a pesar de todo, les contradice sin miramientos en su propia cara? ¡Qué humor!
Así que tendrá que seguir. Seguro que tendrá que seguir puliendo el argumento. La ignorancia no se ha reservado su derecho a callar y preguntar, a entrar en diálogo todavía.
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