Siento lo que voy a decir, porque puede ser extremadamente mal interpretado, pero el placer no es otra cosa que la acomodación de la vida al mundo. Una parte de la persona deja de resistir y encuentra su sitio en el mundo. El mundo, por cierto, lo acoge con más agrado y dándole aquello que más desea para que siga a su lado, entre cantos de sirenas puramente exteriores, y le evita el sufrimiento mayor de la pregunta por el sentido de todo aquello narcotizando dulcemente sus días con sueños y más sueños. Si hay placer, si todo fluye, si te has incorporado de este modo a la sociedad en su generalidad, no hay preguntas, nadie te molesta. ¡Salvo la vida misma! ¿Quién la callará?
La pregunta sitúa en la senda del dolor, indiscutiblemente. Algunas preguntas todavía más que otras. No en cantidad, sino en calidad de dolor, en incisividad de ese dolor, en alcance de ese dolor, de esa ruptura, de esa pérdida, de esa duda. Y, sintiéndolo mucho, no hay alternativa. Ni se elige el momento para comprender esto. Se piensa el placer muchas veces ni siquiera por el placer mismo, sino como el intento de volver al momento de la vida en el que ya no se podrá estar. Y esto ha tenido un larguísimo recorrido. Pero en la vida política, cualquiera se atreve a servir un plato de madurez al gran público, cualquiera sale a decir la verdad que conoce. Al final terminamos, tal y como hoy comprobamos e igual que podemos ver a lo largo y ancho de la historia, en discursos complacientes, en relatos placenteros. ¿Quién dirá lo contrario? Pocos, muy pocos. Y los que lo hacen en serio terminan diciéndolo en primera persona hasta la muerte.
Volviendo al texto, recuerda Sócrates que si hubiera dicho al principio lo de la ignorancia se hubiera reído todo el mundo. Pero como ahora ya llevan un tiempo atentos y siguiendo la argumentación, se habrán dado cuenta de que continuamente hablan de que saben lo que no saben o dicen no saber lo que sí saben. Porque a la inversa también funciona. Y que todo es, en cierto modo, opinión que procura navegar sin zozobrar en su ímpetu por conocer y salir del terreno de su incertidumbre, que, a decir verdad, ya se podría haber dado cuenta de que no resulta tan fácil sin pasar antes por la mediación irónica de su ignorancia, por situarse en la posición primeramente en la que se atiende a la vida con su inmediatez propia y se viaja a través de ella y no de otros mundos creados e imaginados como alternativa a la dureza de la realidad.
Todo el rato han estado hablando de saber y de saber y respondiendo como si superan. Luego debe ser esa la clave, más poderosa que el placer, que está en otro mundo ciertamente. Y la lógica manda:
"La acción que yerra por falta de conocimiento sabéis vosotros, sin duda que se lleva a cabo por ignorancia. De modo que eso es el "sometimiento al placer": la mayor ignorancia."
Toca reírse un poco. Como los burlones de antes. Las palabras de Sócrates anticipan una seriedad de la que no se puede reír nadie. Salvo él, que se la reserva para sí. Y quizá todo el que quiera comprender lo que está pasando. Como una iluminación, parece una broma de mal gusto que algunos, ridículamente, tachan de intelectualismo y racionalismo exacerbado. De esos también hay que procurar reírse, lo máximo posible. No sea que nos convenzan con su seriedad. Risa y más risa. Comedia, de la que agradaría a Aristófanes fuera del teatro. O nubes, caminar entre nubes, quedarse obnubilado, vivir nefelibatamente. A lo loco. A lo loco. Asumir la ignorancia, aplaudir nuestra ignorancia. Y, al mismo tiempo, confesar un saber superior a ella. Porque decirse ignorantes, aunque sea una verdad, se contradice a sí misma, se hace paradoja. Que algunos ni ven, ni quieren resolver, que solo quieren criticar. Una unidad superior a la contradicción, una unidad sin oposición. Saberse ignorantes. Y todos vuelven a aplaudir: ¡Claro, era eso! ¡Somos ignorantes!
¿No es acaso un saber mayor sobre todas las cosas, tanto de lo que sé, tanto de la conciencia de lo que sé, como de la realidad, como de lo que sé de la realidad, y una palabra última sobre el mundo, sobre mí mismo y sobre la vida? ¿No es una descripción extremadamente potente que lo engloba todo? ¿No es un examen con una nota imposible, abierto a la casualidad?
¡Ay!
Por si no se ha entendido, les recuerda Sócrates que, siendo todo un problema de ignorancia, lo que deben hacer apresuradamente es ir en busca de maestros, primero ellos y luego enviar a sus hijos, lo que más quieren en el mundo. ¿Quiénes? Pues los que están ahí delante y se presentan como tales: Protágoras, Pródico, Hipias... ¡médicos de la ignorancia, sofistas de primera línea! Qué suerte tienen todos ellos, esa gente que está reunida en la casa, al tener la oportunidad de empezar ya mismo. Pero no lo hacen, por ignorancia, porque creían que el problema era otro, y así ahorraban además "dinerito". De tal modo que:
Creyendo que no es enseñable, ahorráis vuestro dinero, y, por no dárselo (a los sofistas), obráis mal tanto en privado como en público.
Solo imaginar la cara de os presentes ya es un buen ejercicio filosófico. ¿Opciones? Estupefacción, encanto, sorpresa. A cada cual, su mismo rostro le delataría situándole en una u otra actitud.
Ironía y más ironía, para sacar algo de preocupación por la verdad. A ver si se da el salto, se enciende alguna luz interior, se despierta algo. A ver si alguien hace alguna pregunta y rompe el silencio. O mejor aún, a ver si alguien comienza a tomarse en serio algo, más allá de las glorias consabidas e interesadas. Ironía, a raudales.
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