martes, 24 de agosto de 2021

PROTÁGORAS. Día 104. (Platón, 358c - 358d)

Si esto fuera una enorme clase actual, estaríamos en el repaso final y Sócrates habría fracasado completamente. Nunca he entendido bien por qué Platón no trabaja con más finura la figura de su maestro y, aunque sea por respeto a su memoria, no termina de otro modo muchos de sus diálogos, con un poco más de gloria y grandeza, o con un sencillo apaciguamiento de las diferencias. 

El caso es que, llegada a una de las conclusiones fundamentales, va a quedar encerrada y enclaustrada entre un razonamiento previo muy dudoso de tener más sentido que mostrar su sinsentido y cómo la lógica formal y por sí misma, si se nutre de mal alimento, camina cuesta abajo creyendo que conquistará el techo del mundo, y entre un repaso final desesperante. 

Todo este repaso está en la cuasiconfesión de que Sócrates es capaz de decir la verdad. Después, dos preguntas para empezar sobre: si lo placentero es bueno y lo doloroso es malo (el orden, es fundamental, porque describe una vía de acceso); y, encadenadas, si todas las acciones con ese fin (vivir sin pena y agradablemente) son hermosas y beneficiosas, por lo tanto buena y benéfica. En ambos casos, se manifestaron, se mostraron "de acuerdo", "en común opinión", "co-opinaron" lo mismo. Y, mientras todo parece fluir, ¿ya se olvidó la ingorancia?

Pues entonces, nuevo argumento, en forma de pregunta, por si alguien quiere volver a pensar lo que están diciendo: 

Si entonces, dije yo, lo agradable es bueno, nadie que sepa y que crea que hay otras cosas mejores que las que hace, y posibles, va a realizar luego esas, si puede hacer las mejores. Y el dejarse someter a tal cosa no es más que ignorancia, y el superarlo, nada más que sabiduría. 

Les parecía bien a todos. 

Así de sencillo y claro. Si la orientación final de la acción está mediada por el placer, es decir, si se considera lo placentero y lo agradable como lo bueno, entonces, aunque se vea algo mejor, se tomará el camino que se ha considerado seguro para encontrar "algún bien" en esta vida pesada y cansina que llevamos, en la que permanentemente habría que estar reflexionando y planteando cuestiones de máxima trascendencia, que darían dolor de cabeza continuo al ver la enorme densidad de cada instante de la vida. Para eso, para dar un rodeo sobre semejante muro, lo mejor es entonces asegurarse que por alguna vía se encuentra algún bien. Si esa orientación está segura bajo el timonel del placer, entonces la nave llegará a buen puerto.  

Pero, si se introduce "lo mejor" y el bien como auténtica orientación, sin despistarse de todo lo demás, se resuelve que el camino del placer y de la evitación del dolor no es más que "ignorancia" que se cura con "sabiduría". ¡Medicina para los pollos! 

Cuando se habla de "lo mejor" se podría decir que Sócrates está buscando lo que va más allá de lo inmediatamente considerado como bien. Porque, a decir verdad, se presentan tantas cosas como inmediatamente buenas (tanto por lo que nosotros vivimos, como por lo que otros nos proponen) que a duras penas se encuentran motivos para decidirse y orientarse en el trayecto. Por qué no quedarse con lo bueno, sin más. Por qué no conformarse a lo bueno inmediato. Esta es la pregunta que, con cierta benevolencia elabora Sócrates para el auditorio que presta atención. Lo bueno puede ser casi cualquier cosa, dependiendo de dónde esté uno situado. Lo mejor, sin embargo, es sinceramente lo más común a todos. Lo lo bueno concreto, en lo que existimos con enorme diversidad y responsabilidades, sino que lo que más humaniza y tensa esa humanidad desde dentro dándole una orientación decisiva es lo mejor. Y entre lo mejor, lo posible para cada uno adecuándose a su situación. Que no será igual para mí que para mis hijos o mis alumnos, ni tan siquiera para mi mujer y para mí, ni para mí y uno de mis compañeros, ni para mí y mis padres. Sin embargo, lo mejor sí es común a todos. Lo posible, ya quizá no tanto. 

Este impacto ha llevado a tantas peligrosas interpretaciones que, a decir verdad, ahora es cuando mejor se entiende la importancia de aquella "ignorancia" que venía citada anteriormente. Sobre lo mejor mejor, sobre lo mejor de lo mejor, sobre el bien perfecto, andemos con cuidado de querer atraparlo, manejarlo y dominarlo pervirtiendo su misma esencia, con respecto a la cual todo está en diálogo y a la vez todo se encamina. Cuando eso de "lo mejor" deja de ser recibido con cierta ignorancia y lucidez, cuando deja de ser pregunta para hacerse norma y ley, damos muerte a su vida. Si no es siempre más que cualquier consideración inmediata o larga posible, haríamos bien en recurrir al principio socrático de la ignorancia, o al respeto bíblico del "temor de Dios". ¡Cuidado con manejar lo inmanejable! ¡Cuidado con invertir la situación! ¡No erremos en lo fundamental y primero!

El diálogo continúa así: 

¿Qué entonces? ¿Ignorancia llamáis a esto: a tener una falsa opinión y estar engañados sobre asuntos de gran importancia?

¿Qué es esto de "asuntos de gran importancia"? Pues lo dicho tantas veces, que sobre otros tantos asuntos no debería reinar "la opinión" siquiera, sino ajustarse a lo que hay de verdad en los hechos tal y como se presentan y alcanzando a través de ellos conocimiento cierto. Sin embargo, otros asuntos, realmente asuntos "de gran importancia" no están sujetos a esa posibilidad. ¿Por qué? Sencillamente porque no hay "arte", "ciencia" capaz de alcanzarlos como tales sin dejarlos siendo lo que son. O mejor dicho, porque eso es una forma inadecuada de decirlo, la ciencia que mejor se aproxima a ellos es la "recta opinión", la opinión que se sabe tal y está orientada hacia algo capaz de dominarla, que es, y no puede ser otra realidad más que esta, el bien perfecto, aquello que hemos llamado aquí "lo mejor" absoluto, es decir, lo absoluto que coincide con el bien. Y no queda otra. Esta ciencia es aquí llamada "el saber de la propia ignorancia", la que mejor nos sitúa como dueños de nuestra "opinión", en la que pesa más hacia dónde que su concreción, y donde la confusión entre la concreción y el fin es poco más o menos que algo idolátrico. Esto es por lo que aquí hay filo-sofía en lugar de sofística. 

Vuelvo a un tema del principio. Sobre la facilidad con la que hablamos de "fin", o tal y como aquí aparece, sin mencionar su pluralidad. Si lo inmediato resulta ser más que lo que aparece de primeras, resulta que deja de serlo para ser medio para lo mediato, que no es necesariamente algo cercano o sobre lo que quepa seguridad o se dé mecánicamente sentado. Lo más probable es que hagan falta muchos otros momentos posibles como este para que confluya en alguna dirección. Y, sin embargo, llegado el momento también cabe preguntarse por algo más que lo meramente alcanzado. Será por algo, en lenguaje común. Irá todo asentándose sobre un fin, uno supremo. Ponerle palabra, como comprueba la historia actual y tantos critican incluso intramundanamente por las consecuencias también vistas intramundanamente, es extraordinariamente arriesgado. ¿Dejarlo como fin? ¿Vivir sin pretender tematizarlo? O, de otro modo, ¿tematizamos sabiendo que no es más que un acercamiento a cerca del cual solo queda seguir respondiendo con ignorancia, es decir, con precaución, con cautela, con distancia? ¿Lo tematizamos para negar la tematización, para sustanciar personalmente la diferencia, la lejanía? ¿Afirmamos para negar, afirmamos, como en pregunta, para negar que la respuesta que se pueda alcanzar sea una respuesta última? Es más, ¿no regresar sobre nuestros pasos sino seguir adelante? El fin se confiesa así desde la ignorancia de él mismo, como tensión hacia él mismo, como pregunta dada, como interrogante claro en tanto interrogante que se dirige vitalmente a alguien concreto, siempre en carne y hueso. 



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