sábado, 24 de julio de 2021

PROTÁGORAS. Día 73. (Platón, 344d - 345d)

Cuando buscamos o nos preguntamos por el bien y el mal no estamos en la misma situación que quien ha perdido cualquier cosa o necesita coger un tenedor para comer algo. Cuando buscamos o nos preguntamos por el bien y el mal ya estamos afectados por ello, sin que sepamos de dónde viene todo esto o por qué ni para qué. Es una pregunta de tal calado y radicalidad que no se hace sin haber vivido, y no de poco sirve todo lo que hemos vivido si nos conduce a una cierta responsabilidad a partir de entonces. 

Solo el bueno puede caer en el mal. Se diría que al revés existe también la oportunidad. Como un vaivén. Aunque el texto no lo cita directamente, en el fondo esta parte del diálogo va sobre la posibilidad de virar la existencia en alguna dirección, habiendo reconocido al menos una primera parte de esta especie de único camino de dos direcciones, atisbando curiosamente su final. 

Como Sócrates está hablando continuamente con un sabio, le previene reiteradamente de la posibilidad de volverse ignorante ante tanta insistencia en su propio conocimiento. O dicho de otro modo, que hay realidades que no se aprenden jamás del todo y que, por lo tanto, requieren permanente atención. Vivir no es montar en bicicleta reflejamente, vivir no puede convertirse en rutina. No se despierta de la caverna una vez para siempre, por mucho que haya acontecimientos decisivos en la vida que lo trastoquen todo. No es que se pueda dar marcha atrás, que no siempre es posible. Es que se puede constantemente elegir el paso equivocado o ir a un ritmo impropio. 

Volviendo al tema. En la exposición socrática hay un punto de partida interesante sobre el que conviene poner un poco más la lupa. Si lo tomamos en serio, que es algo que siempre tengo dudas de que sea lo que hay que hacer con Platón, lo que viene a decir es que el inicio del que se puede hablar con más propiedad es la bondad. De ahí nace la persona. Ahí nace la persona. No en la maldad, como tampoco despierta adecuadamente por ella, sino por la bondad. Y es la bondad la que se pone en riesgo repetidamente, quizá sutilmente. Pero no sé si esto hay que tomárselo muy en serio, aunque esté señalado. El mal viene sobre nosotros con la capacidad de negarnos lo que somos, bajo la tentación de decir que somos lo que no somos o no somos lo que somos. Es un golpe a nuestra propia identidad que crea confusión, altercados y disputas, es decir, la ignorancia magna en la que no nos reconocemos ni frente a un espejo, ni en nuestra historia, ni se esclarece futuro alguno digno a la altura de la realidad y de lo posible. Esta ignorancia de lo que se es es ignorancia de lo que será. Y con ella vendrán los miedos, los temores, las dolencias, la precauciones, los disparates de todo tipo que, avalados por lo que otros parece que hacen porque hacen lo mismo a lo que nos vemos empujados terminamos tomando como lo más normal del mundo y casi la única salida razonable que permanece abierta. 

Para ciertos conocimientos está claro que es así. Para ciertos saberes, si se quiere decir con esas palabras. El estudio, el ejercicio, la medicina. ¿Pero qué pasa con el saber sobre la persona, no con el saber de una parte de la persona? ¿Qué pasa con la realidad de la persona en su conjunto, no con su inteligencia, no con su voluntad, no con su cuerpo por separado? Y, una vez más, quedamos empujados a reconocer que no es lo mismo, que no valen las mismas artes, que no hay técnica entre las técnicas conocidas. Y se da la vuelta al tema: si carecemos de sabiduría adecuada para ese asunto se cae en la maldad. Espero que se haya entendido la prioridad que aquí se pone en el conocimiento, en el saber, antes que en la ética. Porque luego se dará la vuelta en las partes para hacer ver su dimensión radical. La bondad, que debe anteceder a todo lo demás, no acepta técnica alguna. Sin embargo, las domina todas (o debería). 

No habrá persona buena, no habrá persona mala. Pero sí es posible que sea buena y mala. Es decir, que hay mejores y peores personas, sin ser la bondad o la maldad. De modo que, aquellos que amen la bondad serán los mejores entre los hombres. Y por bondad aquí se entiende, como en tantos otros lugares, a Dios mismo. 



 

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