jueves, 1 de julio de 2021

PROTÁGORAS. Día 53. (Platón, 332c - 333a)

Incidiría más en lo anterior, en la objetividad -ingenua e inmediata, sin duda- con la que Platón trata el bien, la belleza y la voz. Lo de ingenuo es porque este gran descubrimiento ha quedado en estas páginas a salvo de muchas explicaciones y saltos que, aunque Sócrates los diera -sin que jamás seamos capaces de reconstruirlos-, no aparecen descritos en ninguno de los escritos. Solo el choque de este Hombre sobre la cultura culmen de su tiempo y la ola que crea y riega todavía hoy las orillas de nuestro tiempo. Aquí seguimos. 

Protágoras está de acuerdo en la existencia de un único contrario y no muchos. El bien y el mal. La belleza y la fealdad. La voz y lo grave. Se han "homologado", han firmado acuerdo en esto. Pero repasan lo que han dicho, por si acaso. Sócrates duda, con su finura, de la agilidad en la que se ha desarrollado todo, quizá porque hace un instante las cosas estaban del otro lado. Y lo examina, por decirlo con sus palabras. Si antes era la semejanza, ahora la contradicción o la contrariedad. 

Primero, y van muy rápido, que solo hay una cosa contraria para cada realidad. Segundo, una vuelta a la sensatez y la insensatez. Tercero, que la insensatez era lo contrario de la sabiduría. Es decir, que en una página, pese a decir que lo contrario de una cosa es otra siempre y solo una otra cosa, aquí la insensatez se opone tanto a la sabiduría como a la prudencia. E insistiré siempre en la maravillosa lógica que hay aquí expresada, ante los ojos de Protágoras sin que Protágoras lo vea con claridad y simplonamente se deje llevar de un lado a otro sin ajustarse ni a sí mismo en una conversación breve. Y así culmina una cuestión fundamental de la que he hablado también en otros momentos. Que si todo se pone en el mismo nivel, además de no comprender nada pese a hablar y decir casi de todo y cualquier cosa, entonces terminamos expulsando como falsos, irreales y lo que se quiera además, todo aquello que no permanezca en mi mismo plano de subjetividad y construcción del mundo. Sin hondura, qué jaleo. Aunque Sócrates lo ve. 

Con ironía, Sócrates vuelve a preguntar: 

¿Y de que para cada cosa había sólo un contrario?

ἓν δὲ ἑνὶ μόνον ἐναντίον

Lo siguiente lo puede preguntar hasta un niño. Por eso la lógica, cuando se ven despacio los argumentos, nos dice que realmente hay algo que no se enseña, ni se aprende. Que la buena educación, eso que llamamos buena educación, es poco más y nada menos que prestar mucha atención a la vida misma que se revela y que está, intentando descubrirla y añadiendo lo menos posible. Que en esa prudencia y respeto absoluto, casi sagrado o sagrado enteramente, está la verdad y que la verdad es propia del más libre, del más humilde, del más sencillo, del más -en cierto modo- niño que recibe de la vida lo que hay. La atención es la clave. La lentitud. El repaso permanente y constante de lo dicho y de lo vivido. No del edificio que se construye con palabras huecas, sino de la posibilidad de aproximarse a la vida simple y llanamente a través de preguntas, pese a las contrariedades de las respuestas o, irónica y graciosamente, gracias a ellas incluso. Y ver, e intuir directamente, lo más directamente posible, el ser emparentado con la razón. O sentir su presencia de lo que, pese a los bonitos intentos, no cuadra y desborda por aquí o por allá. 

Algo que solo se puede hacer, insisto, con atención. Con mucha y dedicada atención. Focalizándose. Abandonándose el "yo" en cierto modo para que se revele la vida o, rebajándolo, el sentido de la vida. 

Esta página siempre me ha parecido de una altura espectacular. ¡Es tan evidente! Imagino a Protágoras, en lo que llega, desvaneciéndose con su propio discurso. O, lo que es peor, en la poco honrosa salida de intentar llenar de contenido lo que ha descubierto que estaba vacío, dando vueltas de un lado a otro intentando frenar el mareo y el vapuleo para no caer al suelo delante de todos sus endeudados discípulos, sintiendo que se acaba lo que daba, que ha parecido poco más que un niño encerrado entre puertas sin saber dónde está la salida. Ya sabemos cómo terminan muchos diálogos platónicos y éste, en concreto, podría ser uno de sus finales: "Ahora, Protágoras toma la palabra y se despide de mí sin decir nada más." 



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