lunes, 28 de junio de 2021

PROTÁGORAS. Día 50. (Platón, 332a)

Cuando leo aquí "prudencia", de manos de la sabiduría, y por otro lado "imprudencia", que termina entonces siendo ignorancia de lo fundamental de la vida aunque muy inteligente probablemente en otros campos, lo primero que me pregunto es con qué trata la prudencia y, más aún, si trata con algo diferente de uno mismo. 

Las traducciones de "prudencia" cercanas a equidistancias, términos medios, no mojarse, permanecer al margen, próximas al miedo a la decisión, a la acción, al pensamiento, no tienen mucho recorrido. Porque en unos casos la "prudencia" dictará según las circunstancias y solo atendiendo a las circunstancias. Y eso no me parece, al menos así de primeras, nada de excelente. Más fruto del miedo al otro, que de amor al otro. 

Si se entiende "prudencia" del lado del respeto a los demás, sin dañar a nadie, sin que nadie se ofenda, como queriendo quedar bien con todos, entonces la prudencia tampoco hará nada por amor del prójimo cuando la persona tenga que vérselas en exigir o en corregir. Creo que ambos estilos de prudencia están muy presentes en lecturas actuales. 

Digo entonces, si la prudencia está del lado de uno mismo consigo mismo, entonces la prudencia no tiene nada de sabiduría. Ahora bien, entiendo que la prudencia con uno mismo también puede ser comprendida como lo siguiente: conociendo quién soy, conociendo cómo soy y que no soy excelente, busco la excelencia con la prudencia que me da entenderme no solo en relación a la virtud y lo más elevado, sino en relación con mi propia debilidad e ignorancia. Entonces sí. Entonces me cuadra como sabiduría de uno mismo, no por cobarde, sino por aquello que me pone en contacto conmigo mismo en la verdad y en esa relación tan particular de ser responsable de otros sabiendo quién soy, cómo soy y el "peligro" que tengo cuando me olvido y desconecto de esto. Prudencia, religiosamente hablando, expresada como "ni soy nada, ni soy Dios". 

Hoy me detengo aquí. Para no seguir de cualquier modo. Porque la conexión entre la prudencia (humildad, quizá también) y sabiduría es mucho mayor de lo imaginado. Nadie sin esa disposición estará abierto de tal modo a la realidad y la vida como para adquirirla como es, sin la capacidad posesiva que nuestra razón ejerce con fuerza sobre las cosas, con la distancia necesaria para que la realidad en trato con ella revele, en la  medida de lo posible, lo que es, con la enorme apertura requerida para no reducir a uno mismo, los propios esquemas y sesgos la vida que se presenta como tal tanto en mí mismo como en los demás. Y así sucesivamente. 

A esto le llamaríamos sabiduría, por eso prudencia (valentía, quizá también). Para no completar con las propias heridas los huecos de la realidad que no es porque yo sea, sino que yo soy en ella. 



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