lunes, 14 de junio de 2021

PROTÁGORAS. Día 36. (Platón, 324d - 326e)

Lo que toca ahora es afrontar el siguiente punto: por qué los sabios, según Protágoras, no enseñan a los suyos, hijos o ciudadanos, su saber; qué razón hay para que no lo compartan con otros. Y es comprensible que aquí quiera volver a repetir lo que ya dijo al inicio, en su misma carta de presentación, convirtiéndose él mismo en mito a la altura de muchos otros con la diferencia de que él había salido a dar la cara a la plaza pública y no se ha escondido en otras artes como sus antecesores sofistas hicieron malogrando de este modo la amplitud de su saber. 

Es muy interesante la pregunta que hace sobre lo imprescindible para que aparezca la ciudad y la respuesta centrada en lo humano y lo divino: la persona capaz de justicia, de sensatez y de obediencia a la ley divina. Nada más y nada menos que esto, que es la esencia de la virtud humana, constituye la ciudad. Y todos deben participar de ello por aprendizaje, no de otro modo. Y ya sabemos qué le debe ocurrir a quien no quiera participar: castigo y corrección, expulsión o muerte. Esta es la altura en la que Protágoras se sitúa y coloca todo lo demás a su alrededor. 

ὧδε γὰρ ἐννόησον: πότερον ἔστιν τι ἓν ἢ οὐκ ἔστιν οὗ ἀναγκαῖον πάντας τοὺς πολίτας μετέχειν, εἴπερ μέλλει πόλις εἶναι; ἐν τούτῳ γὰρ αὕτη λύεται ἡ ἀπορία ἣν σὺ ἀπορεῖς ἢ ἄλλοθι οὐδαμοῦ. εἰ μὲν γὰρ ἔστιν, καὶ τοῦτό ἐστιν τὸ ἓν οὐ τεκτονικὴ οὐδὲ χαλκεία οὐδὲ κεραμεία ἀλλὰ δικαιοσύνη καὶ σωφροσύνη καὶ τὸ ὅσιον εἶναι, καὶ συλλήβδην ἓν αὐτὸ προσαγορεύω εἶναι ἀνδρὸς ἀρετήν

Resulta sobrecogedor escuchar a Protágoras con un discurso a la vez tan propositivo y constructivo, y por otro lado tan demoledor. Es como si quisiera situar a los discípulos y a todos los discípulos de los discípulos en el trono que cedió Dionisio a Damocles. La muerte pende sobre la cabeza de quien no quiera aprender esto así, sin piedad. 

En este párrafo, Platón coloca en boca de Protágoras una prudencia que no puede pasar desapercibida. "Si existe, si existe, si existe, si existe." Reiteradas veces ante la duda, ante lo no evidente. Hasta el final, que lo sentencia. Para decir que, siendo así, aquí todo el mundo enseña cosas a los demás salvo esto. 

La duda persistente es crucial para la comprensión de la tesis de Protágoras, porque es un supuesto sobre el que trabaja, una intuición de lo primero original no constatable, hasta que se sitúa en el presente, donde se puede ver que, efectivamente, las personas de bien eluden, siendo personas de bien, esta responsabilidad con los suyos de forma llamativa, pero explicable.

Dice que hay una enseñanza permanente, pero no sobre temas que atañen a la muerte y la exclusión. Sobre esos temas, no. 

La ciudad se sustenta sobre la virtud de las personas justas, prudentes y piadosas. Sin ello, la ciudad desparecería. 

El alegato que hace sobre la educación parece directamente centrado en estas cuestiones. Algo así como que, desde que el niño crece, todo el empeño se dirige a que aprenda, por este camino o por el otro, con estas herramientas o aquellas, los grandes imprescindibles que hacen que la ciudad continúe en pie. Mejor dicho, no la ciudad con sus piedras, sino la comunidad con sus reglas. Esto es, el imperio de la justicia, la vida del ciudadano prudente y moderado, y la ajustada gratitud con los dioses a la cual se llama piedad. 

Un equilibrio realmente costoso. Dicho sea de paso. 

Me pregunto yo a mí mismo, qué ocurre para que esto tenga que se aprendido de este modo cuando al mismo tiempo se dice que es esencial en la persona. Es decir, que hay una afirmación clara sobre que no viene de serie o, si viene con nosotros, llega dañado. Al mismo tiempo, si el mundo de la ciudad en el que la persona desembarca esto fuera lo común y propio, quizá con ponerle a pasear al niño por las calles de la ciudad sería suficiente, y no tanto y tanto recurso y esfuerzo denodado y continuo porque lo aprenda. 

Es más, terminamos en una objeción clara. Si esto es así, ¿por qué con un hombre sabio puede nacer y crecer un injusto, imprudente e impío? Lo dejamos para más adelante. 

El recorrido que hace Protágoras de la educación ateniense es impresionante y muy curioso para un educador. Hay una auténtica tribu entorno al niño. Gran diversidad de disciplinas, aplicadas todas, según parece, bajo el imperio del esfuerzo y el temor al castigo. Nada más comenzar se apunta que se busca lo mejor en el niño. Quizá sea este un problema, que los padres que dicen ser sabios quieren que el hijo lo sea y se esfuerzan porque él aprenda lo que ellos no viven y con lo que no están auténticamente comprometidos. Lo dejo apuntado. No como crítica, sin más. Es una anotación más que ética, epistemológica y ontológica. Sobre el deseo también influye. Y los afectos. 

Por otro lado, interesa el largo tiempo que parece que el niño ateniense estaba así. Empezaba antes y terminaba después, si era rico. 

Ya sabemos que los esclavos pedagogos en ocasiones eran muy libres. Más que sus dueños, diría. 

Y repite muchas veces algo que hemos perdido: el cuidado para la ciudadanía, entendido como dedicación, como atención al niño y al joven, a lo que hace y a cómo lo hace, y a "evaluar" con decisión lo que ocurre en su vida, para que obtenga lo mejor que puede dar. Las rectificaciones aparecen como parte del proceso. Pienso, igualmente, que grandes aprendizajes se producen a través de los errores y ciertos sufrimientos; cuando se aprende, claro; cuando se está dispuesto a aprender, claro. 

Por supuesto, hay una prioridad de lo ético sobre lo intelectual. Porque se puede dividir. Y el énfasis está reiteradamente expuesto en lo fundamental, en lo básico, después de lo cual llegará todo lo demás, incluso fácilmente y con agrado. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario