jueves, 10 de junio de 2021

PROTÁGORAS. Día 32. (Platón, 322d - 323a)

Efectivamente, si solo participan unos pocos de la justicia y de la sabiduría de las relaciones, no habría ningún tipo de comunidad política. Lo llamaríamos de otro modo. Es más, pienso que no seríamos, ni siquiera, una misma especie. Porque, aunque mitológicamente se cuenten como añadidos, realmente son constitutivos y vinculantes. Las relaciones no son un lujo, sino una gloriosa necesidad y una responsabilidad desproporcionada, una capacidad que existe aunque comience en la ignorancia, una oportunidad dada con fuerza en la que se aprende a través del don y en la que se pide no actuar de cualquier modo movido exclusivamente por lo posible. Las relaciones humanas, cuando se observan con detenimiento, no es que demanden respeto, sino algo más: dulzura, ternura, misericordia, suavidad, cuidado. Hoy se emplea mucho esta palabra, que evoca el atender a alguien y cargar con él. Que le pongan todo el "mutuo" que quieran detrás, que lo que hay es primeramente una obligación y nada de simetría. 

Ahora bien, como participan todos de ella, esto quiere decir que la humanidad, en el fondo, tiene en sí misma un más allá de sí misma innegable, y que nadie cuestionaría inmediatamente salvo por la aparente sabiduría de otros que llegan con proclamas irrespetuosas a reventar por los aires la vinculación de cada uno consigo mismo y la vida, de cuya fragilidad posterior ya se aprovecharán en aras de una mejor dominación y domesticación. Y no con cualquier asunto, sino con los más elevados de los que se pueda hablar. Y no en una relación de igualdad, mucho menos de posesión, sino de cierta indigencia y búsqueda, sabiendo que algo ahí en todo aquello de más allá o más acá que resulta fundamental. 

Platón lo llama aquí de este modo, en palabras de Protágoras. Con una expresión gobernada semánticamente por el campo al que pertenece y que hoy carece de prestigio, por lo cual, a lo mejor, habría quedarle una vuelta más para saber qué significa. Y si el alcance que tiene, en sus palabras, se puede generalizar racionalmente fuera de los muros que los atenienses construyeron en torno a sí mismos con cierto orgullo. 

El mandato de "muerte", que siendo Sócrates el interlocutor, es un detalle que no puede pasarse por alto, resulta del todo sorprendente. Protágoras aboga por expulsar de la ciudad a todo aquel que sea incapaz, aunque justamente ha dicho dos líneas más arriba que toda persona está capacitada por el dios para obrar de esa manera, por lo que nadie podría inhibirse. Y mezcla capacidad y acción, como si tal cosa. 

No hago solo una lectura "elitista" de estas palabras, dada la composición de la ciudadanía ateniense, y el trato no personal en el que vivían miles de personas, sino una lectura que prueba la inhumanidad misma del mismo Protágoras. Aquí pueden encontrarse, bien cómodos y holgados, los totalitarismos de toda época y más, todos aquellos que consideren que hay personas con carencias de dignidad como personas. 

Continúa Protágoras volviendo atrás en el discurso, para recordar lo que ya sabemos. Que hay distintos tipos de saberes y algunos se muestran como tales, porque las personas que dicen poseerlos, además cumplen con lo que dicen y hacen. Y generan cosas. Luego su saber es fértil, productivo. Véase los arquitectos, cuya excelencia es demostrable. En esos saberes, según Protágoras, no todos pueden participar decidiendo. Sin embargo, en la sabiduría política no ocurre igual. 

ὅταν δὲ εἰς συμβουλὴν πολιτικῆς ἀρετῆς ἴωσινἣν δεῖ διὰ δικαιοσύνης πᾶσαν ἰέναι καὶ σωφροσύνηςεἰκότως ἅπαντος ἀνδρὸς ἀνέχονταιὡς παντὶ προσῆκον ταύτης γε μετέχειν τῆς ἀρετῆς  μὴ εἶναι πόλειςαὕτη Σώκρατεςτούτου αἰτία.

Más o menos, lo dicho antes. Que todos participan porque todos la poseen como excelencia, acompañados de -nada más y nada menos- que justicia y prudencia. 

Me vuelvo a separar. No sé cuántas personas habrán pensado, llegado este punto, ¿en qué mundo vivo yo, que a mi lado me cuesta reconocer esa justicia y esa prudencia? Es más, ¿qué puedo decir de mí mismo? Y comenzaría la cuestión por aquí. Porque si yo mismo compruebo conmigo mismo que esto de la justicia y la prudencia no siempre lo practico como debiera, aun con buenas intenciones, ¿qué es lo que tengo que "hacerme"? ¿Expulsarme voluntariamente de la ciudad? ¿Tratarme como un enfermo? Peor, ¿tratarme, no como persona, sino como una enfermedad para otros, "algo" que puede dañar a los que sí están sanos y son políticamente competentes?   

 


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