Llevo varios días leyendo la misma parte de este diálogo y, por momentos, me parece claro y ordenado, oscuro y desconcertante. Quien escribe es Platón. Está claro. Quien habla es el Sócrates guardado en la memoria por el discípulo y amigo, que quiere recuperarlo y completarlo. Probablemente quiera también quietamente completarlo. La alteridad puede plantearse como ruptura o intento de acercamiento. Qué lejos está todo aquello de mi mundo. Y qué cerca humanamente. O qué legible sigue siendo. Por versatilidad probablemente, pero inintencionada y misteriosa. Qué llevó a Platón a dejar esto así escrito, de este modo. Sometido al diálogo. Hay de todo escrito al respecto.
La intervención de Sócrates, después de la síntesis de Protágoras, se vuelve sobre lo que no es enseñable, pero sí aprendible, aunque no de parte de otras personas al modo como se aprenden otras cosas. Y la repetición mimética es reducción y burla, no es sabiduría en el ignorante por hablar como el sabio habla. Ahí no hay nada más que lo ajeno, no escudriñado. Sin embargo, algo más extraño permite reconocer, según parece, en el ignorante al sabio o la sabiduría; quizá solo partiendo de su propia ignorancia, pero eso sería debilidad extrema y exposición de uno mismo maximalista. No tengo claro cómo se articula esto finalmente.
Los más sabios no pueden y saber que no pueden transmitir lo que saben. Y pone de ejemplo a Pericles, en lo que él mismo era sabios. Y llama hijos a muchos de los presentes por pertenecer a su tiempo y favorecerse con su buen gobierno. El elogio está servido. Un tiempo mítico, de esplendor y que atrae la mirada de muchos sobre Atenas. Lo que hacía era encargar a ciertos sabios en sabidurías concretas la enseñanza que sí podían ofrecer. En lo demás, simplemente las dejaba al margen, sin tocar de ese modo, favoreciendo que pulularan vivamente en el entorno y cada cual enganchara con ellas del modo que pudiera y fuera, a partir de ahí, ir haciendo camino hacia la virtud. Un planteamiento sumamente interesante para plantear la educación. Que tiene su recorrido y por la que se ha abierto trecho en no pocas propuestas. El sabio garantiza que en el ambiente haya riqueza sapiencial extraordinariamente viva para convocar la atención de los paseantes, de los que por allí andan, de los que allí viven y se ven y dialogan. Esto es crucial. Porque es propuesta la sabiduría indirectamente, llameantemente.
Y, otro ejemplo muy notable. El del sabio y bueno que no consigue, ni de lejos y hasta desesperarse él mismo, hacer a otro sabio y bueno, aunque se lo den como tutor, como casi hijo. Ni a propios, ni a ajenos. Incapaces de hacer buenos a otros por mucha bondad que tuvieran y fuera reconocida por otros sabios. Nada de nada. Porque el sabio puede ser dulce y moderado y no hacer dulce y moderado a nadie a su alrededor. O incluso sufrir el desprecio, el odio, la envidia o la muerte de parte de otros. Así tratado, tan directamente, está claro que dice una verdad enorme en la que no hemos reparado tanto. Porque es común pensar al revés, que si algún joven no es virtuoso es problema de su familia o sus educadores. Esto en nuestro siglo, como en cualquier otro. Una y otra vez lo mismo. La virtud no es enseñable, como sí pueden enseñarse otras muchas cosas.
Termina Sócrates pidiendo a Protágoras que se explique, porque dice saber lo desconocido. Seguro que ha descubierto algo que se ignora.
Protágoras hace uso del mito, de la narración, unida al razonamiento. Así lo pide. No privará al público de esa mostración. No les dejará así. Él que es el sabio entre los sabios. Así que quiere ponerse a ello cuanto antes. Es agradable, según Sócrates, que cuente una historia. Aunque un mito es algo más que una historia. Y los contadores de mitos nos revelan que el acceso que tenemos hacia toda realidad es para nosotros, y será siempre, no directa e inmediata, sino que se deja comprender siempre a través de algo. Y que una cosa es acceder a ello y otra, bien diferente, hacerlo propio.
Por acelerar un poco el asunto, el mito es racional. No como cantan algunos por ahí haciéndose eco de depuraciones infinitas de una razón que termina muerta de alimentos. Y es tan racional como humano. Es, además, bello en muchos casos y busca expresar lo mejor. El problema está cuando se desentiende, quien lo lee frecuentemente, del ámbito en el que se dice y de su forma de decir. Pero el mito es maravilloso, que permite abrir además cuestiones sobre las que luego volver. Es por eso que las narraciones tienen esta cualidad no desdeñable de ayudar a empujar una reflexión y meditación de otro calado. Que, dicho sea de paso, en no pocas ocasiones en apariencia de otra cosa siguen siendo igualmente mitos, también bellos, pero mitos o mitificaciones.
Protágoras va a ocuparse en un largo discurso durante varias páginas. Para un diálogo socrático, una auténtica desproporción en la que todos callan, solo se escucha su exposición y análisis tratando de responder la cuestión que le ha planteado Sócrates. Exactamente desde 320c hasta 328e. Y comienza así: "Hubo una vez un tiempo en que existían los dioses, pero no había razas mortales." Después de escuchar todo, Sócrates responde lo siguiente:
En mucho estimo haber oído lo que he preguntado a Protágoras. Porque yo, anteriormente, creía que no había ninguna ocupación humana por la que los buenos se hicieran buenos. Pero ahora estoy convencido.
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