El elogio del saber se convierte ahora en un elogio del no saber. Esto supongo que a más de uno le sonará estupendo. Esta ignorancia, esta incapacidad de lanzarse sobre se objeto y arte, será tan fundamental como crucial para otros aspectos, tales como la consideración ulterior de la libertad a lo largo de los siglos. Y quizá el escollo que, los que lo interpretan como tal, está intentando abordar esa ingeniería de lo humano que está destruyendo en pedazos la humanidad hasta volverla irreconocible, al amparo de no sé cuántos males de los que salvará a no sé quién que ya no estará para cuando los nuevos seres tengan que hacer el titánico esfuerzo de recuperar lo que son desprendiéndose de todo lo demás.
Este no saber, esta ciencia inalcanzable tiene mucho que ver con la temporalidad no compartida en la que se desarrolla nuestra vida. Más con la vida que con la temporalidad, a decir verdad. O con la encarnación, por resumirlo de golpe, aunque sea más oscuro para el lector. El hecho de que la sabiduría no sea un ente ahí en forma de depósito que se abre, sino que deba ser vivido, impide que se pueda transmitir como posesión. Porque quien lo vive es quien sabe y solo porque lo vive. Y esto es algo que no se puede traspasar. Para lo cual no hace falta aludir al refranero español, porque es más que evidente.
Hay conocimientos que son transmitibles y otros que no lo son. Hay conocimientos que requieren de la vivencia del sujeto y otros no en la misma intensidad, integridad y compromiso. Hay conocimientos que se pueden enseñar, otros que no. Por ejemplo, se puede explicar el Camino de Santiago, se puede dibujar en un mapa, hacer el recorrido; pero para saber qué es hay que vivirlo, y aquí vivir no es solo ponerse a caminar, ni siquiera por los mismos lugares que otros. O, como es más que evidente, un beso se puede describir perfectamente y en todo detalle, que no será lo mismo que besar, aunque besar se pueda hacer de tal modo que quien lo hace no quede implicado nada más que superficialmente en ello; de donde se deduce que ese besar, ese beso está en las antípodas siempre de alguien que no lo vive a fondo, hasta el punto de hacer falso totalmente lo que está viviendo aunque en superficie, incluso en intención, esté obrando de este modo. Me parece más que evidente.
El caso es que Sócrates, supongo que dejando bien entreabierta la puerta de la ironía al buen lector, elogia la sabiduría de todos los atenienses, porque ellos sí que son sabios a diferencia de otros. El motivo, que cuando necesitan algo buscan al que sabe de tal o cual asunto. Y lo hacen en asamblea. Y aquí el mismo Sócrates se incluye en la deliberación. Sea porque hay que buscar un constructor, sea porque se trata de naves, sea de cualquier cuestión "enseñable y aprendible".
ὅσα ἡγοῦνται μαθητά τε καὶ διδακτὰ εἶναι:
Lo enseñable y lo aprendible se sitúan en un diálogo complementario y su hallazgo puede ser más difícil de establecer de lo que aparenta. Habría cosas que permitirían cierta enseñanza, quizá no su aprendizaje tal cual. Es más, habría que intentar enseñar lo inaprendible incluso, dejando resonar y que cree horizonte, dejando bien claro además que es inaprendible. Y también hay cosas que, aunque cueste verlo de primeras, son aprendibles y no enseñables por un maestro. Todo esto, con calma. Luego estaría aquello, por supuesto, que ni es enseñable, ni aprendible. Y la síntesis de ambas cuestiones.
El caso es que, según la ironía de Sócrates, cuando alguien habla de algo que no sabe, o se atreva a hacerlo mejor dicho en razón de lo que sea por el atrevimiento que sea (riqueza, poder, prestigio, situación...) no se acepta en nada lo que dice. Insisto, pura ironía. Esto no es así, ni de lejos. Aunque eso sería lo máximamente sabio de todo y entre todo. No un saber que sabe de algo concreto, sino un saber que se defiende del no saber. E, insisto, entonces libera, como decía al inicio. Un saber tal que hace sólida a la persona y la sitúa, no a merced de las palabras, sino en vinculación con la razón. Una fortaleza que, examinando, acepta o no, acoge o no, da crédito o no. Y supongo que lo tiene que hacer en función de algún tipo de criterio general que, ahora sí, se puede llamar sabiduría pero no profesionalidad.
Movido ya por lo irrisorio, Sócrates dice que la asamblea actúa con tal libertad que da cabida en lo público a lo cómico, no como burla y desprecio, no como menosprecio del otro, sino para situarlo en el lugar del escenario que le corresponde. Como si todo fuera eso. Y ojalá así pasara y la sabiduría estuviera siempre acompañada de esta capacidad humorística, no solo irónica. Tal es la fuerza de la sabiduría de los atenienses que, incluso el que ha creído que sabía sin saber, ante la reacción de la asamblea y su pedagógica actuación, ha comprendido su no saber y se retira de su intención nefasta.
Lo anterior todo por una suerte de saber no técnico sobre lo técnico, que es lo que cae dentro de lo enseñable y lo aprendible. ¿Qué es lo que no es técnico en este sentido? Y Sócrates responde: el gobierno de la ciudad, es decir, de los asuntos que afectan a todos, de lo público en cuanto a exigido en relación con el bien y la verdad en lo humano. Aquí, según Sócrates, en un potente alegato de la democracia, toman la palabra todos por igual, sin que haya exigencia de sabiduría alguna a ninguno. Todos pueden dar su parecer, su consejo sobre lo que se debería hacer.
Si fuera algo que también fuera aprendible, lo lógico sería traer al que sabe más que nadie, al mejor en ese campo. Pero esto los atenienses lo han colocado en otro orden de realidad, en otro campo. A la vez accesible a todos e inapropiable por ninguno. Lo cual es muy interesante de ver de ese modo. Porque es algo que no se puede enseñar, aunque quizá sí que enseñe mucho ese situarse de este modo ante la vida y enseñar claramente que es inseñable. Aunque esto sea paradójico, no dejaría de ser verdad en cierto modo que atañe a quien aprende, es decir, a quien vive abierto a la verdad de la vida.
Esto no significa que todo el mundo sea igual entre sí, sino que toma la palabra en igualdad con otros y todos pueden hablar e intervenir. Pero, evidentemente, no todos saben lo mismo, porque no todos han vivido lo mismo. Ni siquiera tienen, muy probablemente la misma capacidad para esta experiencia. Y, sin embargo, una gran sabiduría común engloba a todos y compromete a todos en esta acción.
μὴ τοίνυν ὅτι τὸ κοινὸν τῆς πόλεως οὕτως ἔχει, ἀλλὰ ἰδίᾳ ἡμῖν οἱ σοφώτατοι καὶ ἄριστοι τῶν πολιτῶν ταύτην τὴν ἀρετὴν ἣν ἔχουσιν οὐχ οἷοί τε ἄλλοις παραδιδόναι:
Por si no ha quedado claro, lo repito: Sócrates le ha dicho a Protágoras que los más sabios en Atenas, que los hay, no son capaces de transmitir a otros su propia excelencia, ni queriéndolo, ni sin querer.
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