sábado, 8 de mayo de 2021

Solemos desearnos cosas buenas

A principios de año, en otros momentos especiales. Alguno más, pero poco más. Las rutinas se apoderan de nosotros como la envidia, que no suele ser confesada y actúa sigilosa cincelando relaciones aquí y allá queriendo ser más siendo menos. Dura realidad que se ve en quien ha dejado de sentirse a sí mismo y no le importa encontrarse ya tan aburrido como para no actuar, tan estúpidamente inmóvil como para desear que todo pare a su alrededor para que nadie haga nada, para que nadie pueda hablar ni contestar ni decir. 

El deseo está ahí puesto en lo extraordinario. Solemos desearnos cosas buenas en los tiempos especiales. Cuando todo puede comenzar de nuevo, cuando hay algún tipo de oportunidad, cuando abrigados salimos a la intemperie de un invierno azotador. Nos movemos. El deseo en algo nos mueve, nos altera, nos descubre, nos desvela, nos rebela y nos altera, nos incomoda, nos exige. ¡Y a qué viene todo esto!  

Allí donde creíamos que yacía en silencio algo poco menos que muerto sigue latiendo la esperanza, la vida continúa y se hace paso hasta en la ignorancia. Aunque ese deseo sea incomprensible para nosotros mismos incluso y queramos algo que no sabemos ni qué es y nos lancemos a buscar lo que desconocemos, lo impreciso, lo tan amplio que se pierde sin saber hasta dónde llega y que se tiene que cerrar en algún instante o vaciarse de sentido.

¿Tendremos que hacer algo ya que deseamos cosas buenas a otros? ¿Cuándo? ¿A quién? ¿Cómo? ¿Ya lo hemos complicado todo?  

Estuve buscando un tiempo, sin fortuna, lo contrario de la envidia y quizá sea esto y lo había olvidado. Leerlo lo había leído. Desear el bien del otro hasta el punto de hacerlo. Pero de momento, deseo. Como la envidia comienza igual antes incluso del pensamiento. Que con el pensamiento frío, con el cálculo se calma y frena y lo deja todo en espontaneidad que poder juzgar según las circunstancias y el mundo como fruto del momento, de la ocasión especial que no va más allá, que cumple escuetamente con el precepto establecido y se sabe mover educadamente en esos contextos de riguroso engaño, en los que es probable que la cultura nos eleve más allá de lo esperado. 

Es curioso lo del amor, que voy comprendiendo cada vez más a pesar de la dificultad que entraña, sus riesgos y dolores. Pensar en el amor, en serio, tiene algo antiplacentero, si no doloroso. Amar, ser amado. Todo diez veces más duro. Quien diga lo contrario, miente o no ama realmente. La preocupación se duplica. El deseo aumenta. ¿Ahora qué? ¿Ahora cuando es tan concreto y tan poco general?  Ahí, expuesto. 

Igual que la envidia se concentra agujereando el sentido en una vida concreta de carne y hueso, y no suele parar por sí misma hasta desgarrar algún trozo de su víctima apretando fuertemente hasta causar daño, así el auténtico deseo de lo mejor para otro, cuando es concreto y no quimérico, es su opuesto, su contrario y ama hasta darse a sí mismo para proteger de la inclemencia al otro, deseando lo que no puede dar y queriendo alcanzar lo que no puede conseguir, y es entonces cuando el que se desgarra es quien ama y no puede dejar de amar con plenitud de sentido. 



Leyendo a Kierkegaard. Discursos edificantes. La expectativa de la fe en el año nuevo. Trotta. 

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