sábado, 15 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 6. (Platón, 311d - 312a)

Hipócrates quiere ir a ver a Protágoras. Acude antes a avisar a Sócrates para que lo acompañe y poner a Sócrates delante -como de costumbre-. Nada de esto sucede. Al contrario, se da una inversión inesperada en la que Hipócrates tendrá ocasión terapéutica de sacar lo que lleva dentro, verlo con más claridad y dar el siguiente paso con alguna garantía. Ya insistí ayer en que no se trataba de dinero, sino de la vida misma de Hipócrates. Al menos por ahora, Sócrates parece haberla puesto a salvo. 

Hipócrates quiere ir a ver a Protágoras porque Protágoras es el más grande de esos nuevos autoproclamados sabios que van de ciudad en ciudad comerciando con las enseñanzas y los aprendizajes. Después de sus enseñanzas, reciben el dinero. Y dicen conseguir: hacen a otros sabios, por eso ellos son los súpersabios. E Hipócrates se lo ha creído agitándose. Su salvación está próxima. Está cerca, muy cerca, a unas cuántas "riquezas" de salir de este mundo y verlo de otro modo muy distinto. La sabiduría de Protágoras, que le traspasará con su enseñanza, le permitirá recibir el poder que tanto anhela. Que, en verdad, quisiera cualquiera para sí y los suyos. 

Hipócrates quiere ir a ver a Protágoras. Y tiene tantas ganas que, como un joven, se ruboriza al reconocerlo. Estar cerca de él, como por ósmosis, con solo escuchar su voz, le transformará. Él llegará a ser -"también", es importante este "también"- un sofista, al modo como Protágoras es sabio. Quizá entonces, hará a otros también sabios y no solo aprovechará su poder para dominar el mundo. O sí. Quién sabe. Llegados a ese punto, quién sabe. 

Y Sócrates, descoyuntando toda la racionalidad y la conversación, da un salto inesperado y pasa, ahora sí, a hablar como amigo con el amigo. "Y tú, le dije, ¡por los dioses!, ¿no te avergonzarías de presentarte a los griegos como sofista?"

σὺ δέ, ἦν δ᾽ ἐγώ, πρὸς θεῶνοὐκ ἂν αἰσχύνοιο εἰς τοὺς Ἕλληνας σαυτὸν σοφιστὴν παρέχων;

νὴ τὸν Δία, ὦ Σώκρατες, εἴπερ γε ἃ διανοοῦμαι χρὴ λέγειν.

Maravilloso. Nuevo cambio en la conversación, interpelación directa y desvelación de lo que realmente está ocurriendo en Hipócrates, en lo secreto. En el fondo, vergüenza. Negación de sí, ruptura consigo mismo, con su dignidad, si se pudiera hablar así. Quiebra de su propio sentido e incapaz de reconocerse. Porque Hipócrates no quiere algo sin más, sino que cree que necesita a alguien distinto de sí en su lugar para poder vivir mejor. O algo así. Terriblemente dicho. Nuevamente, nacer de nuevo. Bajo la tutela de Protágoras o de quien sea.   

Hipócrates quiere ir a ver a Protágoras, en el fondo y con mucha vergüenza, para no verse a sí mismo. Y precisamente es allí donde ha dirigido ahora su mirada a través de las primeras preguntas de Sócrates. Algo así como una resituación poco excéntrica. Una vuelta, más que al patio, a sí mismo. Y otra vez a girar y girar. ¡Cuántas vueltas quedarán hasta que salgan del patio!

Lo mejor de Hipócrates, con mucho, es su apertura a la verdad. Ese decir la verdad será, y ojalá lo descubra, la puerta de lo mejor y lo más grande. No lo sabe, quizá, pero ahí hay más riqueza que en toda su casa. Aunque parece despreciarlo. Es también, a decir verdad, el motivo de su máximo sufrimiento. De eso creo que ya se ha enterado. Quizá una excesiva sensibilidad desprovista de unos buenos principios asentados aún más hacia dentro, en otra morada más personal, más propia, más íntima que está por descubrir. Quién sabe. 



 

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