domingo, 16 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 7. (Platón, 312a - 312b)

Las ganas de llegar lejos demasiado pronto manifiestan una profunda contradicción en la persona. Vive la llamada, casi natural, de tenerlo todo, al menos todo aquello imprescindible para mantenerse en el ser con capacidad suficiente. Por otro, como no lo conseguirá jamás, y lo sabe de sobra, lamenta su indigencia, que se debate entre sumirse en un profundo miedo y desesperación o cultivar la fortaleza sensible y la templanza comprometida. Larga tarea de acepción que, aunque en su mismo origen es absoluta gratuidad, después termina por exigirle una respuesta, un responser, una nueva vinculación con la vida, una relación con la vida que configurará su misma existencia y será su palabra más decisiva, su principio. 

Hipócrates vive aquello que de forma más habitual se puede, casi inmediatamente, sentir interiormente en cada uno: prisa y urgencia, el "ya y aquí" como deseo de posesión y seguridad. Inhumano, a todas luces. Absolutamente impropio de nuestra condición, que es en el fondo lo que parece que Hipócrates más desprecia y lo que quiere cambiar, dinero de por medio, por otra forma de vida. Evidentemente, una mejor. ¡Digo yo! Confía en que hay una forma mejor de vivir y que, por si fuera poco, como se puede comprar, sería estúpido seguir viviendo como vive y teniendo lo que tiene sin gastarlo en "un Hipócrates" nuevo. 

Algo tiene Protágoras que, sin lugar a dudas, atrae y cautiva. Lo cual le ha dado fama y prestigio primeramente, plagándole de una red de relaciones aquí o allá que le hacen la vida fácil y cómoda, estando como en casa siendo extranjero en todo lugar. Luego le ha hecho rico en monedas, algo que no conviene olvidar, aunque no sea lo más importante. Y, siendo sabio como es, se ha protegido más que suficientemente de lo incomprensible, la ignorancia, lo desconocido, lo distinto... ¡hasta del sin-sentido! 

Por otro lado, hay prisas que no dejan atender a lo más básico y fundamental, y comenzando de esta manera, todo lo que venga después mantendrá su error fundamental. Por ejemplo, respecto del saber, respecto de lo que se puede o no enseñar, respecto de lo que es la vida misma y sus posibilidades, respecto del suelo en el que la existencia camina, respecto de la racionalidad y su carácter propio, su impronta esencial. Imaginar ese "punto de partida" tan cargado de supuestos sentidos, sobre lo que habitualmente se construye pero a lo que las personas se acercan tan precariamente, coloca ya obligadamente en situaciones tan diferentes, tan dispares, tan disparadas, tan disparatadas, con tantas ganas de comerse la realidad y transformarla para que desaparezca y creer que así se puede vivir... 

Insisto en que Hipócrates quiere hacer una negación de sí mismo, una salida de sí mismo hacia otro de sí que no es encuentro con nadie sino cambiarse a sí mismo por otro. Imitación como imaginación de sí, sobre sí. Como vuelco del otro e intento de apropiación. Y confía en que la mera cercanía, bien por ósmosis o bien porque haya alguna capacidad humana de recibir la vida ajena de esa manera reiniciando la propia. Creo que por aquí va lo fundamental del diálogo en su conjunto, que trata sobre la sabiduría. Más como salida, en lo hipocrático que en lo socrático, que, justo al revés, pide una vuelta hacia sí sincera confiando en que, precisamente allí, está la verdad, el bien, la justicia, la esperanza, la fe y todo cuanto conectará con fundamento la persona con lo absoluto, incluyendo su propia responsabilidad y siendo querido por sí mismo y no por otros. 

Hipócrates es totenpotencialista, capaz de todo, que es casi capaz de cualquier cosa. Ser escultor, ser médico, ser sabio. Y todo a la par, todo igualado. La capacidad de curar, la capacidad de imitar, la capacidad de ser. De vuelta a los ejemplos del inicio del paseo y las vueltas por el patio, Sócrates le pone en frente lo más elevado entre lo conocido hasta el momento. La grandeza terapéutica de su homónimo, la sublime sensibilidad y "creatividad" de -nada más y nada menos- que Fidias y Policleto -los de los cánones-. Y, con la pregunta de Sócrates, Hipócrates se imagina al lado de ellos sin admirarse con su grandeza, sino poseyéndosela como ellos la poseen; con una envidia pedagógica tal que, más que reconocer al otro como otro, roba su significatividad, no para seguir adelante allí donde ellos se hayan detenido, sino para detenerse y ser como ellos mismos. Y algo que Hipócrates imagina, no desde la obligación o la imposición, sino desde el deseo. ¿Te cambiarías por ellos? Hipócrates, despreciándose, responde que sí. ¿Y dónde está la responsabilidad primera y última contigo mismo, principio de toda sabiduría, primer conocimiento fundamental? ¡Apagada! ¡Ha muerto con el deseo!

Visto de este modo, hasta Hipócrates se avergüenza de sí mismo. En la intimidad, en la confianza libérrima de la conversación siempre única con Sócrates, lo confiesa, lo dice. Y lo dice porque lo sabe. Y sabe que dice la verdad. Y esto, a diferencia de imitar a otros, es la auténtica sabiduría. Aunque parezca lo contrario, la verdad consigo mismo, la verdad ante sí mismo y ante otros. Una vida así es una vida capaz de sabiduría, mientras todo lo demás puede que no llegue siquiera a erudición y, probablemente, haya mucha más maldad de la que se percibe desde ese deseo de ser otro. Porque, además, si alguien tiene respecto de sí semejante opinión, qué no despreciará en otros, incluso los más cercanos, con las rugosidades y asperezas que en toda proximidad se descubren de primera mano, con las dificultades enormes que tiene el querer ponerse de acuerdo con alguien alcanzando la verdad. 

Mucho confía Hipócrates a la semejanza con el prójimo, que, aún siendo cierta e indiscutible, también muestra flancos precarios y, en cualquier caso, no puede ser la palabra definitiva sobre el ser, fruto que interrogado -se sepa o no, se diga a las claras o no- en realidad es la veta por la que se comienza a vivir en relación con él y, en no pocas ocasiones, dada su inmensidad y grandeza angustia. La grandeza del médico, aunque sea casi el primero de entre ellos, o la grandeza de los escultores, aunque sean los primeros entre los escultores, no es más que un vago reflejo de la pregunta por el ser de la persona, que tanto temor provoca. De ahí que, en verdad y no como frase tonta incomprensible para tantos infantes o adultos de tiempo, el temor sea el principio de toda sabiduría. 

La pregunta de Sócrates -volviendo al texto, texto- en 312b tiene multitud de aristas y detalles agrupados dichos de golpe: 

ἀλλ᾽ ἄρα Ἱππόκρατεςμὴ οὐ τοιαύτην ὑπολαμβάνεις σου τὴν παρὰ Πρωταγόρου μάθησιν ἔσεσθαιἀλλ᾽ οἵαπερ  παρὰ τοῦ γραμματιστοῦ ἐγένετο καὶ κιθαριστοῦ καὶ παιδοτρίβουτούτων γὰρ σὺ ἑκάστην οὐκ ἐπὶ τέχνῃ ἔμαθεςὡς δημιουργὸς ἐσόμενοςἀλλ᾽ ἐπὶ παιδείᾳὡς τὸν ἰδιώτην καὶ τὸν ἐλεύθερον πρέπει.

Primero, recolocar a Hipócrates en la opinión y no en la sabiduría. Segundo, distinguir tipos de saberes (como números y pares e impares). Tercero, sobre el aprendizaje, que en verdad es discipulado más que academicismo. Cuarto, sobre la relación entre discípulo y maestro, que se llama aprender. Quinto, sobre la existencia de maestros, en relación a su vez con saberes; por lo tanto, reconocidos como tales por sí mismos, por otros y con capacidad de hacer algo con ello que se muestre a los demás con una cierta evidencia. Sexto, que sean artes, que ya sabemos que son excelencias propiamente y no meras acciones salidas de la nada. Séptimo, la distinción también en la recepción de los saberes según su finalidad, según la apropiación, según el beneficio en quien la recibe. Octavo, que se pueda distinguir al menos en dos tal beneficio: el reproductivo, según la especie; y el educativo, según el individuo. Noveno, que la educación sea algo conveniente, algo provechoso y valioso en sí mismo en tanto que se recibe, por lo que se recibe, por la conformación del mero recibir una educación, por la aceptación de la educación y el afianzamiento de la enseñanza del maestro en uno mismo. Décimo, la existencia de la persona particular, fuera del género humano en su conjunto aunque en evidente relación con ello, y que a eso se le pueda llamar libertad, es decir, el que vive suelto y en verdad consigo mismo aún dentro de un grupo de personas. 




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