viernes, 14 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 5. (Platón, 311b - 311d)

Esto no va de dinero. No hay que confundirse. Con esto no se negocia. Y quiero creer que nadie negociaría consigo mismo, salvo en situaciones extremas, si supiésemos lo que está en juego. Pero todavía más, nadie traficaría con otros si realmente viera lo que sucede y la cadena que desboca y rompe, la de la conexión entre la vida, la dignidad, la persona y el sentido. 

Pero la ignorancia es enorme y, visto así y ahora sí, van de la mano con el mal más profundo, temporalmente larguísimo, que se extenderá más allá de la vista y el mundo acogerá hasta ser capaz de hacerlo suyo y mostrarlo como lo más normal, lo más evidente, lo más real y posible. Aquí es donde Sócrates despunta. Y este es el Sócrates que no siempre se comprender adecuadamente y algunos se divierten envolviéndose en palabras sin acercarse a la realidad misma. 

Si algo me atrae de la filosofía es poder plantearme precisamente la realidad en sí misma, esto es, como debe ser, liberada de la violencia de lo que es. Si una tarea filosófica sigue siendo digna es la de atreverse a mirar así, invitar a otros a mirar por sí mismos. Vivir de esta manera con confianza y esperanza. E intentar no apearse muy pronto de este camino. Porque lo que se dice es posible, aunque comprometido. Y compromete y obliga más al que ve -y al que escucha-. 

La cuestión del dinero es anecdótica por ahora. Es el motivo, que tiene cierto interés hipocrático, para hacer una pregunta sobre el auténtico deseo y la verdadera búsqueda. El amigo incómodo de la primera hora, ya rebajado en la inmediatez de su deseo, dialoga ahora y acoge alegremente las preguntas de Sócrates en la intimidad de la casa, sin exponerse a nada ni a nadie más, sin correr demasiado pronto a dejarlo todo para cambiarlo por una promesa. 

¿Qué idea tienes de a quién vas a ir, o de quién vas a hacerte?

 ὡς παρὰ τίνα ἀφιξόμενος καὶ τίς γενησόμενος;

De la mano ambos temas. Por un lado, la persona que sale. Por otro, la persona que se hace. Dos dinamismos, unidos de algún modo cuerpo y alma, por usar conceptos comunes. Por otro, verse involucrado en el movimiento de tal modo que el ser, el nacer estén presentes. Nada sencillo, dirá cualquiera. Y, sin embargo, máximamente cotidiano. Una oportunidad permanentemente abierta a la vida, que no se repite de la misma forma que las cosas se repiten, porque siempre tiene algo de novedad, de ocasión, de apertura. 

Deriva el asunto al dinero, a la materialidad, a los objetos. Porque eso puede hacer pensar si hay algo mayor, cuyo intercambio sería, sin más, pérdida. ¿Se da igualdad? O por aquí podemos comprender que hay una cierta injusticia ontológica en todo este intercambio. Y, por otro lado, llegar a entender qué se da realmente cuando se recibe una enseñanza, cuando se recibe una palabra. Al menos una vez en la vida, ¿qué se pone en juego cuando se recibe? ¿Cómo se recibe?

Empecemos, sin embargo, por quién da lo que da y qué puede dar a cambio de dinero. Como a Sócrates le gusta hacer, comparándolo con otros oficios, con otras tareas, con otros trabajos que cuidan -casi indiscutiblemente- de las personas. Es importante un matiz en estas preguntas. Se trata de ver qué enseñanzas, no qué cosas sin más, entregarían algunas personas si el amigo Hipócrates fuera con ellos. Ese "ir con" es literalmente "aprender de" (origen) y "aprender con" (proximidad). Se da una vinculación entre personas, por tanto una transferencia, por tanto un intercambio auténtico. No un mero contagio. La otra persona tiene que decidir también dar algo, convertirse en maestro.

Entonces, ¿a Hipócrates, el otro, el de Cos? Por médico. Por convertir en médicos a otros. ¿A Policleto o Fidias? Por escultores. Se les pagaría a cambio de llegar a ser escultores. Tanto Hipócrates, como Policleto o Fidias pueden hacer algo por otras personas que ellas mismas, por sí mismas, quizá no alcanzarían a ser. Por eso, maestros desde su grandeza y saber. 

Y a la tercera va la vencida: ¿Y a Protágoras? Por sofista. Por convertir a otros en sofistas. No solo sabios, sino sofistas. Una categoría única prácticamente en la historia, un oficio desconocido en otros rincones del mundo y épocas, la menos en la forma en la que en Atenas -y desde Atenas- se viene planteando. 




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