jueves, 15 de abril de 2021

Leyendo REPÚBLICA de Platón (33)

Comienzo en 350d hasta 350e. 


El párrafo descriptivo de 350d resulta esperanzador. Será lento y trabajoso el proceso de concordia con la razón, pero es posible. Hay que atravesar el diálogo, hay que pasar por él con lo que implica. Y hacerlo enteramente. "En cuerpo y alma." Y no detenerse una vez probada su medicina. Así que, adelante. 

Sócrates recuerda que había quedado algo por examinar, que no puede dejarse para otro día. Establecemos que la justicia es bien y sabiduría. Entonces, ¿la injusticia sigue siendo "fuerte",  ἰσχυρὸν? Y cabe recordar, porque el paréntesis por otros asuntos ha sido largo, que todo comenzó con la debilidad y la precariedad de la justicia, que parecía impropiamente buena y sabia, en tanto que no permitía conseguir a quien la ejercía lo que parece desear toda persona. 

Trasímaco toma la palabra para volver a las andadas, para mostrarse otra vez airado. Contra la "síntesis" hecha reclamada de nuevo que él tiene que decir muchas cosas y, sin embargo, Sócrates se lo impide. ¿Cómo es posible que no le permita hablar como quiere? ¡Porque Sócrates pregunta! ¡Y sus preguntas tienen mucha fuerza! 

Dice que él puede comportarse como una vieja. Hoy diríamos como un loco. Y dedicarse a responder que todo está bien y a mover la cabeza. Ser pura apariencia en el discurso. Un eco más. Un fantoche teatrero, sin dar el pego. Ridiculizando a Sócrates haciendo que dialoga, pero dejando en evidencia que se mantiene al margen y se lo toma como burla. Creo que realmente quiere ser un niño y, con este ademán, lo demuestra nuevamente. Trasímaco todavía está verde, aunque se cree maduro. Y esta es la forma que tiene de patalear e indignarse. 

Le pide a Sócrates algo asombroso: "Déjame hablar como yo quiero." Esta es la tesitura. Que viene a ser, en su caso: "Déjame utilizar las artes retóricas que mis maestros sofistas me han enseñado. Déjame apoderarme de la palabra, hasta agotarla por mí mismo." Esta es la retórica que se enseñaba: el arte de callar a otros ejerciendo el discurso, es decir, impedir el diálogo. De ahí que la pregunta no sea jamás bienvenida cuando es reiterada, repetitiva y constante. Se acepta la pregunta como primer momento y se busca ofrecer una respuesta con-vincente, que venza y derrote, que haga surgir el aplauso y la condescendencia. 

Sin inmutarse, Sócrates le recuerda la regla fundamental. Haz lo que quieras, habla como quieras y compórtate como quieras...

Pero de modo que, en ningún caso, sea contra tu propia opinión. 

μηδαμῶςἦν δ᾽ ἐγώπαρά γε τὴν σαυτοῦ δόξαν.

Muy importante. Muy importante. Cuestión fundamental, que ojalá se mantuviera siempre. Jamás hablar contra la opinión propia. Porque opinión aquí no es "pensamiento", "creencia", "imaginación", "discurso", sino la vida personal en su capacidad de mostrarse. Jamás, qué interesante sería una vida así, en cierto modo, y qué peligrosa en tantos otros, hablar contra uno mismo. 

Creo que se pone encima de la mesa, a la luz de todos los demás una cuestión muy relevante en la que no reparamos cotidianamente: las palabras no solo pueden ocultarnos y protegernos, mostrando lo que no somos; también encerrarnos, sin duda; y, más aún, hacernos daño, una profunda herida existencial, vital, moral. Daría mucho. Da mucho que pensar. 

El caso es que, sea como sea la cuestión, al final Sócrates ejercerá su papel de discípulo incómodo y preguntará. 

ἐγὼ δὲ ἐρωτήσω.

ἐρώτα δή.


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