martes, 6 de abril de 2021

Leyendo REPÚBLICA de Platón (24)

Comienzo en 345b hasta 346a

Por supuesto, la filosofía trata abiertamente de cambiar las personas. Y esto no es algo que se haya dejado a la modernidad o una luz que se ha encendido en ella, sino que está, como se ve, desde el inicio. Trasímaco está llamado a "convertirse", a cambiar de idea y de opinión, y a que sea además algo público y no privado. Por favor, Trasímaco, inténtalo. 

La terapia filosófica es el impacto de la búsqueda de la verdad. Es decir, de la pregunta. Algo no marginal, no momentáneo. La persona sucumbe ante ella y, desprotegida de sí misma, superada y sorprendida, se sitúa en movimiento. De nuevo, cambia. Acepta la novedad y el despojo de la rutina, se vuelve cálida y humilde y entiende que debe aprender a vivir, o vivir sin más. Y que no vale cualquier forma de vida por igual, aunque sea la suya. Lo hace arriesgando, probablemente incómodamente. De ahí que sea importantísima la compañía y la amistad. De ahí que resulte apremiante preguntar a otros por las propias preguntas. 

Trasímaco se ha encontrado de golpe con el muro socrático en su conjunto y amplitud, casi rodeándole sin dejar salida. Quédate aquí, Trasímaco. Examinemos de qué va todo eso que dices saber, que andas por ahí diciendo. Tomemos tiempo, el que sea necesario. Recuperemos distancia para ser los dueños de los asuntos que, si no consideramos bien y no nos los apropiamos suficientemente, terminarán esclavizándonos, robándonos alma, vida, libertad y dignidad. Todo lo que somos valiosamente, aún sin saberlo plenamente y solo mediante la intuición de las bellas huellas y pistas que dejan a su paso la verdad y el bien. ¿No va esto en serio?

Sócrates, que ha escuchado bien lo que ha dicho, retoma uno de sus primeros ejemplos ya comentados: el pastor y las ovejas. Y hace con él lo que mejor se le da: delimitar, situar, concretar, examinar hacia dentro, restringir y cercar. Lo del médico, pasa. Pero el verdadero pastor, en su arte, es muy diferente a como Trasímaco lo ha expuesto, que lo ha situado en el propio aprovechamiento. Pero ojo, que el arte del pastor es casi el contrario. Es tal y será buen pastor en tanto que vele por el rebaño y sepa cuidar de las ovejas con lo que las ovejas necesitan. Mientras que Trasímaco, en su alarde totalitario, lo ha definido más bien como un comerciante. Y en toda profesión cabe, muy probablemente, encontrar un comerciante escondido con ropaje de apariencia de lo que no es, de modo que no será un verdadero pastor, profesor o gobernante, sino siempre un comerciante escondido en él, un traficante de bienes y personas según su propia conveniencia. 

Y concluye, guiado por la comparación, que "todo gobierno, en tanto que gobierno, no atiende a ninguna otra cosa que al sumo bien de aquel que es su gobernado y está a su cuidado, trátese de gobierno del Estado o de ámbitos particulares." Dicho de otro modo, existe un auténtico y verdadero arte de gobernar, que no es cualquier cosa, ni puede confundirse con otras, en el que el paralelo con el pastor es más que relevante, en tanto que cuidado de los gobernados. Este "en cuanto tal", "en sí mismo" es aquí poco menos que un reclamo o una ironía, que quizá funciona en el plano de la exigencia moral o del ideal, pues no existirá plena realización, aunque sí tensión hacia, direccionalidad, intencionalidad o pertenencia a la esfera concreta del bien por el gobernado. 

Termina su intervención Sócrates con una pregunta que hoy no carece de sentido, aunque su lectura histórica no agota, a mi entender, el significado de lo que dice: "Pero, ¿tú crees acaso que los que gobiernan los Estados lo hacen voluntariamente?" Ya digo que hace falta comprender la gratuidad de quien gobierna a la altura a la que Sócrates lo está planteando aquí, que no solo afecta a los propios bienes particulares que durante el periodo de tiempo deberían ser desatendidos, sino a algo mayor. Pues aquí el gobernante no responde con su acción ni ante su familia, ni ante los suyos, ni ante los gobernados, sino algo mayor que se le presenta en la doble cara de la exigencia y la responsabilidad. 

Como Trasímaco conoce el funcionamiento de la ciudad, dice que lo sabe bien, que sabe que se gobierna sin voluntariedad, es decir, contra el propio querer. Y no debemos haber avanzando mucho en este sentido. Creo yo también. 

Gobernar, lo que es gobernar, se hace contra uno mismo. Y me parece que no puede ser de otra manera, en la normal condición humana. De ahí lo que Sócrates apunta, que quien gobierna -en otras ciudades distintas a Atenas- reclama salario en compensación, a la altura del daño hecho a lo particular y buscando beneficiarse entonces, en lo posible, de lo común. 

Pero cada arte, cada poder es diferente del resto. Confundirlos y mezclarlos, permitir que unos se contaminen con otros, termina por ser nefasto. 





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