lunes, 5 de abril de 2021

Leyendo a Balthasar (005). GLORIA I. Introducción (2)

De este primer acercamiento, se intuye (conoce) que lo que Balthasar refiere como belleza no es, en verdad, de este mundo. Y quizá con el pesimismo propio de la segunda mitad del siglo XX, con esos coletazos existenciales y sociales indómitos, muestra un claro cansancio del mundo, un mundo sin belleza, que es un mundo desprovisto de ser, con existencia a medias, alejado radicalmente de la verdad y en el que, por lo tanto, todo lo que suene a grande les viene excesivo y provoca temor. 

No es solo que la belleza no se vea, por tanto, sino que además se espanta, no se quiere aceptar y se rechaza su mera posibilidad si no está a la altura -digamos "bajura"- de una existencia humana mermada, reducida y fragmentada. 

Para ser las primeras páginas, que nadie se lleve a engaño, a mí no dejan de impresionarme. ¿Por qué empezar entonces esta tarea, como en medio de una profunda noche? Precisamente por eso, por la necesidad de despejarla. ¿No es demasiado para una persona, además dedicada ampliamente al estudio y la cultura, a lo intelectual y racional? Añado personalmente: si no viene de aquí, ¿de dónde? 

Balthasar quiere la unidad, la amplia y basta unidad del Uno y mostrar su reflejo. No se tratará por tanto de un relato interiorista, sino de la persona en su conjunto complejo y no siempre armónico, no en partes como cajones, sino dimensiones como flechas. "La interioridad es simultánea con su comunicación, el alma con su cuerpo, la participación libre según las leyes y la inteligibilidad de un lenguaje." 

Todo lo originario y primordial, de esta manera, debe recibirse, no investigarse más allá para caer en el vacío, no puede disociarse. E insiste: "no es espíritu desprovisto de cuerpo", "ni cuerpo desprovisto de espíritu." Es rigurosa simultaneidad. Aunque luego dice "tensión", porque no son tan uno, ni tan armónicos, ni tan convivientes pacíficos como se esperaría al reunirlos. 

Acusa al platonismo "exacerbado" de esa diferenciación en la persona y no le quito la razón. No tanto del lado platónico quizá, como de la recepción de su pensamiento en la edad media y de las corrientes helenistas dentro del mundo romano. Aunque no fue todo, ni mucho menos, sí se endureció la tendencia dualista que rompe la unidad y que, en el siglo XX, afianza el materialismo y el inmanentismo como voz común en lo referente a la totalidad. 

Para Balthasar, la persona en su unidad rota también puede aprender, sin embargo, más ampliamente lo que es ser persona. La tensión entre lo voluntario y lo involuntario, desvela una "interioridad profunda, a través de la abertura de la respuesta particular e individual." Mediante el cuerpo "está el hombre en el mundo, se expresa e interviene responsablemente en la situación de la comunidad". En la historia se "conserva su huella y arrastra consigo siempre su imagen." 

Añade, a esta unidad entre lo corporal y lo social, que "al menos en esto -lo dice con mucha esperanza- se percatará de que no es dueño de sí mismo." Es decir, por lo tanto, la persona no encuentra en sí su propia razón de ser, no es su propio paradigma, sino imagen-de, referencia-a, apertura más allá de sí misma; "no es palabra originaria (Urwort), sino respuesta (Antwort)." Sobre esto, a lo largo de la lectura, habrá mucho que decir. 

Dicho lo cual, aceptado eso mismo, su propia insuficiencia, a Balthasar le vale -de momento- para hacerse eco de la llamada primordial: "convertirse íntegramente, en cuerpo y espíritu, en espejo de Dios, e intentar adquirir aquella trascendencia y aquel poder de irradicación que han de encontrarse en el ser mundano, si éste es realmente imagen y semejanza de Dios, su palabra y su gesto, su acción y su drama."

Antropológicamente, Balthasar entiende la persona como "forma, que no es límite para el espíritu y la libertad, sino que se identifica con ellos."

Entiendo que estas palabras, fuera de un camino que autorice a comprenderlas, suenan salvajemente. La dignidad endiosada de nuestro mundo, que por un lado se quiere defender en apariencia a toda costa y frente a todo el orden establecido, y por otro es incapaz de justificarla y asentarla radicalmente en algo más que circunloquios, esta dignidad se ve herida. Aquí la persona puede colocarse lo primero dentro de un diálogo social en ámbito público diverso, pero en la conciencia cristiana no es, ni de lejos, lo superior y lo último. La persona es bella en tanto que reflejo de Dios. Con todo lo que supone. Pero de Dios. 

Por otro lado, también quedaría herida la idea de libertad, que en nuestro mundo está deslocalizada existencialmente o medicalizada en conexiones neuronales. Cuando Balthasar interviene para unirla a la forma, es decir, para darle forma a la libertad misma en términos de humanidad e imagen, ya se anuncia que en tanto que capacidad será limitada y buscará precisamente el respeto a ese límite. No será una apertura al modo como se quiere hacer valer. Sin embargo, unida a la belleza, esta libertad tampoco será correspondencia directamente de este mundo. Pertenece a la forma. 




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