martes, 6 de abril de 2021

Acostumbrarse a ver las formas. Balthasar (006)

Hablar de belleza e imagen obliga pronto a tratar sobre la percepción de las formas. Sin duda, hay una cuestión importante a destacar. La persona, que no es vacío ni en el primer momento que pisa el mundo, necesita una forma (de vida), es decir, concretarse de algún modo. Y esto lo hace, en gran medida, percibiendo, con la apertura radical de la percepción, que no es un mirar entre otros sino tender y atender a la verdad. 

Cierto es que cada época es auxilio o perjuicio en este sentido. Cada entorno, diría yo. Cada mundo en el que se crece y se desarrolla, en el que va germinando su vida. Desprovisto de forma definitiva-definida, incapaz de cerrarse, va adquiriendo con su mirada un diálogo de superficialidad o profundidad con la realidad. Y en esa salida de sí clama por la imagen original hacia la que tiende su propia forma. 

Por supuesto, nada automático, entretejido todo el asunto con la libertad, que para ser racional requiere un momento de-liberativo previo a la acción que convierte su vida en un tiempo impreciso y controvertido, de separación entre sí y el mundo. Conforme a lo cual, se busca, aunque no a ciegas. Con una luz propia cuya intensidad de modula, se educa, se enfoca o refleja. Imposible, en cualquier caso, apagarla y oscurecerla. Ni respecto a la realidad, ni respecto a sí mismo fuera de toda ella. 

Este acostumbrarse a mirar, por lo tanto, conforma. No creo que se deba pasar por alto la necesidad de pensar en ello, ni que sea algo insuperable. Aunque el mirar no sea simplemente algo estético. En línea con lo que propone Balthasar, debe ir unido a lo ético y lo lógico. Recordemos la unidad de la belleza, la bondad y la verdad. Por ese orden, en ese camino tan kierkegaardiano, pese a la separación que el teólogo alemán haga respecto del filósofo danés. Miremos bien, verdaderamente miremos, contemplemos con claridad la belleza que se muestra, que desea mostrarse, que desea revelarse. 

No es una mirada que completa la realidad, mera subjetividad sin objetividad, sin evidencia. No es un mirar que parte de la nada y llega a la nada, que trabaja en su mirar la modelación. El mirar que propone es más pasividad, dejarse encontrar, dejarse habitar, poner en diálogo lo más interno y lo más externo, ser trasvase, ser puente, ser comunicación simultáneamente. Mirar aquí es dialogar, acostumbrarse a los discursos. Y se educa. Sobre todo, cuando se impone la objetividad, cuando no es una estética apalancada en la expresión de la creatividad informe, sino la recepción de la forma. 




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