sábado, 3 de abril de 2021

Leyendo REPÚBLICA de Platón (21)

Comienzo en 343d hasta 344d

Ha tomado la palabra Trasímaco. Más que tomarla, secuestrarla. Habla y habla en un discurso amplio, que rompe el diálogo, con la intención probable de no escuchar a nadie y ser él el pastor de este nuevo rebaño que balará al final en forma de aplauso aturdidor. Es su felicidad, y solo ella, la que está de manifiesto en la complacencia de sí mismo. Queda todavía. 

En lo que sigue, Trasímaco quiere mostrar que el hombre justo tiene menos que el injusto.  Y la expresión no puede ser más clarificadora. Que no es que el hombre justo reciba más por su justicia, como premio. Sino que el justo, en su justicia, tiene menos. Lo cual indica, claramente, que en su convivencia con el injusto éste actúa orgullosamente como ladrón de sus bienes. Algo que, en cualquier caso, está por demostrar, pero indica claramente dónde está puesta la intención y queda dibujado el horizonte vital de Trasímaco. Si los justos se empobrecen respecto a los injustos, ¡evidentemente hay que ser de los injustos! ¡Faltaría más! ¡Quién no lo quiere!

σκοπεῖσθαι δέ εὐηθέστατε Σώκρατεςοὑτωσὶ χρήὅτι δίκαιος ἀνὴρ ἀδίκου πανταχοῦ ἔλαττον ἔχει.

Qué pena, digo yo, que Trasímaco no quiera hablar tan claro como ha empezado hablando. Le queda discurso. A ver si consigue expresarse del todo y llega al final de su tesis: No hay ley, no hay norma, no hay nada que obedecer; Todo queda relativo al más fuerte, ni siquiear a la persona; Todo está dominado por el discurso más convincente, que es el más fuerte, porque es el que vence la vida del otro, que puede ser enemigo y lo es, de mi felicidad. Y así, si lo dice así, todos lo entenderán muy bien. Sin duda, es probablemente algo más cotidiano y común de lo que avergüenza reconocer. 

Ahora llegan los ejemplos, que para este sofista, demuestran que lo que dice es cierto, que es la verdad, que es así como funciona el mundo. Primero, en los pactos, en los acuerdos y en las alianzas entre personas. En las asociaciones, que son pertenencias mutuas. Aquí el que es justo tiene menos. ¿Porque se modera o porque el injusto se aprovecha? No lo dice. Solo lo aclara. Y quizá Sócrates asiente. ¿Por qué?

Segundo, en lo común, en lo del Estado, en lo vinculante como comunidad en sentido amplio. Por ejemplo, en los impuestos. El justo paga más, el injusto paga menos. Ya se ve que aquí no hay más medida que la libre voluntad de cada uno para hacer lo que realmente le dé la gana con todo, sin atender a nada más que a sí mismo y haciendo de todo vínculo algo ridículo, vaciado de responsabilidad y carácter, sin entidad. Pura apariencia de pertenencia, falsa desde su misma raíz, carente de sentido, sin perfección. ¡Tremendo! ¡Puro borreguismo! ¡Extraordinaria amalgama de vidas inertes!

Tercero, a la hora de cobrar. Ahí sí que el injusto pone la mano sin quitarla, en balanza de su propia ambición, con una avaricia tal que nada le parezca suficiente, en la que no se ajusten dos vidas en sus deudas y deberes, sino todo el mundo respecto a sí mismo como su poseedor potencial. ¿Quién no quisiera acumular tanto que se sintiera desbordado? Es aquí donde algunas lecturas del reemplazo de la vida por las cosas pierden el paralelo ontológico entre ambas actitudes. En la voz de Trasímaco, el hombre poderoso y fuerte deviene en creador de todo y no exclusivamente en quien se sacia vorazmente apagándose a sí mismo como cosa más entre otras. 

Cuarto, en lo que toca a ocupar un "cargo", en el que no hay responsabilidad ninguna, sino solo aprovechamiento de una cierta posición de altura loca, disfrazada en un encanto que no tiene para deslumbrar, como lo hace la gloria, al pobre, al ciudadano, al indigente de sí, al que no puede valerse con sus fuerzas. 

Recordar que los "cargos" en Atenas suponían, según la ley, la necesaria desatención de las cuestiones particulares para ocuparse de las de todos. Pero, si no las segundas, al menos respecto de lo primero tenía que existir un cierto abandono de las costumbres anteriores al cargo. Lo que Trasímaco propone es, con sutileza, que el buen gobernante debe aprovechar este momento para vivir muy por encima de lo de antes, para mejorar su condición, y no para servir a otros con lo suyo. Eso sería locura, estupidez, tontería. ¡Qué mundo aquel, qué malos gobernantes tenían los griegos!

Es más, el gobernante que no beneficia a su familia y amigos, encima queda mal. Con lo cual, después se queda incluso sin estas relaciones. ¡Por justo! 

¿Y el injusto? Todo lo contrario. A ese le va muy bien, pero muy bien en todo. Y en cada ocasión se enriquece y es más valorado, por los privilegios que ha alcanzado, por las posibilidades que le da el poder para sí y los suyos, para acrecentar su capital. 

Y Trasímaco, por fin, dice lo que piensa y a qué aspira, y cuál es el modelo ideal de persona (y sociedad, por tanto) que desea ser y por la que luchará: ser el tirano, la tiranía, la de la totalidad para sí, sea lo que sea, sea sagrado o privado, usando para ello lo necesario, sea el engaño o sea la violencia. Es decir, no solo secuestrar las cosas, sino las vidas; no solo quedarse con la riqueza de los demás, sino esclavizando a otros. ¡Y punto! ¡Qué claro ha sido ahora Trasímaco, empujado por sí mismo y escuchándose a sí mismo en el alma! ¡Esto sería felicidad! ¿Qué más hay que decir? ¿No es esto lo que realmente todos quieren? ¿Por qué no decirlo blanco sobre negro? ¿Por qué nadie más lo dice? Y para esto también tiene respuesta: por miedo a los demás, por miedo a otros; no por desconocimiento de sí, sino por miedo a padecer de otros lo que él realmente desearía realizar. 

Hoy, en el siglo XXI, se habla mucho más de dictadura que de tiranía y totalidad. Por mi parte, creo imprescindible superar algunas palabras que manipulan el pensamiento para no dejar ver claramente las intenciones que subyacen, en el sentido en el que Trasímaco se muestra como pocos, tan abiertamente. Quizá no supo que iba a resonar tan largamente. Imagino a algunos frotándose las manos. Algunos muy leídos y seguidos hoy, se frotan las manos porque lo que dice Trasímaco es, en verdad, su proyecto de vida, con el que están absolutamente comprometidos ante un público extremadamente borreguil. ¡Pero no vayas a decirle a los de la caverna cuál es su situación si no estás dispuesto a que te crucifiquen!  

Bien leído, en Trasímaco no hay ninguna apelación a la justicia, sino una cierta destrucción de ella, para que se resuelva en la historia el conflicto incoado en cada persona. ¡Que venza el más fuerte! ¡Fin!

Este discurso, en palabras de Sócrates, termina con voluntad de que ya no se diga nada más y se cierre todo diálogo, apoderándose de la conversación para que no continúe y realizar, al menos en este espacio, su querer. Ahora bien, Sócrates no está dispuesto a dejarle ir, así sin más. 



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