martes, 9 de marzo de 2021

Leyendo "Eutifrón" de Platón (7)

No sé cómo decirte lo que pienso, Sócrates,
pues, por así decirlo, nos está dando vueltas
continuamente lo que proponemos y
no quiere permanecer donde lo colocamos.

(Platón, Eutifrón, 11b)

Recuperemos pasión por Eutifrón, que está siendo emborrachado por Sócrates con sus preguntas. Y lo confiesa sin más. Como un joven que, en los primeros pasos prueba la seriedad del pensamiento y la vida, reconoce su posición pétrea y la falta de flexibilidad. Tal cual lo dice, en forma de pregunta. Ha vuelto a ser un niño al que le faltan palabras exactas para atrapar realidades exactas. 

Tanto Sócrates como Eutifrón parecen tener claro algo, sobre lo que no preguntan demasiado: los dioses o lo divino unificado. Sobre eso no preguntan, nadie sabe de dónde lo han sacado. Se limitan a hablar de que aman, quieren y casi sienten, disputan y se amigan, y con sus jaleos confunden y traen de aquí para allá como palabras escritas en nebulosa. 

El que sabía hablar y confundir, Eutifrón, asiste mareado al examen de sus propias palabras, como discursos dichos de tal modo que tienen como primera tarea convencerle a él mismo por mediación de Sócrates. Algo que, intento tras intento, no logra y está a punto de desesperarse y salir de allí corriendo. La referencia a Dédalo solo sirve, y no es poco, para indicar que hablar es una acción que construye, pero que las palabras de las que decimos ser dueños más bien, de algún modo, nos poseen vivamente e interiormente; es decir, las palabras, los discursos, las razones, creencias y opiniones nos construyen, constituyen. Claramente, las palabras nos hacen mirar en tal o cual dirección, remarcar o limitar, determinar aquí y no allá. 

Pasada la broma, en forma de descanso, Eutifrón ha cogido fuerza para no bajarse del burro y acusa (qué hombre éste) a Sócrates de ser él quien marea. El discípulo preguntón abandona su posición jocosa y se lo toma muy en serio, con unas palabras que realmente deberíamos considerar repetidamente: 

"Sin duda, lo más ingenioso de mi arte es que lo ejerzo contra mi voluntad. Ciertamente, desearía que las ideas permanecieran y se fijaran de modo inamovible mas que poseer, además del arte de Dédalo, los tesoros de Tántalo. Pero dejemos esto. Como me parece que tú estás desdeñoso, me voy a esforzar en mostrarte cómo puedes instruirme acerca de lo pío. No te desanimes. Examina si no te parece a ti necesario que lo pío sea justo."

Un arte, el de preguntar e indagar, que comienza en Sócrates mismo. Recordemos la discusión anterior, en la que se buscaba lo prioritario. Pues aquí está el sujeto no encontrado entonces, la piedra tirada en medio del lago y que está detrás del oleaje humilde al que la ciudad en su conjunto resiste con su rutina demoledora. Cientos de páginas, de todo tipo, se han escrito sobre este asunto. Es Sócrates el portador de la filosofía más allá de las palabras y el trasportado por ella, no quien la mueve, sino quien es movido. O bien por falta de voluntad, por el poderío mismo de la filosofía en su santidad y piedad, o bien por connivencia con ella, por ser más siervo que señor de su arte, por haber quedado atrapado en la gracia de la lógica, en su humanidad desdeñada. 

De ahí, con todo, aparecen a un tiempo dos movimientos: el primero contra sí mismo, que altera al otro con sus propias búsquedas, en estos diálogos y tantos otros; el segundo, querer paliar, en la medida de su fuerza, la desesperación del otro auxiliándolo del mejor modo que conoce: agarrándolo a la necesidad por encima de toda contingencia.   

 


  

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