jueves, 4 de marzo de 2021

Leyendo "Eutifrón" de Platón (2)

¿Y tú, Eutifrón, crees tener un conocimiento tan perfecto acerca de cómo son las cosas divinas...? (Platón, Eutifrón, 4e)

Parece que el amigo Eutifrón no frecuenta mucho el círculo socrático, ni le ha visto en acción. O es que llega caliente por el acto heroico que acaba de realizar. De modo que cuando Sócrates da un vuelco a la conversación, quizá por la inercia, sigue adelante como si no fuera a ocurrir nada y todo siguiera igual. Una sola pregunta va a servir para desmantelar al presunto hombre justo que actúa creyendo que es justo lo que está haciendo. 

Ya comenté que Eutifrón ha denunciado a su propio padre por un homicidio. La vida de las personas, que involucra a los mismos dioses, se convierte en asunto religioso y, por lo tanto, cuestión de piedad e impiedad. Los dos parecen tener claro que da igual si es griego o extranjero, familiar o extraño. 

La pregunta, sobre la que va a tratar todo el diálogo de aquí al final, con sus múltiples vueltas e idas, deja meridianamente claro que hay temas sobre los que mejor, de partida, tratar con humildad. Es probable que, sin ese primer paso, ni siquiera nos hayamos dado cuenta del alcance que tienen, respondamos de cualquier modo y prosigamos creyendo tener algún tipo de verdad en la que afianzar toda nuestra vida. Sin embargo, suena ya escandalosamente pretenciosa. Insistimos mucho en esto para hacer un buen examen: lo primero, comprender bien la pregunta. 

Sin embargo, Eutifrón el adivino, contesta sin miramientos. Merece la pena leerlo, para descubrir el orgullo del antifilósofo y cómo la sofística se había extendido, si no es acaso la situación propia de la persona que no ha despertado a una existencia más allá de sí mismo y lo básico que le circunda. Eutifrón responde: "Ciertamente no valdría yo nada, Sócrates, y en nada se distinguiría Eutifrón de la mayoría de los hombres, si no supiera con exactitud todas estas cosas." Queda dicho. 

Por lo tanto, el valor, la valía, la calidad humana se sitúa aquí en relación al conocimiento de las cosas divinas. Cuando, y es algo que se podría investigar pero que no nos da tiempo, a un mayor conocimiento de las cosas divinas quizá eso que llamamos "valía" pierda un enorme peso y relevancia a favor de otro asunto que conviene nombrar de otro modo y con otra relación: puede ser dignidad, puede ser vinculación, puede ser re-ligación, puede ser filiación incluso. Poco antes, el mismo Eutifrón se ha referido al "daimon" (espíritu) con el que Sócrates vive, al que escucha y atiende con reverencial obediencia pase lo que pase. Aquí, por tanto, que hablar de dos situaciones de partida respecto del conocimiento de las cosas divinas: la "adivinación" y la "espiritual". Sócrates, en verdad, no sabe dar cuenta ni siquiera de la suya, o de las raíces de la suya, ni de dónde viene ni a dónde le conduce. 

Dicho lo dicho, Sócrates ironiza (los jóvenes dirían: "en su cara") sobre si hacerse discípulo suyo, dado que sabe tanto. Así podrá aprender de Eutifrón para defenderse en el juicio con Meleto. Deja claro que, como siempre le ha interesado conocer las cosas divinas, pero parece que ha hablado a la ligera, lo mejor es tomarlo por maestro. 

Lo último, en este episodio, es algo que sonará a cualquier lector común. Llegado el juicio, Eutifrón usará la retórica, sin citarla, para desaparecer. Con eso será suficiente. Tiene un arte que le convierte en invisible y, entonces, no tendrá que dar la cara. Es más, con su capacidad adquirida, conseguirá que se hable de su rival, pasar desapercibido en sus asuntos y, probablemente, elogiado finalmente como victorioso. En castellano viene a ser como tirar la piedra y esconder la mano. Eutifrón conseguirá que nadie le impute nada, no ser responsable de nada e, indemne, lanzar a los demás contra su adversario. Tal es su destreza, su herramienta poderosa. 

Es interesante leer sus palabras: "Por Zeus, Sócrates, si acaso intentara presentar una acusación contra mí, encontraría yo, según creo, dónde está su punto débil y hablaríamos ante el tribunal más sobre él que de mí." Lo dicho. En términos de la tradición cristiana ignaciana, Eutifrón está dispuesto a comportarse como un auténtico "mal espíritu", a encarnarlo hasta el final estratégicamente. Por supuesto, esto es algo que solo se puede hacer si la verdad, la mentira, el bien y el mal te dan absolutamente igual. 

Lo de Sócrates es otro asunto. A él lo escrutan hasta el final, según dice. Doble ironía: dice querer quedarse como discípulo pero va a probar la medicina de la lógica y la argumentación, sin escapar, que es el verdadero examen; y, a su vez, Sócrates dice ser examinado por Meleto cuando, en realidad, la sentencia está tomada de antemano y ya no le caben, ni aceptará más preguntas radicales. 

Lo dicho, Eutifrón no sabe dónde se ha metido, ni tiene escapatoria posible. Es lo que pasa con quienes creen que saben más de lo que realmente saben. La prudencia y la humildad, de las que se habla muy poco en la sociedad del conocimiento del siglo XXI, son imprescindibles para la sabiduría, incluso para el conocimiento técnico, incluso para solo llegar a conocer lo que otros conocen y poco más. 

(A este paso, el mes se nos va a hacer corto para leer a Platón, no digamos para comenzar con otros textos. Veremos como va progresando el tema. Lo cierto es que me resulta completamente indiferente.)





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