martes, 2 de marzo de 2021

Preguntas nada marginales. Día 2. Critón.

¿Por qué damos tanta importancia a la opinión de la mayoría? 
(PLATÓN, Critón, 44c, GREDOS, Madrid 1981)

Critón es uno de los diálogos conservados sobre Sócrates más breves. Muy recomendable. Comienza con el despertar socrático, apacible y tranquilo, en la prisión. Critón ha ido muy temprano, pensando quizá que su amigo estaría sin pegar ojo y desconsolado, quizá inquieto por la aparente buena noticia que porta: pese a estar cerca ya el barco que viene de Delos, conseguirá con su dinero (o cualquier otro) esquivar la muerte impuesta mayoritariamente en el tribunal de la ciudad; en resumen, alejarse de Atenas, para lo que también tiene plan propicio, y continuar con la filosofía como hasta ahora.  

Lo que no esperaba era encontrar, otra vez, al filósofo paciente y calmado, que parece tener tiempo para plantearse siempre preguntas e intentar resolverlas con el mejor de los argumentos. Critón es el diálogo en el que se vuelve a repetir la acción socrática: no tomar por bueno lo que aparentemente se presenta como tal sin examinarlo. Así que, queda hecha la pregunta y no cabe entonces amedrentarse ante ella ni por miedo, ni por comodidad, ni por cobardía. Al tercer día se acabarán las posibilidades para realizar lo que deba ser realizado. Por tanto, mejor proceder sin distracción y comenzar ya, aunque sea en diálogo con Critón, quien parece tenerlo todo claro. 

¿Por qué dar tanta importancia a la opinión de la mayoría?

La pasión se opone al criterio, la pasión tuerce la voluntad e impide contemplar rectamente la razón. Sócrates actúa movido por una paz difícilmente comprensible de pasada. Y digo actúa, porque buscar la decisión correcta es la vida que ofrece la filosofía situándose entre ciertas opiniones y las respuestas más impetuosas, liberándose así del común cautiverio del automatismo hacia la autonomía. Cuestión esta última, en relación a las Normas y Leyes, de gran calado en el diálogo. 

La opinión de los muchos, sobre la que supuestamente se funda la democracia si salimos a la calle a preguntar, no ofrece ninguna seguridad, ni confianza. Para que una asociación sea propiamente democrática debe estar compuesta por ciudadanos libres y, según se ve, eso mismo exige la libertad (no de título, ni heredada familiarmente) ejercida como tal por cada individuo y, como se sigue, demanda la filosofía. 

Esto no rompe lazos, ni crea divisiones. Al contrario, fortalece la relación haciéndola aún más imprescindible. Pero no en la medida en que unos se conquistan a otros y logran atraerse voluntades, sino en tanto que necesitados de la verdad y la justicia que requieren, dialogan entre sí en pos del argumento más solido y mejor. Es la única relación posible, que da lugar al acuerdo, a compartir el mismo logos, a disponer de la misma razón. Los muchos, esa mayoría inerte que se levanta con violencia, no son voluntades aunadas sino esclavos del discurso que, según el momento, más convenza según las artes retóricas y demagógicas en las que los sofistas están adiestrados.

El problema es evidente. Si bien para alcanzar la realidad, es imprescindible no detenerse en las apariencias y avanzar más allá de ellas hacia las cosas mismas, pero la realidad no engaña, en el caso de las personas la tragedia es infinitamente mayor, pues sí se elige la mentira sin pudor para destacar y librarse de los otros, para gobernarlos bajo la apariencia del bien y de la verdad. Algo que, incluso dicho con ironía, es terrible y letal para la humanidad, refleja la quiebra de su sentido y lugar en el mundo, si no su propio endiosamiento y a la sustitución de cualquier medida que no sea la propia en el ejercicio mal entendido de la palabra y la razón. 

Sócrates busca aquí coargumentar, aunque la apariencia sea la opuesta. Y se invierte la lógica de la sofísta totalmente, que sí contraargumenta para salirse con la suya sea por la vía blanca o la vía negra. Sócrates es un optimista recalcitrante y esperanzado que no se separa ni un ápice de la posibilidad que se abre en Critón de conocer el verdadero arte de la filosofía como búsqueda del Bien incondicionado y de la Verdad audible y comprensible. 

No en vano, en este diálogo las Leyes toman la palabra sin ser compañía de Critón requeridas como testigos en defensa de la decisión tomada por Sócrates: no cometer injusticia y punto, sea cual sea la circunstancia, dando la vida si el mandamiento lo exigiera. 

¿Será esta la mejor manera de construir un mundo más justo, en lugar de sacudir ciudades hasta derribarlas? ¿Hay que tener miedo a la voluntad de los muchos? ¿Qué ley impone la multitud cuando acaba con las leyes de la ciudad? 

"Danos crédito a nosotras (Las Leyes), que te hemos formado, y no tengas en más ni a tus hijos ni a tu vida ni a ninguna otra cosa que a lo justo, para que, cuando llegues al Hades, expongas en tu favor todas estas razones ante los que gobiernan allí." (54b)








No hay comentarios:

Publicar un comentario