lunes, 1 de marzo de 2021

Preguntas nada marginales. Día 1. Apología de Sócrates.

"¿Qué cuidador tienes la intención de tomar?" 
(PLATÓN, Apología de Sócrates, 20b, GREDOS, Madrid 1981) 

Sócrates (470 - 399 aC) convivió en Atenas tan ajeno a lo común que los comunes decidieron matarlo. Por votación, los muchos  establecieron que su destino debía ser el sueño de la cicuta. Pese las tretas propuestas por sus amigos para librarse, aceptó ese triste desenlace por respeto a estos otros tan otros, cuando le tomaron por enemigo de la democracia, de la ley, de la tradición y de los dioses. Aunque aquí hay algo decisivo, lo fundamental ocurrió aquí y allá en la polis, entre diversas compañías y diálogos, cargando obedientemente con su daimon y sopesando sin cesar a sus conciudadanos. Lo esencial de la filosofía de Sócrates se atisba en ser más sabio por decir irónicamente que sabía menos y, de ahí, examinar con acierto cada grieta y presentar las contradicciones de los que pretendían enseñar a ser personas en la dignidad que se requiere para serlo como prójimo expuesto a otros y junto esos mismos otros. No tenía escapatoria siendo fiel a sí mismo ante el tribunal y repitiéndose una vez más en el ejercicio de su filosofía.  

Esta pregunta no va dirigida a él en el juicio, sino que él se la espeta a Calias, padre de dos hijos. ¿Conseguirá desmarcarse Sócrates de los llamados sofistas? 

  1. El punto de partida es la indigencia, de ahí la exposición a otros. Llegar al mundo es ser recibido, en el pleno sentido de la palabra. Una orientación fundamental de la vida se masculla desde pequeños a medida que crece interiormente la libertad. 
  2. Sobre si hay alguien capaz de hacer a otros buenas (excelentes, virtuosas) personas o sobre ni lo hay en absoluto, la posición socrática no admite miramientos. Cada acción nos compromete sin excusa alguna. Por lo tanto, nos responsabiliza y también nos acusa de apoyarnos y confiarnos en opiniones más que en buscar la verdad, sin ser sus poseedores. 
  3. La palabra intención no traduce aquí cualquier asunto. Emparentada con la voluntad, se desmarca de ella por ser racional y gobernarla anticipando lo que es en lo que no hay.  
  4. Rescato de la pregunta, la vinculación del cuidado y la educación. Aunque en Sócrates formalmente es un interrogante, realmente es una alerta. ¡Cuidado con quién cuida! Por lo tanto, sabia distancia sin prisas, sin lanzarse demasiado rápido a la piscina porque está en juego la vida. Para quien no lo haya leído, si esta pregunta está al principio, el final de este libro dice así: "Ellos no me condenaron ni acusaron con esta idea, sino creyendo que me hacían daño. Es justo que se les haga este reproche. Sin embargo, les pido una sola cosa. Cuando mis hijos sean mayores, atenienses, castigadlos causándoles las mismas molestias que yo a vosotros, si os parece que se preocupan del dinero o de otra cosa cualquiera antes que de la virtud, y si creen que son algo sin ser dignos de nada. Si hacéis esto, mis hijos y yo habremos recibido un justo pago de vosotros. Pero es ya hora de marcharnos, yo a morir y vosotros a vivir. Quién de nosotros se dirige a una situación mejor es algo oculto para todos, excepto para el dios." El incorregible Sócrates termina así, con esta misión con resonancias tan evangélicas, y con otra pregunta que nuevamente muerde el alma viviente. 




 

Llevo tiempo rastreando preguntas. Al tiempo que comencé a escribir las de mis alumnos en clase, abrí ese mismo camino en las lecturas que he ido haciendo. Lo normal, aunque se diga lo contrario, es ir tan rápido a ciertas respuestas que el esquema general resultante de la filosofía es más una radiografía de huesos que la potente musculatura que sacude a quien se atreve con ella. También es verdad que ciertos filósofos no tienen claro su propio principio. 

Lo que haré este mes, independientemente de todo lo demás, es exponer algunas de estas muchas preguntas, sin más ánimo que remover las entrañas. Comenzaré, como no puede ser de otro modo, con el mismo Sócrates. 



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