miércoles, 10 de marzo de 2021

Leyendo "Eutifrón" de Platón (9)

¿Qué clase de cuidado
sería la piedad? 
(Platón, Eutifrón, 13d)

Volvamos otra vez al diálogo, como si no hubiera nada más en el mundo. Hace tiempo que desapareció del horizonte socrático toda preocupación y, con él, Eutifrón ha sido igualmente embebido bellamente. Está entregado al razonamiento aunque vaya de un sitio a otro y su propia lógica, como el daimon a Sócrates, no le deje ni un instante y le obligue a decir lo contrario de lo dicho hace un momento. 

Si el cuidado es, como vimos ayer, mejorar lo que se cuida. ¿Esto quiere decir que se mejora a los dioses con la piedad y que los dioses, por tanto, no son perfectos y necesitan de la acción humana? ¿Es esto lo que dice Eutifrón? ¿Qué conexión hay, porque tal no se pone en duda, entre personas y lo divino? 

Eutifrón, como cualquier otro, sitúa en su respuesta a las personas muy por debajo de lo divino: como esclavos con sus dueños, como siervos. Esa sería la utilidad que prestan los que cuidan. El cuidado pasa a ser ahora servicio. Y Sócrates continúa con sus ejemplos para comprobar lo que dice Eutifrón. ¿Servir como sirven los médicos a la salud, como los constructores de barcos sirven para hacer barcos, como los arquitectos para edificar casas? Eutifrón asiente. 

Tan callado está que Sócrates vuelve a elogiar su sabiduría y el adivino se hincha de nuevo como globo con aire insuflado. Así de volátil se muestra, sabiéndolo o sin saber. Un elogio le es útil para que el arte de Sócrates recomponga su figura y no se pierda. 

Si la pregunta era qué servicio hacemos a los dioses, Sócrates entiende, o al menos gira una vez más en su pregunta, que no puede ser un servicio directo a los dioses mismos. ¿Cuál es esa bellísima obra que los dioses producen valiéndose de nosotros como servidores?

La pregunta es de lo más interesante. Sin duda. Contiene muchas afirmaciones que afinar para que suenen melódicamente, pero está puesta ahí delante de cualquiera que quiera adentrarse en su misterio. Lo divino se sirve de lo humano para culminar una obra bellísima. Sócrates parece saberlo y conducir consigo a Eutifrón, pero éste responde con generalidades: "Son muchas y bellísimas." Todos, viene a decir Sócrates, producen cosas bellas, sin embargo una es la obra bella que le corresponde a cada cual según su excelencia: al general, la victoria; al campesino, el alimento de la tierra. ¿Y cuál es la más importante de todas las cosas bellas que producen los dioses?

Eutifrón está ahí, se mantiene... Y retrocede al inicio, a la piedad, a las oraciones y los sacrificios... Se esconde en la nebulosa de sus primeras afirmaciones queriendo escapar con sus palabras bonitas de las preguntas insidiosas y fundamentales, y reproduce una vez más el discurso que tenía aprendido sobre la piedad, en el que se siente más seguro que en la seria intemperie socrática. 

Sócrates, que se lo sabe echar en cara, continúa por donde Eutifrón marca, no sin antes señalarle: "Por muy poco habrías podido decirme lo más importante de lo que yo te preguntaba, si hubieras querido." Faltó voluntad, pero continuamos. ¿No es una ciencia sacrificar y orar? ¿Entonces la piedad es la ciencia de las peticiones y las ofrendas? Eutifrón dice que sí. 

Y ahora siguen por el lado de las peticiones. ¿Qué es pedir a lo divino, si es que se puede, y cómo hacerlo? ¿Qué sentido tiene y qué pueden hacer? Pero eso ya, mejor mañana. 

Ciertamente, un discurso platónico vivido en directo es agotador. La conversación de Eutifrón leída como se lee cualquier otra cosa, como se habla en lo cotidiano, no son más de treinta minutos. Es decir, media clase de las clases comunes que todos los días tengo con mis alumnos. Y aquí ando yo, leyendo muy despacio solo el diálogo en sí, sin consultar ni nada ni a nadie. Aunque me están entrando muchas ganas... 





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