domingo, 28 de febrero de 2021

Duermevelas y vigilancias. Día 28.

Largar y alargar matices, que son adelantos de partes invisibilizadas con pretensión de llegar más lejos. Detalles insignificados que se abren hueco en forma de relieves relevantes para sus colindantes más destacados. Sugerencias, tal vez, de lo que de primeras no se pensó, cuyo carencia distorsiona todo porque resuelve solo un fogonazo, porque hurta lo importante, porque deja al descubierto la ignorancia, porque desvela un signo de que hay más que una imagen muerta, porque otros vieron lo que se pasó por bajeza, porque la pereza sacó conclusiones antes de lo esperable, porque se precipitó ingenuo el diosecillo que llevamos dentro, porque la razón queda así ampliada, porque aprende la lección inesperada del misterio, porque da motivos para seguir viviendo, porque nos sitúa a distancia de lo que llevamos ya dentro, porque todavía nos sustrae de nosotros mismos eso de más cuya altura ahora nos ahoga, porque la palabra es así de frágil y carga mal con lo más denso.  



Estira y chiclea masticando la experiencia con el don regalado en ella. Sigue el rastro que apunta lo bello. Sufre su armonía y la paz de lo quieto. Cultiva la singular cualidad humana, que es no hacer sí mismo lo ajeno. Camina con esa generosidad constante que apunta a un maestro escondido en cuanto se muestra, con ese más que esfuerzo necesario para evitar la apropiación indebida de lo que no es ni tuyo, ni nuestro. En lo apasionante, la paz. En lo que sucumbe, esperanza. En lo más próximo, lo enormemente distante. Y en lo que resulta totalmente otro, la brisa suave, el tenue rumor de lo inabarcable por tan cercano y de lo inconmensurable que nos dilata cuerpo y alma. En el arte, la palabra. En la palabra, la belleza. En la verdad, la bondad. En la bondad, el destino que llega. En tanto, confundidamente impersonal, el que auténticamente ama, quien siente de otro modo y rompe el silencio con su afilada palabra.    



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