sábado, 27 de febrero de 2021

Duermevelas y vigilancias. Día 27

La genialidad es difícil de explicar, aunque se tenga delante. Como es otro el que la realiza normalmente, solo desde la admiración cabe comprenderla. O algo más que admiración. O llega irrumpiendo y sorprende, desangela y nos destierra, o era ya una búsqueda que nos roía por dentro desde hace tiempo sin ser capaces de movernos en ninguna dirección al margen del picotazo de la existencia. Es fastidiado verse con la necesidad de aprender, conmovido y agitado, sobrecogido y cercenado. El aprendiz necesita de maestros. En qué manos caiga es otro asunto. Nadie levanta en un día una casa habitable para siempre. Ni imagino lo eterno. 


Como un niño, giro la cabeza para un lado y para otro. Intento buscarle sentido, armonía. Sin embargo, está repleto y me ofende a cada paso pararme aquí o allá, recordando lo anterior, queriendo encajar lo nuevo, sin saber del siguiente asalto, sin que después de un rato lo recoja todo, sin que me parezca que antes vi algo que luego ya no entiendo, que me parece que no es lo que entonces fue o no era lo que ahora resulta. Dividido y ordenado lo de dentro, descolocado e inorientado lo demás. Comparten colores, no texturas, ni honduras, ni medios. El laberinto que se acerca al espectador duda, no solo de la natural dificultad para encontrar la salida sino de la propia entrada. Qué es esto que nos pierde, nos alcanza, nos entretiene y embarga. Qué es lo que yo hago bailando agarrado. Qué muestra el espejo al alma viva cuyo cuerpo imprescindible abriga sin serlo todo. Me quedo, en la parte superior, aunque ya dentro, como el niño que pide que nadie cuente con él para semejante jaleo. Que ni lo aten, ni le saquen de allí, ni lo acompañen de monstruos que dan besos. Cerrar los ojos para salir de dónde sea, recuperarse así de las heridas del trayecto, de las locuras de las que hemos sido testigos. Cerrar los ojos y entregar con paz la falta de paz que llevo dentro. Como el niño, cuerdamente asentado en lo alto que cuestiona el resto, que ni entiende, ni quiere entender tanto teatro, máscaras, oscuridades perniciosas, juncos o trigales aireados. Como el niño que sabe que no está vestido, y mucho menos preparado, solicita cordialmente rescate más que tregua, aliento para no ser convencido por todo cuanto está viendo. Como el niño que llevo sabe que está ahí sin poder ser capturado por nadie reza con total confianza y sabe de quién es hijo y quién es su Padre. 





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