jueves, 25 de febrero de 2021

Duermevelas y vigilancias. Día 25.

¿Qué lees? Me ataron las letras hilándolas entre sí coincidiendo con mi mayoría de edad. Quise ser buen preso por la condicional. Cuando me pude desatar eran amarras que me dejaron sin puerto. Entumecido, me soltó la suerte en una isla perdida. Encontré asilo y cobijo en expresiones ajenas. Se rehízo el contenido, fue cogiendo forma la experiencia. Fui juntando sábanas y sábanas hasta que terminó siendo un códice por el que puede descolgarme de esa cavernal museo de paredes enriquecidas y hermosas ventanas. Se puede decir que comencé entonces. Primero con trazos gruesos, luego un poco más finos. En la vida se amontonan las palabras unas sobre otras y no unas detrás de otras. No hay ningún libro de nada de eso. Se superponen. Unas vencen, otras ya no se recuerdan. Todo está, pero escondido. En ocasiones, el mejor ejercicio es repetir y repetir lo mismo, para que cada día no se borre, para que siga ahí bien escrito. Cuando se encuentra la palabra decisiva, eso es vivir y no otra cosa: recordarla, actualizarla. Y con ella, intentar que no tenga fuerza el resto. 


Tú sí que me comprendes, compañero. Con tu sabiduría, con tu paciencia, con tu apremio. Porque mira, las cosas son a.sí y a-sí y a/sí, a:sí, a!sí y a_sí y hasta mil veces así de simple. No te pongas trágico. Abre un poco la mano, que le de el aire. En ese puño vas a perder los dedos de señalar, de faltar, de colgar, de las eñes y los espacios. Se te está rizando ya el pelo, que copia de tu mano. No te líes, sonríe. ¿Jugamos juntos a construir sociedades? ¡Ofrezcamos nuestro espectáculo! ¡Todos estos no tienen más sino que estar callados! Gírate, compañero. Vamos de gira, tú que eres sabio y dale la vuelta. Dime algo cabizbajo. Ponte la máscara, que ya nos estarán mirando.    





 

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