miércoles, 24 de febrero de 2021

Duermevelas y vigilancias. Día 24.

Parece que quiero decir algo y, a lo mejor, solo brindo la nada. Que nadie desespere por eso. Vengo a juntar palabras como señuelo y cuaderno, como concertar y alma, como red y rendija, como atrapar y danza. Otras me las he inventado de camino al punto y he seguido adelante. Ensayo de vida y balbuceo torpe. Más que divertirme, converjo y coincido conmigo mismo rayando el clarear de esta página. Sé en qué pienso, no lo que quiero decir ni cómo. De lo segundo no sé nada. Apunto palabras que van saliendo durante el día y las amaso bajo la lámpara, en mi peculiar antimadrugada, en este estirar la jornada que me permite leer, acampar descubierto, reconocer errores, reinventar caminos y deja a la intemperie mi más sincero agradecimiento. Gano margen y amplitud para mi equipo cuando me desmarco por la banda.  


No son manchas, son personas que interfieren en el poco neutro horizonte del mundo e impiden verlo. Se resisten a dejarse desdibujar por él aunque sea en pobres figuras. No se sabe bien si vienen o van, si van o vienen. La escapada se inaugura con el máximo contraste. Cuando se llenen de textura y acumulen sabiduría será innecesaria su frontera. El sol desatiende el conjunto e impacta ensangrentado en la escena dejándose caer. Nadie sabe de dónde. Quizá de la descomposición del horizonte en sus tres primarios. El amarillo sería entonces fruto de la costilla y de un verde barro. El azul la originalidad de la tierra que le da nombre como regalo. El negro firme, esa dura frontera, apagaría todo concentrando todo, sin dejarse sustraer en nada.  




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