martes, 23 de febrero de 2021

Duermevelas y vigilancias. Día 23.

Qué intransigente es el parpadeo una y otra vez para impedir que pueda fijarme en ti, quedarme en ti anclado eternamente. Cuando quiero incrustarme contigo la piel nos mantiene a raya separados. La minúscula evocación valida el portazo que da el tacto al aproximarme. El roce complaciente radia un tunante engaño. Al pormenorizarlo al detalle sigues ahí naturalmente alejado y balizado mi dantesco intento por eludirme, de mí mismo, discreto. Contestón se alza airado izando su bandera el desencanto, que siempre encuentra oportuno momento para irradiar sus llantos y quebrantos. Porteada, en tanto que llevado, chirría la razón al pasar como vendavales las ideas, los pensamientos, los sentimientos. Cogí con fuerza el pomo de mi lengua y tiré de ella hacia dentro mascullando. Quise decirte todo esto de otro modo. No sabrás cuándo.  



Qué fuga tan prometedora diseña el pintor para el espectador sin atisbo de progreso o fraude. Sabrosa cultura esencialmente reducida en la sartén volteada de colores. Imaginación que recuerda su propia infancia entre algodones blancos  que ahora usa para quitarle polvo y peso a su presente. Arcadas da el cielo según se va aproximando al repetido nacer de nuevo. Arcadas maleadas como en yunque con abrasador fuego. De las que sostienen vigarosamente vigardas catedrales vivientes y esqueléticas. Por eso martillea y marcha el horizonte el impacto que se va anunciando con color más intenso esperando su entrada en escena cortineando entre nubes bajas. Por eso el clarear del agua se va agarrotando y se sabe ya consumido en su espesura y evaporado en sus secretos. Por eso todo se dibuja más atravesado que centrado, más movedizo que recto, más acogotado que en descanso. Se invierten desde lejos los tonos aclamando el nuevo abrazo, el saludo cordialmente incendiado, la sombra de esa luz que galopa surgiendo del destello e irá finalmente a desvanecerse donde ya toca. El valiente lo mira desde dentro que para eso ha madrugado. En su barca solitaria desplazada haciendo sitio para el milagro. Cuando retorne a la orilla de la que es dueño como casa o patria, nadie sabrá ni lo que se vio, ni lo que se escuchó, ni su plena y fiel confianza.  





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