jueves, 18 de febrero de 2021

Duermevelas y vigilancias. Día 18.

Calma. Y sin prisas, acércate despacio. Y sin miedos, observa atento. Y sin prejuicios, escucha la belleza de quien estuvo. Y sin rigideces, percibe las líneas donde no te habías fijado. Y sin preocupación, destruye las piedras que aquí estuvieron. Y sin alterarte, empápate de la naturaleza del tinte. Y sin pensar, imagina lo que tienes delante. Y sin nublarte, acoge la claridad que te visita. Y sin expectativas, descubre los retoques. Y sin nada, aquí está la vida. Aquí, y no en otro sitio. Por aquí pasó dejando sus palabras. Por aquí para hacerse entender.  



Sentarse y compartir soledades. Viejos caminos lejanos, lugares inhóspitamente habitados, huellas frágiles y cuidadas, vertientes del alma desconocidas, cumbres cercanas a todo, escondidos rincones del abismo, dudas de árboles poblados, páramos silentes con nieblas cargadas de temerosos aullidos. Alma que explota fuera de sí, volcada irremediablemente allí donde late, respira y siente. Alma alejada, distante de todo, inconfundiblemente entrando en un ajeno mundo para hacerlo suyo, dominarlo y apoderarse, ponerle nombre y rendirlo a sus pies. Alma despojada capaz de ser espacio prolongado y horizonte en el tiempo. Esperanza en cada acción noble, en cada paso auténtico, en la exigencia del instante, en la imperiosa libertad que sigue siendo aliento de ser, permanecer, alcanzarse como vida en todo lo intangible. Esperanza como belleza. Belleza que nutre la esperanza, esperanza que sobrevive en la belleza. 




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